Rótulo de la calle dedicada a Georges Perec en el Distrito 20º de París.
UN CURIOSO TRÍO ALGO DESMADEJADO ABSORTO EN LAS PAVESAS INVISIBLES DE UN EFÍMERO FUEGO
UN CURIOSO TRÍO ALGO DESMADEJADO ABSORTO EN LAS PAVESAS INVISIBLES DE UN EFÍMERO FUEGO
Henricus Edition Deutsche Klassik UG (haftungsbeschränkt).
Berlín, 2020.
El conocimiento de La filial del infierno en la Tierra, con sus escritos desde la emigración, impulsó la Fuga sin fin de los Judíos errantes, incluidos Zipper y su padre mientras residían en el Hotel Savoy. Leían allí a Montaigne y conocieron la Correspondencia Hesse-Zweig, entre otros Encuentros con libros de Un mundo que ya no está.
[El Rey Viejo] entre cochetes. Foto Marco Bertorello Vía Getty Images. Tomada de Huffingtonpost (Detalle y editada). |
Imagen de Sarracín de Aliste, Zamora, España. Foto Cristina García Rodero. |
Esperando a su inquieto y algo locuelo Ulises, la señá Penélopa se las apaña para mantener a raya y como al tresbolillo a todos los moscones de Ítaca, aunque la impaciencia hace lo suyo y no puede reprimir una queja:
(En voz alta). He aquí el asombro de poder asistir a algo parecido a un episodio real de la Guerra de las Galaxias en riguroso directo. Muy atrás quedan la madrugada del 69, con el flequillo de Jesús Hermida y la voz elegante de Cirilo Rodríguez dando la novedad de la llegada a la Luna, el primer paso (“pequeño para un hombre”) de lo que serían las sucesivas misiones Apolo. O también la espiral mortal y gaseosa del transbordador Columbia, aquel desastre que paralizó durante años la investigación espacial de la NASA. O el paseo, seguido ya por Internet, del vehículo Pathfinder sobre la superficie del planeta rojo. O las imágenes increíbles de los Voyager, los magníficos servicios prestados por el venerable Hubble, la grabación y retransmisión de las ondas gravitacionales, la imagen excepcional de los “bordes” candentes de un agujero negro… La aventura espacial, quizás porque Kubrick nos la mostró de forma completamente creíble muy temprano, ha sido (es) uno de los hilos conductores de nuestras vidas. En el fondo, a quién no le gustaría que fuera una especie de liana cósmica, en el fondo sin fondo del Universo, para impulsarnos con ella, cual nuevos Tarzanes galácticos, a mundos cuya dimensión aún nos resulta difícil poder ni siquiera empezar a imaginar. Homo astronomicus, el futuro empieza ayer.
(LUN, 614 ~ «Fotos quedan. Pie»)
Me asomo a la ventana y lo primero que me llega es la ráfaga inconfundible del chiflo del afilador, que ha vuelto al barrio. ¿Cómo se llama la película? Aquí van algunas opciones: se admiten apuestas y, por supuesto, otras respuestas.
Escultura dedicada al afilador por el artista Buciños
en la plaza principal de Luintra (Nogueira de Ramuín, Ourense).
(
En voz alta). No está claro que, pese a su novedad y su indudable importancia institucional, el reconocimiento del Mar Menor como sujeto jurídico consiga ser algo más que un brindis al sol. Pero también cabe ver en esta iniciativa legislativa llegada a buen puerto el síntoma de que algunas cosas pueden empezar a cambiar de verdad. Y tal vez no sea desdeñable extender sus efectos en otras direcciones. Mi firma está también dispuesta para, por ejemplo, proporcionarle al padre Tajo algún tipo de protección que haga posible paliar y revertir su penosa agonía.
Lo recuerdo tan vagamente que ni siquiera soy capaz de inventarlo. Pero sé que el primer lugar que conocí de Madrid, la ciudad en la que resido desde septiembre de 1974 (pronto hará medio siglo), fue la antigua Estación del Norte, o de Príncipe Pío, tal vez hacia 1958 o 59. Puede que incluso algún año antes. Por pura lógica narrativa y objetividad biográfica, debería corregir ese recuerdo y concluir que, en realidad, el primer sitio madrileño en el que puse el pie debió de ser la antigua parada de autobuses de La Sepulvedana, vía Talavera-Madrid, que se encontraba en la calle Cadarso, justo enfrente de donde después abriría la Sala Cadarso, uno de los lugares básicos del teatro independiente ya desde los años previos a la movida, cuando Madrid era un corral de comedias y quienes estábamos al tanto de ciertos lances dramáticos nos movíamos por un circuito bien preciso que tenía en los colegios mayores, con el San Juan, el añorado Johnny, a la cabeza, sus principales escenarios. Pero por encima del lugar de arribada de aquellos paquidermos lentos y estruendosos que eran los viejos autobuses de línea, a los que, curiosamente, por entonces todos conocíamos con el nombre de «la Rápida», el Madrid más antiguo que recuerdo es el de la maravillosa Estación del Norte, con las marquesinas de hierro de las altas naves que coronaban sus andenes y que a menudo estaban envueltas en el humo de las viejas máquinas de carbón. Y con los gigantescos convoyes entrando o saliendo por las vías, o parados como si durmieran un sueño de meses, con aquellas leyendas grabadas en su puertas, “Companhia International das Carruagens Camas”, o “Compagnie International de Wagons-Lits”, que iba deletreando con dificultad, trabado en sílabas desconocidas que en sí mismas eran una sugerencia de la atmósfera de novedad y hasta aventura con que vivía aquellos viajes veraniegos hacia el Norte..., aunque más bien fueran (sobre todo en los primeros años) viajes hacia la Edad Media de las películas de Bergman o Bresson. Un asunto, otro, de largo recorrido.Niño en tren. Foto de autor no identificado.
Fotograma de Frankenstein (1931), de James Whale. En escena, los actores Boris Karloff y Marilyn Harris. |
Cuando Frankenstein entró en la sala de disección se dio cuenta de que se había equivocado de libro. Trató de llegar por un atajo a la portada, pero tropezó en el colofón y quedó sepultado al final del índice. Allí lo encontré esta mañana, casi tapado por una flor seca y con el tornillo intratraqueal fuera de sus anclajes. Había ido yo a comprobar una cita en el Melmoth y se me vino encima todo el estante de la novela gótica. Me miró con la ternura aquella de la escena del río con la niña y sentí por él una infinita compasión. Le ayudé a volver a casa. Y, agradecido, me regaló una de sus tuercas de repuesto. ¡Qué criatura tan sensible! Lo que pasa —aunque quién sabe de verdad nunca lo que de verdad pasa— es que no sé bien, ni mal, qué hacer con ella.
Brassaï (Gyula Halász): «Beggar in the Metro, Paris», 1938. Vía Nostra. |
«No es nada fácil —me escribe Nostra en uno de sus guasap encabezados con el rótulo “Tiempo cobrado”— discernir bien los tiempos, su desenvolvimiento, sus pasos en la conciencia y la delimitación clara y distinta de las diversas estancias interiores, de modo tal que la coherencia siga su curso. Es curiosa la impresión que a menudo me invade cuando leo, o trato de hacerlo, obras de contenido filosófico: el único lenguaje de verdad con sentido (¿consentido?) es el del balbuceo previo; quiero decir, cuando el lenguaje se pregunta una y otra vez, de diferentes y muy sofisticadas y hasta sagaces formas, por su propio fundamento y el alcance de cada una de sus proposiciones, porque nunca podemos estar seguros de que sean algo más que eso: hipótesis sobre la realidad, enunciados en los que lo fiamos todo a la confianza de que signifiquen algo para alguien —empezando por nosotros mismos— y que ese alguien sea capaz de devolvernos, en sus propias proposiciones, algún síntoma cierto de que al menos estamos tratando de lo mismo. Algo que tal vez ocurra de continuo en nuestro común trato cotidiano y en lo dado sin más por supuesto, aunque la cosa se complica a poco que se indague un paso más allá, o cuando se formulan algunas preguntas no previstas o —y esta es quizás la más acuciante situación— cuando nos enredamos en una larga caminata verbal, no necesariamente de pura cháchara, sino sostenida con arduo esfuerzo desde dentro, y el intento de diálogo fructifica en el aclaramiento de los campos semánticos, la poda de los nexos, la siembra de los sentimientos compartidos, que son esa especie de mariposas que vuelan por entre las palabras diciéndonos que el otro está presente y que también nosotros captamos y gustamos y somos captados y encontramos gusto. No sería difícil prolongar estos bloques verbales llenos de signos que para un hipotético observador extraterrestre acaso pudieran poseer una figuración parecida a la que para nosotros, a simple vista y sin mayor concreción, suelen tener los monolitos o bloques de basalto con escritura jeroglífica o incisiones cúficas… Ah, las incisiones cúficas, su materialidad de gesto que de verdad incide y modifica la materia, el mundo…: quién no ha fantaseado con la posibilidad de que las palabras estuvieran provistas e invadidas por la naturaleza de esas mismas sugerencias de préstamos caídos del cielo, como un regalo de los dioses para soltarnos de verdad la lengua (Epheta!) y…»
Reclamo publicitarioa mencionado. Vía Nostra. |
Clarisssa quiso contarle Una historia crepuscular. ¿Fue él? La embriaguez de la metamorfosis es El legado de Europa e implica un Viaje al pasado. La curación por el espíritu (Mesmer, Baker-Eddy, Freud), en una Noche fantástica, fue posible al comprender que El amor de Erika Ewald era en verdad El candelabro enterrado y que La lucha contra el demonio (Hölderlin, Kleist, Nietzsche) hacía preciso recurrir a otros Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski) y, sobre todo, tener las ideas claras respecto a La mujer y el paisaje.
Deysi Tattoo: «El rey León». |
Perec en trance de dirigir la orquesta nada imaginaria
que tenía asiento en su cabeza.
Foto de autor no identificado. Se agradece información.
CONFLUENCIA DE CRIATURAS DIVERSAS EN LAS ENSOÑACIONES QUE PROPICIA LA MÚSICA
Quentin Hubert: Jean-Luc Godard, 2018. |
En el cine de Godard arde Dios, ladra un perro y, a menudo, un dardo va derecho al blanco. En el cine de Godard la imagen está desnudada de sus púrpuras, la risa se ata a la silla, el libro restaura el ojo. En el cine de Godard «el cine es una cámara en la cabeza de un poeta» (Cocteau). Con el cine de Godard la luz de los Lumière ilumina una galaxia. En el cine de Godard hay respuestas para preguntas que aún no existen. En el cine de Godard siempre hay un principio, un desarrollo y un final, pero no necesariamente en ese orden. En el cine de Godard el silencio es una canción revolucionaria... ¿Y no demuestra Godard con sus películas que, como él mismo dijo, «el cine es el fraude más hermoso del mundo». Y, al final de la escapada, la ola alcanzó la playa.
Lesser Ury: El lector de periódicos, 1882. Colección particular. |
Goya: «El sueño de la razón produce monstruos» (detalle), 1799. Grabado núm. 43 de la serie Los Caprichos. |
El fantasma y la señora Muir era una de las películas preferidas de ese gran cinéfilo que ha sido Javier Marías. El análisis y comentario que le dedicó, incluidos en su libro Donde todo ha sucedido, son un ejemplo de pasión bien contada y contagiosa. Una prueba más de la inteligencia y buen gusto del escritor que tan prematuramente ha cruzado al otro lado de la raya. Hace más de una década (pero lo recuerdo como si acabara de suceder) dediqué una entrada de este blog a glosar ese artículo y, en especial, la referencia concreta a una secuencia del filme (abajo) cuyo protagonista “ambiental” es el sol de medianoche. Sirva su recuperación como homenaje.