lunes, 11 de marzo de 2019

Música quebrada

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Llamador de viejas sombras. En una antigua puerta de Eburia. © AJR, 2019.

No es fácil entender qué es lo que pasa.
Si retiras la mente, se vacía
el fulgor de los ojos. Sopla el viento.
El cuerpo es una concha a la deriva.

Y suena entre sus huecos una extraña
melodía sin fin: la vieja caña
del pensar, el dibujo que porfía
por ganarse el fervor del sentimiento.
Así, como si fueran las palabras
el esquema de un juego de caballos
sobre el atroz tablero de la vida,
la luz al declinar descubre aciagas
sospechas, quiebra músicas. Milagro
es que puedas contarlo todavía.

1 comentario:

Alfredo J Ramos dijo...

Algunas reflexiones técnicas (por así decir). Recuerdo que este soneto, dentro de los que publiqué durante 114 semanas, formaba parte de una subserie, «Non Serviam», cuyo tema o asunto común era la reflexión sobre la propia forma soneto, un tópico clásico desde casi el origen mismo de la estrofa (prueba, por cierto, de su extraordinaria madurez y modernidad: ya entonces parapoesía). Pero en este caso, ese tipo de contenido quería que se percibiera “desde dentro”, no tanto empleando la típica forma autorreferencial —mención de la progresión del poema, uso de palabras técnicas del mismo: terceto, cuarteto, estrambote, rima— como proponiendo un ejemplo que invitara a hacer esa reflexión desde otra perspectiva. Y me pareció que eso podría lograrse desde el punto de vista de la música y el juego, una mezcla entre una disposición peculiar de las rimas y la organización interna de las estrofas, con cierta alusión al movimiento más singular sobre un tablero de ajedrez (correlato habitual de la superficie, pentagrama o partitura del soneto), que es, sin duda, el del caballo, con sus saltos zigzagueantes. Creo que fue entonces (y a eso alude) cuando se me ocurrió el título de “Música quebrada” y con él vi claro el salto que la “fórmula non serviam” iba a dar: un soneto que evidenciara desde su forma no canónica pero sí reconocible —de ahí las mezclas de asonancias con algunas llamativas consonancias o la “ruptura” de la disposición estrófica...— el carácter del juego como metáfora esencial del “arte de vivir” y el valor de la autoconciencia (“el darse cuenta del darse cuenta”, si se me acepta el bucle) como último resorte del sentido de la vida,es decir: el último refugio. O algo así.