Reconstrucción de un neandertal en el Museo de Historia Natural de Londres. |
Lecturas en voz alta, 60). Cada vez sabemos más cosas de nuestros primos neandertales. Y algunas, como este descubrimiento de sus facultades artísticas, vuelven también cada vez más misteriosa e intrigante su extinción. O la apariencia de tal, que ahora parece abrirse paso la hipótesis de que entre ellos y el homo sapiens pudo haber algo más que una mera coincidencia en el tiempo. Y que algo de neandertales puede que tengamos todos, y a mucha honra.
Dice uno de los investigadores citados en el reportaje que este descubrimiento supone el desmentido del relato del Génesis sobre los orígenes de la humanidad. Al margen de lo extraño, en términos estrictamente científicos, de esa afirmación (creíamos que hace ya mucho que el relato bíblico no se leía como un texto histórico), no deja de ser curioso que la relación Neandertal–Sapiens, tal como algunos paleoantropólogos la contemplan, tenga ecos bastante significativos de uno de los mitos genesíacos de mayor arraigo y perduración: el conflicto fratricida entre Caín y Abel. ¿No habrá en el trasfondo de ese relato, adánico y edénico, una cristalización simbólica de la memoria de una especie que no dudó en prescindir de otra para cultivar su propio medro?
Tal vez el Abel neandertal fuera abatido, no sabemos si voluntaria o solo colateralmente, por la quijada-arado del cainita Sapiens, que inmediatamente después lanzaría hacia el cielo su arma vital con el mismo gesto y similares resultados a los que Kubrick tan bien retrató en la famosa secuencia final de la primera parte de 2001: una odisea del espacio.
Poderosas sugerencias del amanecer del hombre. Y la mujer, que naturalmente ya estaba allí.
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