A VUELTAS UNA VEZ MÁS CON LA AUTOESTIMA
Obra de Jason Richard Bowyer. |
«EL TIEMPO NO ES INFINITO», DICE EL PROFETA
Eric Marette: Retrato de anciano. |
Velázquez: La fragua de Vulcano, 1630. Museo del Prado, Madrid.
«¡A ver, Vulcano! —dicen testigos dignos de crédito que dijo Apolo al llegar a la Fragua—, que no digo yo que haya sido aposta, ni que todo se deba a tu cabreo por el hecho de que Venus te la esté pegando frontalmente con ese pendenciero de Marte… Pero tendrás que poner más atención a la hora de asegurar el reciclado de residuos porque has vuelto a liarla en las Fortunatæ Insulæ, y Júpiter the Boss tiene un cabreo importante con tantos gases, piroclastos, lavas, bombas, cenizas y, sobre todo, lapilli, mucho mucho lapilli…». Dicen también que el divino cojo miraba a su interlocutor y no lograba salir de su asombro. ¿Se sentiría culpable?
Alice Neel: Marxist girl (Irene Peslikis), 1972. The MeT, New York. |
(Al filo de los días). Adiós a Mario Camus. Le debemos horas de placer cinematográfico y una (al menos) de las obras maestras indiscutibles del cine español: Los santos inocentes. Gracias a mi amigo Rubén Duro, y con ocasión de un homenaje al naturalista Aurelio Pérez (tío de Rubén), que fue el criador y adiestrador de la famosa Milana Bonita, la grajilla que se posaba en el hombro del Azarías, pude en una ocasión mantener una grata conversación con él y comprobar, en la distancia corta, su austero pero firme sentido del humor y su gran humanidad. Buen viaje, maestro. Volveremos una y otra vez a las imágenes tan cargadas de arte y verdad.
Rosa Bonheur: Cabeza de un burro (s. XIX). |
EL ESCARPÍN (O MATERIA SUSTRAÍDA AL CONTRABANDO)
Sophie Loizeau: Ange aux escarpins turquoise, s.f., s.l. |
Antonio Martínez Sarrión fotografiado por Claudio Álvarez.
(Al filo de los días). Ha fallecido el poeta Antonio Martínez Sarrión, tal vez el más “moderno” (hay epítetos triunfantes) de los Novísimos y el único mesetario de entre ellos, en una antología fraguada en la otrora fulgente Barcelona y al socaire de mares venecianos. Lo conocí y traté fugazmente, con ocasión de vidriosos y más bien tristes certámenes literarios, y lo leí con gran atención, atraído sobre todo por su facilidad para convertir el poema en algo muy parecido a una secuencia cinematográfica o una ráfaga de jazz, querencias ambas muy presentes, y no sólo de manera formal, en su poesía. Me interesaron mucho y disfruté con sus memorias, en especial con Una juventud (1996), en la que, entre otras gentes y experiencias notables, comparecía de refilón mi querido amigo y vecino (puerta con puerta) el diplomático Sergio Pérez-Espejo, coetáneo suyo y también recientemente fallecido. Aquellas páginas fueron objeto de minuciosos comentarios, chanzas y hallazgos algo más que curiosos. Ahora se me aparecen casi como escenas de otra vida. Tengo pendiente la lectura de su obra última, de la que me han llegado las mejores referencias. Será mi homenaje a un hombre que, junto con la revista Barcarola, contribuyó a que el nombre de Albacete (superada la ominosa rima y los nefastos rastros de los cazapremios ) apareciera bien rotulado en el mapa de la poesía española. Descanse en paz.
Julio Castellanos: Retrato de hombre, 1925. Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires. |
Había olvidado su nombre —acaso Segismundo—, aunque su presencia seguía viva en cada uno de los movimientos de resistencia que me veía obligado a realizar al fondo de la cueva para soñarla palacio y volverla habitable, o al menos libre de la sordidez devastadora y su hueste acostumbrada. Sabía que algunas de sus palabras, al pasar a mi boca, estaban germinando al borde de la putrefacción, pese a lo cual, separados los mohos más obscenos, aún me servían para alimentarme y lograban provocarme sueños felices. Muy felices. Por eso he de considerar como un signo muy dadivoso del destino que hoy haya regresado intacto con el nombre verdadero que esconde sin escindirlo su nombre irrepetible: Siggurbes el Rojo.
R. Scort: Tres mujeres africanas, s.f., s.l. |
Cuando entramos, el rito estaba en plena representación. La hermana, con cuidadosa dicción que sorteaba con gran habilidad las trampas de la fonética francesa, avanzaba por la epístola con convicción extrema y lograba infundir un sentido próximo y creíble a las palabras ceremoniales. Cuando concluyó, las estrofas del salmo brotaron como ráfagas de voces transparentes acordadas sobre el zumbido de la sordina y, en su bellísima tesitura, volvían una y otra vez a la sorpresa prevista de las modulaciones que, casi como si fuera una lámina de agua rizada por el viento, allí se remansaban, mientras fuera la tarde parecía a punto de rendirse a las primeras sombras y los sonámbulos comprendían que su hora estaba a punto de llegar.
Combate heroico en el púlpito de la iglesia de San Agustín de Zaragoza en el segundo sitio de 1809, 1887. Museo del Prado., Madrid. |
La noche estaba a punto de concluir y parecía dispuesta a irse, por decirlo así, de rositas, sin una triste entrega valorable ni nada útil para plantarle cara al ya cercano otoño y sus postrimerías. Pero, de pronto, como brotada de una fuente subterránea de imposible detección, salieron a la luz, por separado, pero sin duda atraídas por un secreto imán, una imagen y una frase (esta al parecer pronunciada por JB en ocasión no olvidada) y se depositaron a la vez en la pantalla de este modo: «CUALQUIER HOMBRE QUE SE SUBE A UN PÚLPITO Y SOSTIENE QUE TIENE LA SOLUCION PARA LA HUMANIDAD ES UN MISERABLE».
Miguel Zapata: Sin título, 1978. (Tomado de Subastas Segre, catálogo Pintura y Escultura; septiembre 2021). |
Todo se debió a que Louismarie Sánchez, de Rouen, que como persona era una verdadera pécora en sí mismo, había oído que Madame Geneviève, tan orgullosa como estaba de su hijo, tenía la esperanza, casi estaba segura, de que un día el niño alcanzaría una gran dignidad: «Yo creo que será por lo menos obispo», dijo con un guiño de ojos que a todas luces quería indicar que estaba bromeando. Pero Louismarie se hizo voces y a partir de aquel momento por todos los claustros, patios y campos de fútbol del colegio se corrió la voz: «Muchachos, no os lo perdáis, entre nosotros tenemos un futuro l’évêque». (Eran los tiempos en que cierto giro afrancesado, a imitaciòn de las clases de père Ignace, formaba parte habitual de la jerga escolar). Y el sobrenombre, como suele ocurrir en internados y otros apriscos, ya fue imparable. Al poco tiempo, Michel pensó que lo mejor sería rendirse a la evidencia. Y fue entonces cuando adoptó el seudónimo con que años después se haría famoso, odiado y admirado a partes iguales, pero sin duda convertido ya en “todo un suceso”.
«... y poco a poco los diálogos se iban convirtiendo en susurros y las palabras se iban transformando en gotas de lluvia que caían como a cámara lenta sobre el empedrado de la calle vacía».
Joseph Larusso: Los lectores. |
Hilma af Klint: The Swan, No. 10; Group IX/SUW, 1915. |
(En voz alta). En efecto, Omar Little, el personaje más querido de The Wire, está ya a la altura de los seres de ficción que más admiramos y a los que debemos inmensa gratitud. Sergio del Molino lo cuenta con envidiable tino, gracia y cercanía. Descanse en paz Michael K. Williams.
Autor no identificado: Músicos callejeros en la Puerta de Alcalá. 1977 Pitarch Team. |
No hay que preguntarse —o acaso sí, pero en voz baja— de dónde viene la música. Lo único que importa en esos casos es dejarse llevar, prestar atención con todo el cuerpo y, si la ocasión es propicia, empeñar también el alma. La música hará el resto, siempre lo hace. Y cuando ocurre, esta farsa parece que tiene algún sentido.
(En voz alta). Pasen y lean. Un recorrido en verdad útil por la obra de GHB, vista como un todo, con muy brillantes confrontaciones con otros narradores contemporáneos (el obispo sarraceno Houellebecq o el brookliniano Auster, por ejemplo, sin olvidar al imprescindible K., origen de un linaje) y un itinerario de muy cómoda lectura, aunque puede que su aparente sencillez pueda llevar a engaño.
Henri Rousseau: La encantadora de serpientes (detalle), 1907. Musée D’Orsay, París. |
En voz alta). Muere Jean Paul Belmondo. Oh. No es sólo una exclamación de sorpresa, sino el título de la primera película suya que vi. Y la primera palabra que se me ha venido a la boca. Disfruté mucho con su gran fuerza interpretativa y su muy cercana y tan amable fealdad, ese rostro a mitad de camino entre un carnicero de plaza de abastos de provincia y un boxeador sonado. Siempre he creído que le dio más a sus míticos directores que a la viceversa. Y por lo general estuvo a la altura de todos sus papeles, a menudo muy por encima. Que la tierra le sea leve.
Miraba el infinito, erguido.
La niña Clea, desde muy pequeña, estaba acostumbrada a compartir todas sus cosas. Si tenía manzanas, repartía manzanas; si caramelos, caramelos; avellanas cuando era la época y figuritas de mazapán por Navidad. No solo por eso, pero también por eso, tenía muchos amigos. Y casi todo el mundo la quería. Había algo, sin embargo, que nadie había conseguido averiguar: qué llevaba dentro del fardel que siempre portaba consigo y acerca del cual se rumoreaban las más variadas y peregrinas suposiciones, pero sin llegar a ninguna conclusión convincente y sin que apareciera nadie que a ciencia cierta supiera lo que quizás solo yo pude descubrir un día, pero que no pienso revelar nunca. O al menos no mientras permanezca en la cárcel.
«Paradojas», Daniel Díez Trigo. |
Representación de La taberna fantástica, de Alfonso Sastre, en Falces (Navarra).
Percutían los dedos sobre el barril del tabernucho con un ritmo tan perfecto y alegre que todo aquel decrépito escenario se transfiguraba, e incluso las personas, unos pobres desechos de humanidad dejada al margen, alcanzaban un aura de elegancia tan excepcional que parecían estar diciendo: «¡Píntame!». Y siempre había un Velázquez, un Kafka, un Grosz o un Valle que se aprestaba a hacerlo. Y muchos sastres, claro.
(LUN, 997)
Calle en Eburia, noche. Foto AJR,2020. |
Pieter Bruegel: «Meando contra la luna», de la serie Doce proverbios flamencos, 1558. Museo Mayer van den Bergh, Antwerp (Bélgica). |
Hacía tiempo que el cuentista sabía que su empeño era por completo inútil. Nunca conseguiría acompasar la micción de sus relatos con el sonido lunar de las noches, el desconcierto de las maniquíes o la destreza manifiesta de los pudibundos fabricantes de cachirulos onomatopéyicos. Pero insistía: la to’zudez, cultivada en las áreas más feraces de su dilatada heredad, era su única virtud. Tal vez incluso ya su única muestra real de vida. Y a ella se aplicaba como si no hubiera ayer.
(En voz alta). In memoriam, Mikis Theodorakis. Aunque es mucho más conocida la banda sonora de Zorba, el griego, indisolublemente unida al sirtaki bailado por Anthony Quinn, el peculiar estilo compositivo del músico que acaba de morir brilla en otras muchas obras, entre ellas en esta excelente película de Costa-Gavras. Que la tierra le sea leve.
Entrada tapiada de los antguos cines Duplex. Foto AJR, 2021 |
Anónimo/Desconocido: El camino de la Luna. |
(En quince gestos)
Sobre el tatami,
ojos de furia noble,
una guerrera.
El gesto erguido,
las manos: lanzas, cuencos:
la gran quietud.
El grito nace,
desde el fondo del cuerpo,
del alma alerta.
Una columna
de músculos unidos
por el cerebro.
Sus golpes son
lecciones para el aire:
pura verdad.
(En voz alta). El poeta, disfrazado de veraneante, llega a Soria y encuentra el (la) jukebox de Handke y aún funciona. Agosto tiene estas cosas. Y a veces hasta provoca cambios de planes: por ejemplo, sustituir el recorrido de la 630 por el de la 110. Arterias pecuarias, al fin y al cabo. Una escritura tatuada en la cabeza de Extremadura. No se la pierdan.Foto de Daniel Díaz Trigo
(En voz alta). Muy interesante, incluso para discrepar de algunos de sus puntos de vista, me ha resultado este artículo, que sobre todo evidencia la inmensa riqueza y las infinitas posibilidades (o casi) de una lengua sin orillas. No deja de ser significativo que el artículo conviva en el periódico con la crónica, unas páginas más atrás, «El difícil legado de la caída de Tenochtitlan», de Francisco Manetto, en la que se ponen de relieve los muy discutibles argumentos del gobierno mexicano al hacer balance del pasado y proyectarlo, de forma harto desenfocada, sobre las circunstancias presentes. El sentimiento de pertenencia a un gran mundo unido por una forma variada pero comprensible de nombrarlo debería ser a estas alturas un patrimonio con el consenso suficiente como para impulsar verdaderas fraternidades y otras formas de mutuo reconocimiento. Pero aún serán necesarias unas cuantas revoluciones culturales, a uno y otro lado del océano, para que lo que resulta evidente a los ojos y las mientes de cualquier lector desprejuiciado —que hispanos e hispanoamericanos habitamos el inmenso territorio común de la gran Mancha nombrable por un mismo y riquísimo idioma— sea también operativo en el vidrioso terreno de los intereses políticos más miopes y egoístas.