Compuesto por cuatro episodios independientes, entre todos construyen, desde perspectivas complementarias, un alegato contra la pena de muerte y la brutalidad de un régimen dictatorial que, en aras de ideales religiosos, desprecia la vida de las personas. Es una película irregular, de inicio algo renqueante —aunque finalmente poderoso— y tiene como principales bazas unas muy creíbles interpretaciones y la selección de escenarios duros pero muy sugerentes.
El asunto está planteado desde el punto de vista del verdugo —algo que abordó como nadie entre nosotros Berlanga—, en distintas perspectivas que van desde la inclusión del mal como una banalidad más de la vida cotidiana, el valiente rechazo de quien se opone a ser “elegido” por la injusticia, la tragedia de quien actúa con torpe ignorancia (para mi gusto, la historia más conmovedora y la mejor contada) o el dilema vital entre la elección de la sumisión a la ley o el desgarro familiar.
Una obra interesante, a la que tal vez sobran algunos minutos y alguna caída en fáciles y largas concesiones a tópicos políticos de dudosa necesidad.
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