Ignacio Zuloaga: El anacoreta, 1907. Museo de Orsay, París. |
Al cumplir los sesenta, se dejó crecer la barba y las ralas guedejas, vistiose de oscuro y dio en andar por esquinas y encrucijadas soltando su bíblica admonición: «¡Venga, bandarras! Estad preparados, alerta y vigilantes porque no sabéis el día ni la hora». No tardaron en llamarle El Cenizo. Ni parecía desagradarle.
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