Competían en el amanecer de aquel día tres imágenes o recuerdos o señuelos venidos cada uno de su propio espejo o fuente o alcancía: el cubo helado suspendido en lo alto del pozo, la campana de la iglesia de la aldea tocando en mitad de la noche de niebla del mismo día en que le contaron la leyenda de la santa compaña, y el frío atrapado en los surcos de las plantas de remolacha que había que entresacar en aquellos campos del premostratense Monasterio de Santa María de La Vid, cabe el Duero, allá por el frío invierno de 1969 y 70. Los tres rescoldos o tizones o penachos estaban dispuestos sobre la mesa del desayuno, a modo de naipes, y su mano temblaba al tener que elegir uno y sólo uno para reconstruirse en la historia de su vida. ¿Acertaría? Zinaida Serebriakova: Castillo de naipes (Карточный домик), 1919.
Museo Estatal Ruso de San Petersburgo.
sábado, 6 de noviembre de 2021
FRÍOS TÓPICOS O EL SUEÑO DE LOS NAIPES
(LUN, 935)
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