Ilustración de Eduardo Esttrada. |
jueves, 8 de agosto de 2019
Arte y telómeros
Las fuentes
Aguadores abasteciéndose en la fuente del Avellano, en Granada. Acuarela del siglo XIX, probablemente a partir de una foto. Imagen tomada del blog de Bruno Alcaraz. |
En noches como esta, hace alrededor de medio siglo o un poco más, recuerdo que por las calles empedradas de Eburia se desperdigaba una cola interminable de gentes que acudían con sus cántaros, cántaras, cantarillas, garrafones enmimbrados, botijos, botijas, alguna olla tripuda y otras alfarerías, a menudo portadas en carrillos de ruedas bajas, a las fuentes públicas de parco caudal y mucha paciencia para proveerse de agua potable y ver de remediar así una carencia secular de la muy noble y leal urbe. La circunstancia, ni que decir tiene, era ocasión propicia para charlas, chismorreos, juegos y todo tipo de bromas y chanzas sin malicia, o no tan Inocentes. Y mientras duró, junto con los puestos extendidos de melones de la Vega y sandías de Velada que se diseminaban por plazoletas y rincones esquineros, y con los baños en el entonces bronco Tajo, puede que fueran el verdadero santo y seña del verano y de sus ritos llenos de promesas e ilusiones que parecían interminables. Pero, como cantaban Los Módulos por aquellos mismos años, todo tiene su fin. Algunas cosas, felizmente. De otras..., mejor no decir más.
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miércoles, 7 de agosto de 2019
Las Catedrales
Pancho con la playa de Augas Santas, más conocida como «Las Catedrales», al fondo. A Devesa, Ribadeo, verano de 2009. Foto: AJR. |
Al igual que para otro amigo también ido, para Pancho el mar fue siempre “desde la orilla”. Ni el agua salada le hacía mucha gracia ni el ir y venir de las olas lograban entusiasmarle, incluso diría que le daban miedo o al menos le infundían un respeto disuasorio. Pero a veces, como aquel día cerca de Ribadeo, se le veía ensimismado a orillas de la playa. Era como si el sonido de algún concierto barroco, con graves y persistentes sonidos de rocas batidas por las olas, estuviera llegando hasta su prodigioso oído. Y esa música secreta que sólo él percibía parecía transportarlo a un estado de beatitud similar al que acoge sus cenizas desde hará pronto tres años.
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martes, 6 de agosto de 2019
Adiviendanza
Erik Werenskiold: Septiembre, 1883. Galería Nacional de Noruega, Oslo. |
Lamillo volvió a tomar la palabra, mientas Rosalinda la miraba atentamente:
—No ruega que yo les diga si ya sé su capital. Pero os lo digo y he dicho hasta el país ¿que será?
Lamillo reía.
Tú..., ¿también?
—No ruega que yo les diga si ya sé su capital. Pero os lo digo y he dicho hasta el país ¿que será?
Lamillo reía.
Tú..., ¿también?
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lunes, 5 de agosto de 2019
La hora violeta
Atardecer en Los Narejos, Mar Menor. ©️AJR, 2017. |
Vuelvo a ver en la tarde la caída
del sol: es un incendio sosegado,
pura armonía en grito, el rastro alado
de la entera belleza. El fin del día
del sol: es un incendio sosegado,
pura armonía en grito, el rastro alado
de la entera belleza. El fin del día
pone en mi corazón la melodía
del seguro final y los colores
de una escena rotunda: la agonía
de la luz y la muerte entre las flores.
del seguro final y los colores
de una escena rotunda: la agonía
de la luz y la muerte entre las flores.
El horizonte ardido en la penumbra
cada vez más brillante es una prieta
línea casi al alcance de la mano.
cada vez más brillante es una prieta
línea casi al alcance de la mano.
Con su último fulgor, mientras se alumbra
tu mirada en la sombra violeta,
la hora se cumple. No has vivido en vano.
tu mirada en la sombra violeta,
la hora se cumple. No has vivido en vano.
Güigüi: los días salvajes
Playa de Güi-Güi (o Guguy), en el oeste de Gran Canaria. Un lugar sólo accesible por mar o tras una larga caminata (unas 6 horas por terrenos difíciles) desde La Aldea. |
—¿Te acuerdas de los días de Güi-Güi?
—Cómo me voy a olvidar, si aún llevo sus huellas en mi espalda.
—El de la barca dijo que volvería a los dos días, pero se demoró una semana.
—Ya sabes, la hora canaria...
—Menos mal que Hari era hábil con el arpón...
—Eso decía, que se iba a pescar. Luego supe que en realidad compraba las doradas y las viejas a los pescadores.
—Licencias de juventud.
—Y aquel observatorio en lo alto del Risco, con una línea telefónica exclusiva tendida desde kilómetros de distancia.
— Y una escalera de vértigo. Aún recuerdo el miedo al subirla para hacer una llamada.
—Decían que era un observatorio de la Otán, para vigilar el tráfico atlántico.
—Y las leyendas de la isla, llenas de piratas.
—No se me olvida la cabaña de Escarlata, el único residente fijo, con su cama cubierta por un delicado mosquitero.
—También había una familia hippie, con un niña muy pequeña...
—Tendrías que contar con detalle los días de Güi-Güi...
—No sé, tal vez no den para mucho...
Y así, entretenidos con la charla y sus espejismos, terminamos de hacer, entre los dos, la cama.
—Cómo me voy a olvidar, si aún llevo sus huellas en mi espalda.
—El de la barca dijo que volvería a los dos días, pero se demoró una semana.
—Ya sabes, la hora canaria...
—Menos mal que Hari era hábil con el arpón...
—Eso decía, que se iba a pescar. Luego supe que en realidad compraba las doradas y las viejas a los pescadores.
—Licencias de juventud.
—Y aquel observatorio en lo alto del Risco, con una línea telefónica exclusiva tendida desde kilómetros de distancia.
— Y una escalera de vértigo. Aún recuerdo el miedo al subirla para hacer una llamada.
—Decían que era un observatorio de la Otán, para vigilar el tráfico atlántico.
—Y las leyendas de la isla, llenas de piratas.
—No se me olvida la cabaña de Escarlata, el único residente fijo, con su cama cubierta por un delicado mosquitero.
—También había una familia hippie, con un niña muy pequeña...
—Tendrías que contar con detalle los días de Güi-Güi...
—No sé, tal vez no den para mucho...
Y así, entretenidos con la charla y sus espejismos, terminamos de hacer, entre los dos, la cama.
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domingo, 4 de agosto de 2019
Diálogos de estío
Kazimir Malevich: «Bañistas», h. 1928-1929, Museo Estatal Ruso de San Petersburgo. |
Kazimir Malevich: «Bañistas», 1930. Museo Estatal Ruso de San Petersburgo. |
—La vida son cuatro letras.
—Tres para los franceses.
—Yo dejé de fumar hace quince kilos.
—De nuevo nos toca remar cabezabajo.
—España es un país atrapado en un espejo roto.
—No nos pongamos estipendios, que al final nada sale gratis.
La vida sigue. Las calles se vacían. El mar crece.
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