martes, 21 de marzo de 2023

LAS COSAS DE NOSTRA (EN EL OJO MISMO DE LA ACTUALIDAD)



—De Tamames, precisamente —me interpela Nostra nada más verme en el parque, junto al piano de Beethoven— quería yo te hablar. ¡Vaya marrón, tú! Aún recuerdo la tortura que nos dio allá por los sesenta, casi setenta ya, figurate, che, con su estructura económica de España, libro sin duda muy meritorio y obsequioso e influyente, en contraste con aquel peñazo del llamado Sampedro, en el que, dicho sea al trantrán y respecto tanto del libro como en cuanto al autor, ya te digo, solía ciscarse a modo y a menudo el penene aquel de la Facul, no mucho antes de los días aquellos en que O’Rivas y tú, que me lo sé yo de buena tinta, os cachondeabais de los delirios napoleónicos de la Llorca y etc., etc…
Ocurre a veces, y esta es una, que Nostra se echa a hablar como si no hubiera mañana ni acepción de personas. Él, naturalmente, sabe que yo cuento estas cosas aquí, aunque no creo que las lea, y un poco al estilo del ventrílocuo por el que a sí mismo se tiene, y teatrero en grado sumo que se sabe, siempre trata de enredarme en sus cosas para así, dice, reforzar la credibilidad del asunto, «que si no estas señoras se van a creer que todo es fricción neuronal, cagüendies…»
Como vi que sesteaba un poco me propuse animarle.
—Ya que saca a relucir al profesor Tamanes, por qué no se aventura un poco más y me refresca la aventurilla aquella de «El Libro de la Aventura»…
—¡Andá! —da un respingo—, ¡pues es verdad! ¿Me acreditarás si te digo, bandarrilla, que se me había ido la cosa por completo del flux…? ¿Y tú cómo sabes de eso, tolai? Bah, seguramente ya te habré referido moimême la peripecia..
—Algo me ha dicho, sí, muy por encima; pero si no le importa reiterarse...
—¡Vaaale! Espera que saco el puntero y me arremango. Vean que cuento, señores, si ustedes tienen paciencia, un muy afamado asunto que ocurrió en la nuestra tierra… ¡Buah! ¡Vaya toalla! El libro aquel fue un invento del eximio profesor, que siempre ha sido muy hábil en los más variopintos asuntos, asuntejos, negocios y propiamente bisnes. A menudo pergeñados con originalidad y hábil despliegue, y siempre con un afinado olfato comercial, o sea, con pasta gansa de por medio. Un tipo listo, sin duda, provisto no sólo de méritos académicos sino de evidente talento social. También un tanto maniobrero en la cosa pública, como sabe bien el alcalde Barranco, ya ha llovido, el cual más de una vez ha contado cómo fue desalojado del sillón edilicio del Foro por obra y gracia de un voto acaso un tanto artero del entonces concejal Tamames, nuestro héroe.
Tras breve pausa, el profeta continúa:
—Con el susodicho libro de la aventura se trataba de darle cierto cariz literario y periodístico, amén de mediático, al otrora famoso Camel Trophy, una de esas competiciones motorizadas de riesgo, dedicándole una publicación vistosa y sugerente, con firmas de prestigio, e ilustrada a toda pastilla… y derrapando. Don Tamanes, en tratos directos con una importante agencia de publicidad, creo que McCann, organizó todo el sarao y luego recurrió a la editorial en la que yo curraba entonces para publicarlo. Detalles varios sin tasa te podría referir. Pero lo más llamativo del asunto, y probable causa causante por la que el afaire y su desgaire no se me escurren de la perola, es que durante varios momentos de la gestación del invento el susodicho Don, por algún ringorrango que no viene al caso, se pilló un rebote de tres pares de cogollos y un cabreo galopante como he visto pocas veces. Y lo que con total seguridad no he visto nunca es el punto desaforado de humillación a que sometió, ante todo el equipo de edición y en plena sesión de trabajo, a un colaborador suyo, al que recriminó quién sabe qué despiste con voces airadas, graves insultos y un ataque de ira tan descomunal que aún estoy guipando las caras de asombros de toda la concurrencia. Un asunto feo, muy feo, ya lo creo. Y el caso es que…
Nostra se quedó pensativo unos instantes y, levantando un poco la cabeza hacia las nubes, se puso de pie y me dijo que se tenía que ir, que andaba algo apretado y se le estaba yendo el oremus.
Lo estoy viendo caminar parque arriba, con paso no diría que firme pero tampoco inseguro, y mirando de cuando en cuando hacia el banco donde yo me he quedado como el que dibuja círculos en el aire. Cuando estaba llegando al fin de la cuestecilla se para y me grita:
—Luego te posteo, si la encuentro, una foto que se publicó en ese libro. A ver si te cumple y se te acomoda para tus enredos, Tribulete.
La foto no tardó en llegarme. Es la que acompaña este texto. Tiene su punto.
(LUN, 437 ~ «Las cosas de Nostra»)

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