(Resonancias). Si hace sólo poco más de un año de esta reflexión, ¿por qué me parece de otra vida? E incluso ajena. Misterios del envejecimiento inverso de la memoria y de las sinapsis abolidas o transmutadas. ¡Queda aún tanto por saber del cerebro! Lo evidente —el imán— es que ayer el rey Felipe VI se trasladó a Barcino para entregarle al poeta Margarit el premio Cervantes, junto al mar. Seguro que se trajo alguna cita oportuna para ese problemático mensaje navideño que le están escribiendo al monarca con pies de plomo. Me compadezco de las mentes que ahora mismo se estén empleando en semejante menester. Ojalá encuentren el camino a su propia Casa de Misericordia.
(Al filo de los días). Me pilla la concesión del Cervantes a Joan Margarit Consarnau leyéndolo no sólo a él, su propia obra, sino a él como traductor, ese oficio de agente doble que, en el caso de los buenos poetas, es un muy privilegiado mirador para calibrar el alcance de ciertas cualidades. Y, además, no cualquier traducción: la del libro Stag’s Leap, «El salto del ciervo», de la estadounidense Sharon Olds (San Francisco, California, 1942), poemario que fue galardonado con el premio Pulitzer de 2013. Y que por muchos y complementarios motivos bien puede ser considerada una obra poética especial. Apareció en Igitur, en 2018, en traducción que, junto al poeta, firma también Eduard Lezcano Margarit. Estoy en medio de su fragor cotidiano y valiente, avanzando por su calendario vital de intensidad, lucidez y dolor, asombrado y tratando de seguir la recta vía. Y su lectura, la cercanía a una verdad tan honda como la que emerge de este libro, es un motivo de gran agradecimiento al “misericordioso” poeta ahora premiado. (14 noviembre 2019)
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