Crear es simplemente mezclar cosas:
hechos recuerdos ideas sentimientos.
Es muy útil también cerrar los ojos
e imaginar cómo sería el mundo
si tal o cual objeto no existiera
—y objeto es todo aquello
de lo que puede hablarse
con objetividad.
Crear es un periplo fulgurante
que siempre empieza más acá de las palabras
(o cualquier otro signo),
antes de que los rayos de luz hieran
—gozosamente o no—
la gruta milenaria donde habita
el instinto de vida de la especie,
ese sentido intacto que nos guía,
bajo el inmenso cielo de luces estrellado,
a través de la noche y entre las ciénagas
que a menudo ensombrecen
los misterios más crudos de nuestro corazón.
Crear es tender (¿extender?) puentes, abrir huecos, buscar luces…,
salir cada mañana con un poco de sol
en una mano y la semilla en otra
y mirar hacia el cielo por si llueve,
por si el rayo del dios nos acaricia,
y buscar a boleo y sin descanso
el surco y la vertiente donde brotan
—a veces sólo para
nosotros, multitud—
las siemprevivas del entusiasmo, el amor y la misericordia.
Crear es una forma de creer
en la vida, en sus misterios.
Y pararse a contarlo.
O no.
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