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Fotografía de Manuel Moreno tomada de la revista Oretania**. |
Tristeza enorme. En la madrugada del viernes pasado, por una nota de Alfonso González Calero en su boletín, me enteré de la muerte (ocurrida el 6 de enero) del periodista y poeta Manuel Muñoz Moreno, un amigo de juventud de imborrable recuerdo. Con esa necrológica y el posterior comentario que Manuel Juliá publicó en su muro de FB, donde daba cuenta de su valiente y serena forma de despedirse, volvieron en bandada algunas escenas de aquellos años (finales de los setenta y primeros ochenta), las noches por los Cuatro Caminos, las interminables conversaciones ambulantes, el afán por encontrar la forma de dar cauce a tantas inquietudes. Y también los empeños compartidos en torno a La Troje (la primitiva, con formato de revista: sólo salió un número), que se fraguó en las proximidades de La Voz del Tajo». En este periódico, y en la cercanía de José Antonio Casado, primer director profesional del nuevo lanzamiento de lo que había sido La Voz de Talavera, Manolo hizo unos meses de prácticas y se vinculó durante un tiempo con la ciudad, y allí conoció a Begoña, que sería su mujer.
Manolo era un espíritu libre y apasionado. Y un conversador exigente. No se conformaba con cualquier razonamiento, exigía matices y contrastaba lecturas. Y siempre sometía los apasionamientos teóricos al banco de pruebas de los hechos. Creo recordar que por entonces, al tiempo que cursaba periodismo (estudios en los que se doctoró), trabajaba como educador en un colegio de internos y estaba atento a los nuevos usos pedagógicos y muy concernido por la importancia de la enseñanza como elemento para modernizar un país que a duras penas iba saliendo de las prácticas autoritarias y la falta de libertad. No recuerdo haber hablado mucho con él de temas políticos, si bien me parece que compartíamos ciertas premisas libertarias, la valoración de la conciencia (y consciencia) individual como principio de transformación de la sociedad y una visión utópica que propugnaba la creación poética como instrumento para la construcción de una nueva realidad. Más o menos.
Nos vimos poco en los últimos años, creo que la última vez fue en el 99, con ocasión de ocuparse él, con mucho cariño y toda su gran profesionalidad, de la impresión de un libro de poemas de Sagrario Pinto, mi mujer, que había sido premiado en Puertollano. Hace poco más de un año o así vi su perfil en FB y le envié un mensaje, pero no obtuve respuesta. Tal vez sólo uno de esos dedos aprobatorios («el gesto de Nerón» los llama alguien) que apenas dicen ni significan nada. O quizá ni eso. Las redes son sitios raros. Comprendo ahora que muy probablemente ya estuviera enfermo. Pese a andar por acá varios “amigos” comunes y muchos conocidos, nada supe.
La forma de despedirse, con un poema muy suyo y una suerte de “mensajes póstumos” completamente lúcidos, como dijo Paco Caro, sorprende por su serenidad. Pero también es, de nuevo, muy suya. Tiene que ver con un temple poético y una honradez moral sin coartadas. Y, después de tantos años, es para mí una prueba de que el ser lúcido, pasional, atormentado y noble que conocí siguió manteniendo ese impulso vital hasta el último momento.
Que la tierra le sea leve. Fue un privilegio ser su amigo.
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Aquì puede leerse su poema de despedida, publicado en Oretania.