(En voz alta). Como ha ocurrido a lo largo de la historia con todos los avances tecnológicos, lo más preocupante de su invención es el uso malvado que pueda dárseles. Que, de hecho, se les ha dado. Con la llamada Inteligencia Artificial ocurre lo mismo y este breve pero, a mi entender, esclarecedor suelto de Javier Sampedro lo pone en evidencia. Junto a la regulación del tipo de aplicaciones que aquí se plantea, por completo pertinente y urgente, cabe volver a recordar que la peliaguda cuestión de los derechos neuronales —vuelta de extrema y radical urgencia al socaire de la masiva obtención, acarreo y manipulado de todo tipo de datos sobre nosotros, incluidos (y especialmente) los que podíamos considerar de naturaleza ontológica— sigue no sólo pendiente sino cada vez, me temo, más olvidada. Como si, de hecho, hubiéramos empezado a dar por perdida una batalla en la que nos jugamos, probablemente, nuestra supervivencia como especie digna de ser llamada libre.
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