Siempre la cantidad conseguía engañarle. Apenas necesitaba un grano, pero sin saber cómo se veía avanzando por la calle de cantos puntiagudos arrastrando el saco entero. ¿Se deberá a eso su oficio de charlatán? Y ese andar tan desmadejado, patarrete, como quien acaba de salir de la cuadra con las cántaras de la leche recién ordeñada, ¿se deberá a eso? Nada sabía a ciencia cierta. Bastante tenía con tratar de encontrar la tienda de ultramarinos para hacer el recado. De lo contrario, se vería obligado a salir del sueño por la puerta falsa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario