En la muerte inesperada de David Lynch, además de un profundo agradecimiento por la osadía y la nunca derrotada curiosidad, se me ocurre parafrasear la frase quevediana: si no siempre entendido, siempre perseguido. Y, en muchas ocasiones, admirado sin reservas. Que la tierra le sea leve.ç
Sobre Lynch, de nuevo. Qué buena y completa esta exposición de Quique Colmena. Y qué bien se complementa, a mi entender, con la necrológica poemática (digámoslo así) que le ha escrito Ariel Fridman (bajo estas líneas). Uno al lado de la otra, son un lujo: la verdadera e imbatible razón de ser de estas redes.
«David Lynch tiene un bar en París. Desarma peces y gatos y pollos. Deshuesar una falda es una figura de alto voltaje erótico. Se me antoja como analogía de quitarle la mini a una modelo. David Lynch regala collages con instrucciones para volver a armarlos. Un día va a juntar los restos de Laura Palmer y no nos va a gustar el resultado. David Lynch compone y canta unos bodrios infumables con asiáticas desafinadas. David Lynch rescribió la Odisea con una cortadora de pasto, un ciervo muerto, una cosechadora y un trigal. David Lynch tiene una página en la que te da la hora y el estado del tiempo. Si la melancolía no fuera más vieja que el diablo seguro la habría inventado David Lynch. Cuenta la leyenda que en Terciopelo Azul le pidió a Dennis Hopper que interpretara a Frank Booth y para convencerlo hizo que cortaran un par de orejas en ese rodaje. Que gringo hermoso. Podría haber nacido en cualquiera de estos pueblos de la Patagonia donde jamás pasa nada y no queda otra que añorar lo que nunca sucedió. La última vez que David Lynch se llevó una cámara al hombro. No pudo. Le alcanzaba el aire para decir la palabra acción pero le faltaba para corten. En su tiempo libre, que termino siendo todo su tiempo, diseñaba calzas para yoga: eran suavecitas como un chorro de erizo. David Lynch es mi héroe. Ariel Fridman se prepara el cuarto café y piensa en Dale Cooper: todos los días hay que hacerse un regalo. Ariel Fridman retoca la foto de un flamenco atrapado en una telaraña. Ariel Fridman escribe recetas para aprovechar el pan duro de ayer y los restos de vino seco en el fondo de un vaso. En los años del módem había un blog que homenajeaba a David Lynch, poeta de la cámara detrás de la pista de los narradores orales que mantenían con vida la tradición de ése o eso que llamamos Homero. Así filmaba David Lynch sus películas: como si pasara en limpio relatos orales. Manteniendo con vida lo vivo de estas vidas pero por celuloide. La pantalla de su lápida tendrá escrito caído en lucha contra el tabaco y las jarras heladas. Tres relámpagos en simultáneo sobre el Hotel Trump de Chicago a la hora de su muerte. El arbusto que no se consume en las llamas o la vida que entra en el muerto armado con partes de muertos según qué libro se lea. De todos los fenómenos naturales estudiados de Parménides para acá, las películas de David Lynch son el único inexplicable. Todavía no se sabe si fueron filmadas o no. Mientras uno se esfuerza por fijar la retina en un punto de la trama menos puede precisar si avanzan o retroceden. Si pesan o flotan. Si su carga emotiva es positiva o no. El momento dice que hoy dejó de filmar. Que yo soy el que soy. Dolor. Incertidumbre. Y la muerte en vestido de novia: luminosa como picos gemelos nevados al sol. Otro café sobre la barra en el bar de Norma. Y ya despiértate, nene. Un saludo para su sombra. Creo que hoy lloré». ARIEL FRIDMAN, en Facebook, 18 enero 2024; a las 17:08.
(CajaDeCitas, 43). No hay dos sin tres. Esta columna de David Trueba es un buen complemento de lo que hemos comentado estos días sobre David Lynch.
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