Al despertar, trató de formular su plegaria matutina, pero no pudo. Las palabras eran formas vaporosas que descendían de su cabeza a su boca, estimulaban los flujos de la sangre cerca del corazón, y luego se deshacían entre los dientes como nubes de sal sin llegar a herir el aire. «Y sobre campana, trece», le pareció que tarareaba alguien debajo de la cama. Los inacabables días dulces seguían su curso.
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