miércoles, 9 de diciembre de 2020

La poesía jocosa de Antonio del Camino

 

—¿Y por qué no versificar los monólogos de Gila en tercetos?
—¡Gila en tercetos! Uhmmm..., suena bien.
No sé si la propuesta que le hice a mi amigo
Antonio Del Camino
en la barra virtual de aquel foro prodigioso que fue poesia/punto com se produjo exactamente en esos términos. Tal vez él no dijera «Uhmmm». Y tal vez yo no fuera yo, sino Maldoror, y Antonio no fuera del Camino, sino Miguel Ardiles. Pero el caso es que él mismo (“ele mesmo”, sea quien fuere) sí se quedó con la copla y recogió el guante. Con la enorme habilidad y la constancia que le caracterizan, no tardó en ponerse manos a la faena y, poco a poco, con ritmo y gracia, fueron apareciendo por aquel foro, en la bandeja de mi correo y, poco después, en las muy meritorias «ediciones de amigo» de Del Camino Editor, en Talavera de la Reina, los geniales monólogos de uno de los más grandes maestros del humor vertidos en y vestidos de tercetos rigurosamente encadenados. Y con tanto tino que, al ingenio, la lúcida sordidez y la chispa del original se añadían la elegancia del arte mayor y el broche sonoro de las rimas ágiles. Nunca pude leerlos —y lo hice a menudo— sin que entre uno u otro encabalgamiento no me invadiera alguna carcajada.
Debían de correr, cuando lo del foro cibernáutico, los muy primeros años de este siglo. Pero la pasión de Antonio por Gila, compartida por muchos amigos, venía desde muy atrás: reuniones festivas juveniles hubo más de una que, además de por los chistes también en cadena sobre los que el eximio periodista Agustín Yanel solía parapetarse, fueron amenizadas por nuestro poeta con el recitado literal, y sin tropiezos, de las magistrales piezas del mago de la boina, el casco y el teléfono como móvil (qué paradoja): aquel hombre que, acaso porque lo fusilaron mal, convirtió el dolor y la guerra en una herida luminosa y risible, alimento imprescindible para la supervivencia moral. Y de la otra.
Ahora esa aventura, esa fidelidad y ese homenaje han terminado donde era lógico que acabaran: en un libro. De modo que los «monólogos de Gila en tercetos rigurosa pero honradamente encadenados» ya pueden leerse y disfrutarse, todos (casi) reunidos y bien editados junto a una amplia y estupenda selección de “chisnetos”, ese ejercicio de acrobacia verbal que consiste en embutir un chiste en el formato exacto de un soneto, a veces con estambrote que rebote y a veces de doble hoja, pero siempre de modo que tanto el cuento como la estrofa mantengan ternes su respectivas naturalezas y el conjunto fluya armonioso. Una artesanía en la que el amigo Antonio —como bien saben quienes han estado atentos durante los peores días de la peste a su muro de Facebook— es un gran maestro, además de un verdadero y generoso sanador de males y tristezas con el ungüento de la risa.
No deja de ser curioso —y de cajón— que fuera precisamente el cultivo del juego del chisneto en el foro antes citado lo que motivara la sugerencia respecto a los monólogos, de modo que es una suerte de lógica cumplida que ahora unos y otros comparezcan juntos en este volumen que acaba de ver la luz: Poesía jocosa (chisnetos y gilacetos), editado al cuidado del gran poeta y heroico hacedor de libros Luis Felipe Comendador, encuadrado en una colección,
Sbq Solidario
(pueden clicar y pedir), que es una iniciativa solidaria y generosa, e impreso en la hermosa ciudad serrana que se asienta a la vera de un río al que llaman «Cuerpo de Hombre». ¿Hay quién dé más?
Ni que decir tienen que va a resultar muy difícil que ustedes encuentren una opción más ventajosa, cordial, risueña y artística de resolver sus querencias o necesidades de regalo en estas fiestas tan entrañables de un año sin entrañas. Ustedes sabrán, pero estoy por asegurarles —de nuevo y a poco que se dejen— que es improbable que hallen nada mejor ni en las tiendas del ramo ni en, como diría Gila, «la red de alta traición». Avisados quedan.
[Antonio, el pernil donde siempre, en nuestro rincón del
bar «La Amistad». Y a Gila, eterna gratitud].

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