(Al filo de los días). Hace hoy 46 años (se dice pronto) de la matanza de Atocha. Siempre he creído que la muy generosa respuesta que la izquierda, y en particular el Partido Comunista de España, dieron a aquel terrible crimen fue la base sobre la que pudo crecer la salida pacífica de una dictadura que no estaba dispuesta a desmontar sus estructuras salvo que se demostrasen inoperantes y obsoletas por la fuerza de los hechos. Y eso fue lo que ocurrió. Pero hubo momentos muy delicados en los que las aguas estuvieron a punto de desbordarse. Y la matanza de Atocha, puede que incluso mucho más que el 23F, fue uno de esos nudos gordianos que se deshizo gracias a un ejercicio de cordura y paciencia colectiva encabezado por líderes políticos y sindicales, profesionales e intelectuales a los que ahora a menudo se ignora o ningunea —también en recorridos dizque minuciosos y personalizados de aquellos años— o incluso se desprecia, más que nada por un tarambánico ejercicio de desmemoria o, lo que es peor, por ignorancia recalcitrante. Por lo demás, qué jóvenes éramos entonces. Aunque no tanto como para que no estemos a tiempo de mejorarlo… todavía.
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