Henri Rousseau: La encantadora de serpientes (detalle), 1907. Musée D’Orsay, París.
Aquella noche, al abrir la jaula, se dio cuenta de que sus ocurrencias se habían vuelto por completo inofensivas y decidió dejarlas en libertad. Pero las bestias, con ojos desvalidos y el pelaje ya muy castigado, se agruparon en un rincón del cubil y no mostraban interés alguno por aquel mundo exterior donde alguna vez habían gozado de todos las emociones de la vida salvaje.
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