Tras meses sin verle la cara, esta mañana me he encontrado con Nostra, el Profeta de la Prospe, justo delante de los jardines de Medardo Fraile, un rincón muy ameno y soleado del barrio, antes conocido como “el parque del Huevo”. Lo he visto en espléndida forma, erguido, con la barba impoluta, tirando a elegante aunque sin perder su habitual aire de desaliño. Iba, además, muy bien acompañado, femeninamente, y se ha sonreído con un brillo de complicidad cuando me he acercado a saludarlo. Nuestra breve conversación me ha sido muy útil. Además de mostrarse muy afable, me ha insinuado la posibilidad de que nos viéramos en los próximos días e incluso con cierta periodicidad, y «te voy contando con detalle esos años de mi vida que al parecer te interesan». Se refiere, supongo, a las confidencias, no sé si fabuladas, que alguna vez me comenzó a hacer sobre los inicios de su vida laboral, cuando —dice— iba para crítico literario, después de haber cursado algunos años de filología clásica en la Complutense y «tras un empleo bastante bien remunerado, no te vayas a creer, en la Editora Nacional, donde me ocupé, entre otras obras, de la revisión ortotipográfica y de la corrección de estilo de varios títulos de la Biblioteca de la Literatura y el Pensamiento Universales, siempre a las órdenes del Gran Tolondretas, que por cierto he oído que acaba de transitar, y justo antes de que me embarcara en la que sin duda fue la tarea más divertida de mi vida y que tú tambien conoces: la creación del Aula del Sol, donde, como quizás ya intuyas, me ocurrieron algunas ‘fazañas’ que acaso soporten un buen cuento». Así que he quedado con él para vernos en breve. A ver qué da de sí la cosa. Porque con Nostra nunca se sabe.
(LUN, 476 ~ «Las cosas de Nostra»)
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