«Hombre asomado a la ventana», foto libre de derechos, de autor desconocido. Tomada de Fotosearch Silver. Editada. |
Como llegó el día y no cesaba el confinamiento, fue en busca del Augur, no porque creyera en sus embelecos sino por puro folklore.
—¿Qué es lo que desea?
—No sé, un servicio rápido. Y que no implique ningún sacrificio animal.
—En ese caso, mire en el menú 5: Tarot, Runas, Manos, I Ching o el Libro de las Suertes.
—Todo muy visto y bastante latoso. ¿No tiene algo más sencillo?
—¿Qué tal unas tabas en tirada doble cruzada?
—¡Quite, quite, los huesos traen mal fario!
—¿Le van bien unos posos? Tengo por acá un café turco de gran calidad.
—No, el café m’altera mucho pero mucho mucho.
—Pues no sé qué otra cosa ofrecerle. ¿La carta más alta, baraja española?
—¡No sea usted vulgar hombre!
—Tal vez una moneda al aire y cara o cruz.
—¿Y usted se llama augur? Me parece que es usted un caradura,
—Caballero, que sea usted un bicho raro no le da derecho a dudar de mi profesionalidad. ¡No se conforma con nada!
—¿Sabe qué le digo?
—Si habla, quizás...
—¿Y no podríamos jugarnos la adivinación a los chinos?
—¿A los chinos? ¡Pero usted está loco! O quiere buscarme la ruina. ¡A los chinos! Con la que está cayendo... ¡Quite, quite!
—Entonces...
—Mire, vaya usted en busca de otro augur que en realidad yo soy un zapatero de Astorga y sólo hago esto en mis ratos libres para sacarme unas perrillas.
—¡Ah, truhán, al fin lo he desenmascarado! ¡Pensé que no iba a confesar nunca!
—¡Corten! Toma buena.
En el patio de luces resonó la voz del vecino del cuarto, otro confinado más, al que le habíamos dado el papel de director. Y por esa tarde concluimos el ensayo del rodaje de la obra de teatro que pensamos filmar tan pronto como nos libremos del encierro y de la peste. Además, ya había llegado la hora de aplaudir.
—¿Qué es lo que desea?
—No sé, un servicio rápido. Y que no implique ningún sacrificio animal.
—En ese caso, mire en el menú 5: Tarot, Runas, Manos, I Ching o el Libro de las Suertes.
—Todo muy visto y bastante latoso. ¿No tiene algo más sencillo?
—¿Qué tal unas tabas en tirada doble cruzada?
—¡Quite, quite, los huesos traen mal fario!
—¿Le van bien unos posos? Tengo por acá un café turco de gran calidad.
—No, el café m’altera mucho pero mucho mucho.
—Pues no sé qué otra cosa ofrecerle. ¿La carta más alta, baraja española?
—¡No sea usted vulgar hombre!
—Tal vez una moneda al aire y cara o cruz.
—¿Y usted se llama augur? Me parece que es usted un caradura,
—Caballero, que sea usted un bicho raro no le da derecho a dudar de mi profesionalidad. ¡No se conforma con nada!
—¿Sabe qué le digo?
—Si habla, quizás...
—¿Y no podríamos jugarnos la adivinación a los chinos?
—¿A los chinos? ¡Pero usted está loco! O quiere buscarme la ruina. ¡A los chinos! Con la que está cayendo... ¡Quite, quite!
—Entonces...
—Mire, vaya usted en busca de otro augur que en realidad yo soy un zapatero de Astorga y sólo hago esto en mis ratos libres para sacarme unas perrillas.
—¡Ah, truhán, al fin lo he desenmascarado! ¡Pensé que no iba a confesar nunca!
—¡Corten! Toma buena.
En el patio de luces resonó la voz del vecino del cuarto, otro confinado más, al que le habíamos dado el papel de director. Y por esa tarde concluimos el ensayo del rodaje de la obra de teatro que pensamos filmar tan pronto como nos libremos del encierro y de la peste. Además, ya había llegado la hora de aplaudir.
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