(En voz alta). The Crown. 4ª temporada. Muy aconsejable, y no sólo porque la polémica sobre su carácter de «ficción de la realidad» la haya convertido en objeto principal del morbo. La irrupción de Diana de Gales, que copa buena parte de la trama, es un argumento poderoso bien resuelto. Y no es que haya grandes diferencias respecto a lo ya sabido por otras muchas fuentes sobre uno de los asuntos estelares del pasto televisivo de medio mundo, ni se ofrezcan grandes novedades o revelaciones: si acaso la palmaria constatación de que tampoco Carlos está libre de caer en la misma insensibilidad que al parecer (y según pusieron de manifiesto los episodios de Gales) tanto detesta en la insensible Royal Family.
La presencia de Margaret Thatcher y su retrato resultan más discutibles: me parece que hay ahí o bien un fallo de casting o bien un error en la dirección de actores: ¿es lícito parapetarse tras una mueca inmóvil hasta construir más que un personaje una caricatura? Esta “primera premier’, más que una interpretación, parece una venganza. Quién sabe.
En mi opinión, además de la elegancia visual, el peso tan exacto y medido de los diálogos, la brillantez de los retratos y otras líneas fuertes habituales de esta gran serie, una baza muy favorable de la cuarta temporada es la excelente forma en que está narrada la historia del extraño visitante de palacio. Es, además del contrapunto perfecto para calibrar el peso de la nube palaciega, un recurso dramático de primer orden explotado sin concesiones a sensiblerías ni maniqueísmos, con un tono veraz y bien medido tanto en sus aspectos dramáticos (el guion) como en la interpretación. Muy destacable.
Y la pregunta del millón: ¿sería factible algo similar respecto a la Corona española? ¿Mi opinión?: No, tajante. Pero ojalá.
Posdata: respecto a los tratos entre realidad y ficción, me parece que las series basadas en hechos claramente históricos harían bien en incorporar un “aviso” o cautela parecido al que abre los capítulos de «Fargo». Algo así como: «Esta es una historia real que aspira a ser verdadera. Por respeto a la verdad histórica se han inventado algunas circunstancias de lo que pudo ser. Para que nadie se sienta menoscabado se han mantenido los nombres reales de los protagonistas. Por lo demás, todo sucede en la mente del espectador. Como la historia misma».
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