Cuando despertó, la Bella Durmiente no tardó en darse cuenta de que iba a cumplirse la pesadilla que había atormentado su sueño: el príncipe era guapísimo pero sufría de una tan penetrante como nauseabunda halitosis. Era como si un establo lleno de dragones enfermos se acercara a su boca. Como si todas las rosas rojas con las que también había estado soñando durante años se pudrieran de pronto ante su cara. Tenía que parar aquel horror. Con un gran esfuerzo, logró zafarse del beso encantado, clavó sus uñas en los ojos del apuesto y apestoso joven y, mientras este huía entre alaridos terribles, pudo volver a dormirse. Nunca llegó a saber, sin embargo, que el hechizo se había roto y que su sueño, aunque profundo y duradero, volvía a ser el hermano gemelo de la muerte.
Imagen: La vieja bella durmiente. De autor desconocido (se agradece información).
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