El sheriff de aquel condado era un tipo divertido. Se acercaba poco a poco con pasos de andar altivo hacia ti y, ya muy cerca, mirándote de hito en hito, cuando más lucía el sol de un mediodía muy vívido, mientras sacaba su colt gritaba: «¿Fuego?». Y, con ritmo, sin más preámbulos, iba y te encendía el pitillo. Y después tú, mosqueado pero colaborativo: «¿Sabe usted, Chérif, que ahora mismamente está prohibido incinerar en la calle cilindrines?». «Ni idea, amigo!». «Pues no se lo tome a broma, que su estrella está en peligro». «¡Ni de coña, forastero!: al que se acerque, ¡lo trinco!». Y, ya como si tal cosa, nos reíamos, nos reíamos… en aquel, si duelo al sol, también remedo y delirio, broma del viejo Far-westy emboscada hasta aquí mismo.
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