Claude Lanzmann frente a Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, París años sesenta.
ARCHIVO BETTMANN
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(Lecturas en voz alta, 📖49). Como desconocía o había olvidado la relación entre Claude Lanzmann y Simone de Beauvoir, la noticia de la posible publicación de la correspondencia amorosa entre ambos (de ella a él) me ha pillado por completo de sorpresa. Y al tiempo que ha conectado referencias en mi cerebro (¿es así como se rejuvenecen las neuronas a partir de cierta edad?), también ha excitado al ser más cotilla que realmente curioso que, en mayor o menor grado, todos llevamos dentro, y al que, quienes tenemos tendencias algo fetichistas y sobre todo fácilmente mitificadoras, solemos rendir culto sin miedo, aunque sea bajo la excusa —muy razonable— de nuestro interés por la vida cultural.
La verdad es que suelen ser muy gratificantes estos conocimientos de intimidades de personas a las que admiramos por otros motivos. Y no pocas veces nos proporcionan claves que, sin ser definitivas, sí aportan perspectivas no sólo enriquecedoras para comprender mejor sus creaciones, sino sobre todo para entenderlas de una manera más cercana, con una aproximación que, en el fondo, nos permite disolver, siquiera por una fracción de realidad imaginada, la inmensa distancia que, si bien se mira, siempre se extiende entre dos seres humanos, por muy compenetrados —y hasta interpeneentrados— que se encuentren. El abismo son los otros.
Reportajes como estos, acaso no muy diferentes (salvo por su valor cualitativo) a las chismosas y permanentes tertulias televisivas, invitan a profundizar en ese misterio que siempre es la vida ajena —también la propia— y a calibrar desde una perspectiva, acaso más diáfana y asequible, el alcance y hasta el significado preciso de sus obras de creación.
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