Fotografía del Archivo de «La Nación». |
Y, de forma dudosamente espontánea, se me ocurre argüir: «Sí, maestro: en “las intersecciones de las calles y el tiempo” (que dijo el mago de Catroforte del Baralla), esas vaharadas de desconocido origen son tal vez la mayor certeza de la existencia de algún tipo de orden superior benevolente».
Borges fotografiado en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander. |
Y tras leerlo, escribo: «Fascinante. La adjetivación, digo: puro oro borgiano. Uno no ha salido del “proteico devenir” cuando ya le está pisando los talones la “carnavalesca”, que, aun siendo teoría, toma cuerpo y gana velocidad, hasta alcanzarnos de pleno en el centro de ese ojo de la mente al que sin duda le debemos la mayoría de los gozos y una parte nada desdeñable de las sombras que van jalonando nuestra vida. Memorable».
(Hablarle a Borges, 48). Dicen que Borges, en su “Nueva refutación del tiempo”, escribió: «¿No basta un solo término repetido para desbaratar y confundir la serie del tiempo? ¿Los fervorosos que se entregan a una línea de Shakespeare no son, literalmente, Shakespeare?».
Y, literalmente empujado por esa claridad, improviso: «... una línea, en sus al menos dos acepciones (renglón, camino), sus tres sugerencias (ser, o no ser, o no ser ser), sus cuatro esquinas (💾), sus cinco letras, sus seis síes, sus siete capitales... Sí, un “término” es bastante. Paradójicamente, nunca se acaba. Ni el tiempo tampoco».
Borges en 1981, Marcello Mencarini /AFP Leemage. |
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