Borges dibujado por Mary Reid Kelley, 2015 |
Y se me escurre, remendando una vieja frase leída en un libro de Leopoldo María Panero: «Y, sobre todo, maestro, porque desveladas todas las máscaras, se puso de relieve la causa verdadera del disfraz infinito: la carencia de rostro».
(Hablarle a Borges, 66). Dicen que Borges dijo o escribió: «No puedo suplicar que mis errores me sean perdonados; el perdón es un acto ajeno y sólo yo puedo salvarme».
Asintiendo, no sin parpadear, se me ocurre aducir: «Y, lo que tal vez sea más seguro y sin duda es más grave: el perdón es un privilegio supuestamente consolador que se arrogan los traficantes de almas».
Borges, hace casi treinta años (París, 20 de mayo de 1979). Foto de Ulf Andersen/Getty Images (detalle). |
Y se me ocurre: «Si esa simetría, además de luminosa y optimista, fuera verdadera, seguramente tendríamos razones para concluir que el mundo —al fin y a la postre ¿o a los postres?— está bien hecho. Si esa..., ya digo
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