viernes, 27 de marzo de 2020

El Orador

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«Las paredes oyen». Ilustración tomada de la web de Enrique Dans.
Pasaba por el salón camino de la terraza, en mi enésimo paseo en bucle, cuando del otro lado del tabique me llegó el sonido de una voz muy bien modulada que enseguida me atrapó por su poder de convicción. Como tenía el móvil en el bolsillo, lo saqué, lo puse en modo de grabación y aquí queda lo que se registró. Me he limitado a puntuar el texto, tal vez —lo aviso— un poco largo para los usos de estas NUL, pero no me he atrevido a extractarlo para que no se pierdan el tono, el fraseo ni la cantinela. Como, además, en los días de la peste el tiempo se ha transformado en una materia extraña —¿una gran barra de hielo compacto que se va derritiendo gota a gota?—, incluso puede considerase un especie de servicio público a favor del IMPRESCINDIBLE QUEDARSE EN CASA el ofrecer completa la transcripción. Aquí va: «La cuestión —dice con convicción el Orador— estriba en saber sobre qué bases se puede reflotar un sistema que, en un porcentaje muy elevado, no es ya necesariamente productivo ni siquiera “real”, sino “consumitivo” y cada vez más “virtual”, basado en relaciones cuyo significado más importante es ya sólo la cantidad de veces que se producen, los clic en cada celda o casilla. Producir lo suficiente para comer lo necesario, que ha sido el dilema mayor de buena parte de la historia humana, es ya una frontera superada hace tiempo: el problema es la distribución y el equilibrio de las fuerzas e intereses en liza para que el sistema no colapse. [...] Tal vez alguien esté maquinando —y es la hipótesis más terrible— con la idea de que a la humanidad le iría mejor si se suprimieran hasta dos o tres mil millones de sujetos de golpe; e incluso si se prescindiera por completo de la natalidad. Pero, hasta en esa terrible maquinación (Hitler, Stalin, Mao y algunos otros sátrapas la pusieron en marcha), lo complicado es cómo cambiar instintos y hábitos ancestrales sin producir un insoportable dolor que, por otro lado, pueda alentar y dar cauce a rebeliones fuera de control. Tal vez por eso hace tiempo que funcionan a tope los sistemas de anestesia social, cuyo conducto de suministro masivo son las redes de ocio sin fin y la sociedad de parque temático siempre abierto hacia la que nos dirigimos, si es que no estamos ya plenamente instalados en ella. Y, después, están las variables incontrolables o difícilmente predecibles, de las cuales la más importante es la evolución de los fenómenos geográfico-meteorológicos que conocemos como “cambio climático”, sin duda el mayor problema al que se enfrenta no tanto el planeta, que gira ajeno a esas “menudencias”, como la vida que tiene en él su asiento y en particular la noosfera, la parte consciente. Así las cosas, ¿vamos hacia un novísimo New New Dial, similar al que relanzó a USA, y en parte al mundo, tras la Gran Depresión? Puede. No me extrañaría nada que una de las medidas acordadas, cuando la situación crítica comience a remitir, fuera una General Distribución Estatal y Comunitaria (GDEC) de “PIENSO PARA COBAYAS”, con la condición de seguir pedaleando en la rueda del sistema y a cambio de una restricción acordada de cualesquiera otras veleidades. Esto suponiendo que no quede todo en manos del “PUTO AZAR” (sic) y que, literalmente, se nos venga encima una catarata de palos de ciego nacidos del desconcierto generalizado de una clase política integrada por sujetos entre los que no son precisamente minoría aquellos acerca de los cuales no es peregrino pensar que la médula espinal no conecta con el cerebro. O, que si lo hace, es sólo de forma intermitente, a golpe de tuits, tics y toc. Sea cual sea el escenario, la reivindicación que debe abrirse paso es obvia: QUE NOS PAGUEN POR LOS DATOS, queremos ser reconocidos como sujetos de derechos en el funcionamiento del sistema y cobrar dignamente por ello. He dicho». Fin de la transcripción. Cuando acabó el discurso, yo ya estaba contemplando desde el mirador de la terraza la calle casi vacía y triste, y en mi cabeza no dejaba de martillear aquella frase que me pareció una auténtica revelación: «pienso para cobayas, pienso para cobayas». Es terrible pensarlo, pero tal vez en breve estemos luchando solamente por eso.
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