martes, 26 de noviembre de 2019

Pandemonio

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Pieter Huys: El infierno, 1570. Museo del Prado, Madrid.
Aprovechando la confusión creada por las espitas de ácidos mórbidos —esa secuela íncuba del cambio climático—, demonios, dimonis, belcebúes y satanases, en estrecha y caótica mixtura con entes malignos de toda laya y perversión, comenzaron a aflorar por partes miles hasta convertir el ecosistema en un pandemonio de libro. Del Libro. La situación se volvió en verdad desesperada —y ya se sabe lo que reza el letrero a la puerta del Averno— cuando la caterva inmunda comenzó a brotar del interior de las propios criaturas humanas que, acaso por mera mimesis, tal vez por simple desidia beocia, se habían ido metamorfoseando, en sus adentros, en lo peor de sí mismas, y ahora no cesaban de proferirse en vómitos y ruindades. La circunstancia era en verdad oscura. Las peores profecías y jeremiadas, de las que tan a menudo habíamos hecho burla, parecían a punto no ya de cumplirse sino de instaurar el error como única y terrible realidad.
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