Mucho antes que a la reina de ese nombre, antes incluso que al pájaro, o puede que de forma casi simultánea, diría que los niños no estrictamente rurales de mi generación la primera Urraca que conocimos fue aquella Doña Urraca de tebeo que, si no recuerdo mal y Google no me engaña, leíamos en Pulgarcito: su porte de pajarraco, su gran nariz curva, su cara de muy mala leche, su inseparable paraguas… Parece ser que la intención fue la de crear un personaje de terror maligno, a mitad de camino entre bruja y vampiro, servidora del mal y en busca siempre de alguna fechoría. No sé si lograba sus propósitos. Miedo nunca me dio. Haciendo memoria, creo que siempre me pareció un mariquita disfrazado de vieja, con una máscara de cabreo permanente que tal vez ocultaba alguna desgracia inconfesable, o no asumida, con aquel rictus de asco insuperable y su empecinamiento más que en la estricta maldad per se en hacerle la vida imposible al otro, en sembrar amargura. O, como se decía en términos estrictamente pandilleros, “no perder ninguna oportunidad de dar por saco”. Al parecer tuvo en algunas historietas el contrapunto de un personaje bobalicón llamado Caramillo. De este sólo me suena el nombre, pero sospecho que es por otra urraca doña bien real que conocí y a la que ese apelativo le iba como anillo al dedo. Cosas de la memoria. Caprichos del magín. Hay que dar cuenta de ellos, mientras se pueda.
(LUN, 468 ~ Serie Z/A)
No hay comentarios:
Publicar un comentario