Camposanto de Eburia, uno de estos días. Foto AJR, 2019 |
Paseando entre tumbas repletas de flores y apiñadas como si no hubiera mañana, entre deudos llenos de deudas y entre vivos ya casi anquilosados, era difícil aceptar que el futuro común ineludible fuera a estar amueblado por tan pertinaz cultivo del mal gusto. Pero, como oía decir a su lado, «es lo que hay». De modo que se libró de aquellas rémoras y, enfilando el sendero de los altos cipreses —una matrona armada con un cubo se quejaba de que sus agujas ensuciasen las lápidas—, vino a variar el curso ya más bien agobiado de su mente. «La ciudad de los muertos», se dijo respirando profundo, «qué buen título».
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