(Visiones en voz alta). Un penetrante aroma de viejo cine, la presencia sonámbula de Catherine Deneuve, superpuesta a la de su hija Chiara Mastroianni, dos secuencias grupales que parecen un homenaje al Kubrick de Barry Lyndon y una trama no carente de interés pero muy previsible son los principales alicientes de La última locura de Claire Darling, que vi ayer en sesión de preestreno y en VO. Hay momentos dulces y no falta el tedio, incluso la oportunidad de dar una cabezadita (aunque esto sin duda hay que atribuirlo, más que nada, a las circunstancias del espectador). Se muestran juguetes fantásticos (toda una colección de autómatas) que vienen a ser como el alma de cierta memoria, tal vez de raíz (digamos) felliniana. Pero el automatismo, ay, no se acaba en los juguetes: a veces contagia a los actores, sin excluir a la otrora maravillosa protagonista. Que sigue siendo una mujer hechizante. Hay un gracioso pero también innecesariamente enmarañado juego con el tiempo y un subrayado excesivo de las conclusiones, las moralejas: obviedades. Pero se disfruta, incluido el explosivo y estridente final que ilustra a la perfección el cumplimiento del segundo principio de la termodinámica (esa vieja tendencia al desorden) y el fin insoslayable de todas las historias. Me pareció ver en la película (ya lo dije) un homenaje al cine que ya no está. Y en la posibilidad de ese agradecimiento estriba a mí entender su mayor mérito. Y todo el disfrute. Que no es poco.
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