Imagen de autor desconocido, tomada de un anuncio de Agrocampo. |
Lo ve todas las mañanas en el balcón de enfrente, encaramado en la barandilla con enorme elegancia y manteniendo una posición de equilibro casi inverosímil. Da la impresión de que no siente ningún miedo a caerse, acaso porque sabe que tiene más oportunidades bien guardadas en su naturaleza y que nada en la vida es comparable a la sensación de poder sentir el espacio gravitando alrededor del cuerpo, mientras uno está instalado en la más completa quietud. La otra noche le pareció verlo merodeando por uno de sus sueños indóciles. Aunque tal vez se confundió y aquellos ojos verticales y prietos como un corredor sin salida probablemente fueran los de Voyou, el gato francés con el que compartió unos meses, tal vez algo más de un año, de su vida. En los días de la peste, estas imágenes van y vienen como a su antojo y a veces él tiene la impresión de que se le quedan mirando.
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Voyou era el nombre del gato de mi amiga bordolesa Mireille Tabouy.
Tenía mucho carácter y una especie de pajarita blanca en el cuello (el gato, claro).
Curiosamente, durante el tiempo que conviví con él yo leía con gran entusiasmo
las obras de Rimbaud, al que algunos de sus amigos también llamaron «Le Voyou».
Coincidencias.