jueves, 31 de diciembre de 2020

Para escapar de 2020



 9 ´boludeces` y 1 lágrima para salir de 2020 de una buena vez...


«No me toques el bolo». He aquí un punto ancestral de partida que lo es también de eterno retorno de lo mismo.
¿Qué tienen en común, en principio, una ocurrencia episódica con una exclamación blasfema?
«Me cago en to’ lo que se menea», dijo Parménides.
No hace falta ser Heráclito para saber que no puedes bañarte dos veces en el río de tu infancia. Ya, ni una.
¿Cuál fue la última luz que viste, amigo?
Como mucho te queda de vida una eternidad.
El placer sexual, dijo Freud, no hay otra cosa. Y lo esnifaba.
La belleza es básicamente una estrecha concordancia entre contrarios: la experiencia instantánea de sentir que nada sobra, que no falta nada.
No arremolinen aforismos sin mascarillas.
Y que corra el aire.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Erratas o falos


(En voz alta). Se diría la “inocentada” del día, pero sólo era una errata. Y no tardó en corregirse. Pude no obstante hacer un pantallazo de la página nada más leerla y aquí queda la muestra para la hipotética antología general de erratas, errores, deslices y otros trabucamientos. Dejo a la perspicacia y curiosidad del lector el hallazgo del fallo y quedo a la espera de sugerencias para hacerse cargo de las características de un instrumento capaz de tales afecciones. Cosas veredes.

Página


 Y...

Y ahora llega la hora del anclaje.
Hay palabras que hieren sin saberlo.
Otras son sólo voces. Hay que verlo
para creerlo. Incluso entre el ramaje
—selva selvática— de la más salvaje
barahúnda sin norte, el estraperlo
de un óleo puro da sentido al ferlo-
siano sentir: si nada hay en la ‘bella
página’ impar que pueda hacer que aquella
sombra interior sentida como un vuelo
se pose al fin en unos pocos nombres,
será porque el destino de los hombres
es la carencia, el resbalón de hielo
que desbarata el orden del viaje.
Pero así se consume y se consuma
la vida: un eco, luz entre la bruma.

sábado, 26 de diciembre de 2020

En torno a Santo Estevo


(
Al filo de los días). Hoy 26 de diciembre es San Esteban, el primer mártir, aún con el Niño recién nacido y los peces en el río. Es también Santo Estevo, al que por mi tierra familiar gallega tienen casi tanta devoción como a San Martiño, hasta el punto de poner bajo su advocación el más importante mosteiro de la Ribeira Sacra, una legendaria comarca que aspira a ser proclamada en el 2021 Patrimonio de la Humanidad, condición que por otra parte ya le corresponde por derecho ancestral y sentido común desde que el mundo es mundo o un poco antes. El singular retablo pétreo elegido para este “navidal” (me lo ha mandado
Carme Varela, de O sorriso de Daniel) puede verse en la iglesia de dicho monasterio, que es además la parroquial del pueblo de San Esteban y un lugar muy ligado a mi historia familiar (la conozco bien desde niño y dos de mis sobrinos se han casado en ella).

En este viejo y monumental cenobio, cuya historia y simbología heráldica está unida a la presencia simultánea en él de nueve obispos o santos varones, se centra además la interesante novela de María Oruña, El bosque de los cuatro vientos (O souto dos catro vientos), cuya lectura —en ambas versiones, gallega y castellana, no exactamente iguales— me ha brindado unas horas muy placenteras en noches recientes.
La novela de la escritora viguesa, bien conocida por sus exitosas obras policiales ambientadas en tierras cántabras, tiene como principal motivo la búsqueda de los anillos de estos obispos, objetos de poder considerados milagrosos en la comarca y cuya existencia siempre ha estado a caballo entre la realidad y la ficción... hasta su reciente y singular hallazgo en unas pesquisas realizadas entre objetos litúrgicos del lugar.
El retablo de piedra, una joya románica de admirable y cálida ejecución, apenas comparece en la novela. Pero sin duda tiene, por su propia historia singular y su extraordinaria belleza, un relato pendiente. Tal vez no tarde en llegar el momento de referirlo. O no. Que, como es sabido, de algunas realidades el secreto es su principal esencia.

jueves, 24 de diciembre de 2020

Feliz Navidad

Antoine Le Nain: Los jóvenes músicos, hacia 1640. Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.
Foto: AJR, tomada a pie de obra (23.12.20).

Como vienen de un tiempo que está más allá del tiempo, no traen mascarilla. 
Y cantan y piden el aguinaldo como si no hubiera ayer. 
Criaturas de la imaginación y el arte, están dentro de nosotros... a poco que nos paremos a observar y abramos de verdad nuestros sentidos. 
Feliz Navidad.


 

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Nuevo canal de RTVE en Youtube

 


(En voz alta). Es una muy buena noticia esta forma sencilla y ágil de acceder al gran archivo musical de la televisión pública. Promete horas de felicidad. Ahora, a ver si encontramos el banco de horas...

martes, 22 de diciembre de 2020

Pasos de tiempo

(Resonancias). Si hace sólo poco más de un año de esta reflexión, ¿por qué me parece de otra vida? E incluso ajena. Misterios del envejecimiento inverso de la memoria y de las sinapsis abolidas o transmutadas. ¡Queda aún tanto por saber del cerebro! Lo evidente —el imán— es que ayer el rey Felipe VI se trasladó a Barcino para entregarle al poeta Margarit el premio Cervantes, junto al mar. Seguro que se trajo alguna cita oportuna para ese problemático mensaje navideño que le están escribiendo al monarca con pies de plomo. Me compadezco de las mentes que ahora mismo se estén empleando en semejante menester. Ojalá encuentren el camino a su propia Casa de Misericordia.


(Al filo de los días). Me pilla la concesión del Cervantes a Joan Margarit Consarnau leyéndolo no sólo a él, su propia obra, sino a él como traductor, ese oficio de agente doble que, en el caso de los buenos poetas, es un muy privilegiado mirador para calibrar el alcance de ciertas cualidades. Y, además, no cualquier traducción: la del libro Stag’s Leap, «El salto del ciervo», de la estadounidense Sharon Olds (San Francisco, California, 1942), poemario que fue galardonado con el premio Pulitzer de 2013. Y que por muchos y complementarios motivos bien puede ser considerada una obra poética especial. Apareció en Igitur, en 2018, en traducción que, junto al poeta, firma también Eduard Lezcano Margarit. Estoy en medio de su fragor cotidiano y valiente, avanzando por su calendario vital de intensidad, lucidez y dolor, asombrado y tratando de seguir la recta vía. Y su lectura, la cercanía a una verdad tan honda como la que emerge de este libro, es un motivo de gran agradecimiento al “misericordioso” poeta ahora premiado. (14 noviembre 2019)


lunes, 21 de diciembre de 2020

Álex vuelve a la iglesia

(En voz alta). La cosa va de entretenimiento. Si les gustó El día de la bestia o La Comunidad, estoy por apostar que no les defraudará 30 monedas, la serie de Álex de la Iglesia que va por su capítulo sexto en su emisión en HBO (creo que en algún lugar especializado se puede ver ya completa). A mí me está encantando, salvo algún detallejo de exceso casqueril, pero menos, y alguna blandura interpretativa, aunque bien contrapesada. Ha hecho que me congracie (o como se diga) con el infatigable director vasco, tan perdido últimamente en sus idas de olla. Falta ver si lo remata bien, pero creo que ha regresado el mejor Álex de la Iglesia (cuyo apellido parece un ejemplo claro de predestinación).

Dejaré para otro momento —el secreto es importante— más detalles sobre una obra que tiene como telón de fondo el eterno problema del mal, las insuficiencias del maniqueísmo o los estrechos corredores de la libertad, todo ello abordado en clave de ágil tragicomedia, con varias tramas bien ensambladas, y con una intención manifiesta ya desde la espectacular cabecera: homenajear a las grandes referencias del género con mayor o menor sutileza, sin descartar el “plagio”, y siempre con una “marca de fábrica” bien reconocible y encomiable. Ah, y apoyada en un excelente reparto, con un Eduard Fernández muy poderoso al frente de un trabajo coral de estirpe berlanguiana. Y en el que, entre otros papeles muy notables, me apetece destacar la presencia de una especie de Salvatore (el inolvidable monje bobalicón de El nombre de la Rosa»), incorporado con gran eficacia por Javier Bódalo (“El Rana” de Cuéntame) y con un punto friki-diabólico muy bien pautado. Atentos.

Posdata (30.01.21). Lamentablemente, mis expectativas no se han cumplido. Tras el magnifico capítulo de Roma y momentos prometedores de algunos otros, me parece que la historia, pese a apuntar hacia otras direcciones (o eso me pareció) no consigue salir del mismo atolladero nigromante y casqueril, además de bastante absurdo per se, en el que el director vasco ha caído otras veces. Lástima. Porque la cosa prometía.

Línea sola


Ya ha empezado el invierno. Y eso es todo.

viernes, 18 de diciembre de 2020

Voces no sono (b)


Ás veces veñen voces
e fálanme no sono
como si non soubesen
que o seu tempo pasou.
A súa vella música
soa coma se fose
un aire cheo de chuvia
que se achega ata min.
Non saben que están mortas
nin que eu durmo. É así
como quizais me falan
as xentes que viviron
no mesmo sangue meu.
Os días de esas noites
teño visto, ó redor
das horas máis valeiras,
algúns raios de luz.
E, remuiñando neles,
miúdas criaturas
de po que se esvaecen
se achego a miña mau.
Serán eses os átomos
de aqueles brancos corpos
de roxiños cabelos
e paseniño andar
que se sabían ramos
das árbores da vida
e non dan esquecido
que un día foron ollos
e aínda queren ver
que vai sendo das cousas
camiño do solpor...
Ás veces veñen voces
que me falan en soños
e fan co tempo un nó.

(Hoy, 18 de diciembre, mi padre hubiera cumplido 106 años. Falleció en 2002, a los 87. A él, como a mi madre, ambos gallegos, les debo el tesoro de una lengua que no es exactamente la mía pero que nunca he olvidado y aún me esfuerzo en aprender. La canción, de Antonio Luz, recrea bien escenas ligadas a esa lengua y a los días de los veranos de mi infancia pasados en Cerreda, en pleno corazón de lo que ahora llaman Ribeira Sacra).
Nota: agradezco a Carme Varela sus muy atinadas observaciones sobre algunas dudas ortográficas del texto.

jueves, 17 de diciembre de 2020

De realismos y realezas

(En voz alta). The Crown. 4ª temporada. Muy aconsejable, y no sólo porque la polémica sobre su carácter de «ficción de la realidad» la haya convertido en objeto principal del morbo. La irrupción de Diana de Gales, que copa buena parte de la trama, es un argumento poderoso bien resuelto. Y no es que haya grandes diferencias respecto a lo ya sabido por otras muchas fuentes sobre uno de los asuntos estelares del pasto televisivo de medio mundo, ni se ofrezcan grandes novedades o revelaciones: si acaso la palmaria constatación de que tampoco Carlos está libre de caer en la misma insensibilidad que al parecer (y según pusieron de manifiesto los episodios de Gales) tanto detesta en la insensible Royal Family.

La presencia de Margaret Thatcher y su retrato resultan más discutibles: me parece que hay ahí o bien un fallo de casting o bien un error en la dirección de actores: ¿es lícito parapetarse tras una mueca inmóvil hasta construir más que un personaje una caricatura? Esta “primera premier’, más que una interpretación, parece una venganza. Quién sabe.
En mi opinión, además de la elegancia visual, el peso tan exacto y medido de los diálogos, la brillantez de los retratos y otras líneas fuertes habituales de esta gran serie, una baza muy favorable de la cuarta temporada es la excelente forma en que está narrada la historia del extraño visitante de palacio. Es, además del contrapunto perfecto para calibrar el peso de la nube palaciega, un recurso dramático de primer orden explotado sin concesiones a sensiblerías ni maniqueísmos, con un tono veraz y bien medido tanto en sus aspectos dramáticos (el guion) como en la interpretación. Muy destacable.
Y la pregunta del millón: ¿sería factible algo similar respecto a la Corona española? ¿Mi opinión?: No, tajante. Pero ojalá.
Posdata: respecto a los tratos entre realidad y ficción, me parece que las series basadas en hechos claramente históricos harían bien en incorporar un “aviso” o cautela parecido al que abre los capítulos de «Fargo». Algo así como: «Esta es una historia real que aspira a ser verdadera. Por respeto a la verdad histórica se han inventado algunas circunstancias de lo que pudo ser. Para que nadie se sienta menoscabado se han mantenido los nombres reales de los protagonistas. Por lo demás, todo sucede en la mente del espectador. Como la historia misma».

lunes, 14 de diciembre de 2020

En la muerte del profesor Ángel Benito

Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense.

(Al filo de los días).
Leo la noticia de la muerte del profesor Ángel Benito, que fue mi profesor, de forma efímera, en el primer curso de periodismo y en la asignatura más especializada de todas, Teoría General de la Información. Era esta la pieza central en un currículo que parecía elaborado con retales de aquí y allá, y en parte así se había hecho y a ello respondía el claustro de profesores. El caso es que en las notas necrológicas del viejo profesor aparecen nombres —Dovifat, Fatorello, Lazarsfeld...— de los que poco o nada he oído hablar después —tal vez me crucé con alguno laborando en la actualización de alguna enciclopedia—, mientas que en cambio otros, McLuhan, Eco, Barthes, descubiertos también por entonces, siempre han estado de uno u otro modo presentes en lo que podría denominar mi incierto horizonte de intereses ciertos.

Ángel Benito, si no recuerdo mal, era ya hacia 1974 —en octubre de ese año llegué a la Facultad de CC II de la Complutense, tras superar un examen de acceso en tiempos en los que aún no estaba implantada la selectividad— una figura universitaria emergente y el más claro representante —tal vez con Pedro Orive— de lo verdaderamente especializado de unos estudios que acababan de adquirir su rango universitario y de una Facultad que trataba de aglutinar y dignificar la herencia de las diversas escuelas profesionales precedentes (la de Periodismo, la mítica de Cine, tal vez alguna de Relaciones Públicas) y establecer un plan de estudios digno de respeto y con contenido valorable, abriéndose un hueco propio en el contexto de las ciencias humanísticas que se iban disgregando del tronco común de lo que se llamó Filosofía y Letras, y sin perder de vista los avances de las tecnologías informáticas que empezaban a ser algo más que un rumor de fondo.
Recuerdo bien que en los primeros años de Facultad, dentro de la convulsión del final del franquismo y las muy reiteradas huelgas tanto de tipo general como, sobre todo, las propiciadas por el gremio de profesores no numerarios (los famosos “penenes”), una ardua discusión fue la exigencia de convalidación de estudios por parte de los titulados de la antigua Escuela de Periodismo; una polémica absurda por cuanto pretendía medir con raseros diferentes el supuesto acceso a una profesión para la que nunca se exigió, en la práctica, título alguno más que la prueba demostrable de los hechos. Qué estéril me pareció entonces aquella diatriba y qué estéril de hecho acabó siendo: ningún título universitario ha garantizado nunca el ejercicio pleno de una profesión “intitulable”, ni nadie se ha visto nunca privado de poder escribir en los periódicos por carecer del título de periodista.
Probablemente hablo un poco a la ligera, pero me parece que el efecto mayor y más visible que las Facultades de Ciencias de la Información han tenido ha sido el de autoabastecerse como centros de estudios teóricos de la información y la comunicación, proporcionando, en el mejor de los casos, un marco gnoseológico de referencia para analizar y comprender la amplia casuística implicada en el proceso de comunicación a través de los medios de masas. Nada, en principio, muy distinto a lo que desde perspectivas más conspicuas abordan la lingüística, la filosofía o las ciencias sociales. Con matices, claro. Y con especializaciones crecientes, por supuesto.
Si no me falla la memoria, sólo tuve a Ángel Benito como profesor durante un trimestre. Lo sustituyó Federico Ysart, cuyas clases recuerdo como una mezcla de crónicas políticas ad hoc y charlas de café, al tiempo que, por medio de apuntes ciclostilados, o tal vez ya con el “manual de Benito”, teníamos que empollar los muy diversos esquemas del proceso comunicativo según diferentes escuelas cuya coincidencia común (ECCMMR) solía ser el concepto de feedback (retroalimentación) y unos dibujillos esquemáticos donde la comunicación se representaba a menudo con una especie de muelle en espiral, como si de un calambrazo se tratase.

Contraespionaje (dado-homenaje a John Le Carré)

John Le Carré. Foto autor no identificado. Tomada de aquí.


Saben que sé que no sabes.
Saben que no sé que sabes.
Saben que sabes que no sé.
Saben que sé que no sabes.
Saben que sé no que sabes.
Saben que no que sé sabes.
Que sé saben que no sabes.
Que no sé saben que sabes.
Que saben que sé no sabes.
Que no sabes que sé saben.
Que saben que no sé sabes.
Que sabes que no sé saben.
Sé que no saben que sabes.
Sé que sabes que no saben.
Sé no que sabes que saben.
Sé que saben no que sabes.
Sé que no saben que sabes.
Sé que qué saben no sabes.
Que sabes sé que no saben.
Que sé que no saben sabes.
Que no qué saben sé sabes.
Que qué no sabes se saben.
Que sabes que sé no saben.
Que saben sabes sé que no.
No saben que sé que sabes.
No saben que sabes que se.
No saben sabes que qué sé.
No saben que qué sabes sé.
No saben que sabes sé que.
No saben sabes que sé que.
Sabes que no sé qué saben.
Sabes que saben no sé que.
Sabes que no que sé saben.
Sabes que qué saben no sé.
Sabes que se saben no qué.
Sabes que qué saben no sé.
No sé que saben que sabes.
Sabes que sé que no sabes.
Saben que no que sé sabes.
Que no sabes que sé saben.
Sé que saben no qué sabes.
Que sé que sabes no saben.
.....
(En homenaje a John Le Carré, in memoriam: 13.12.2020)

domingo, 13 de diciembre de 2020

Canción para Teresa

María Teresa López Mayo (1946-2014). Foto: Santigo Llorente.

 

Para mi amiga Maritere,
que poco antes de irse
aún nos enseñaba el arte de vivir.

 

 Esta canción, querida amiga, tiene

la oscura flor de la tristeza dentro.

Son sus palabras puentes que no cruzan

al otro lado de la espesa niebla.

Pero son puentes. Y, al atravesarlos,

viajeros todos de una misma estela,

surge en la noche de la vida el brillo

de la belleza misericordiosa.


Esta canción, querida amiga, trae

a nuestros corazones el consuelo

de tu recuerdo vivo, la caricia

de unas palabras que, al decirlas, curan

porque ponen de nuevo ante nosotros

el don sin fin de tu delicadeza.


Querida amiga, gracias. Es tan grande

y tan dulce, tan firme, tierna y cierta

la alegría de haberte conocido

que sabemos que no puede morir.


(En el primer aniversario de su fallecimiento, 13 diciembre 2015) 


 


sábado, 12 de diciembre de 2020

Rarezas noosféricas

(En voz alta). Algo muy raro debe de estar pasando en la noosfera (oséase, el universo pensante) para que una mente como la de Fernando Savater se deslice a recurrir a una especie del “¡y tú más!”, o algo parecido a una pulsión recíproca, como respuesta y reacción frente a sucesos recientes que, aunque puedan tratarse de la obra de «un chusquero pasado de copas», tienen detrás también una historia sangrienta cuya repetición se invoca como deseable. ¿Cómo es posible disculpar, siquiera sea de modo indirecto y por vía comparativa, una “broma” (llamémosla así) en la que se habla de «fusilar a media España» y escribirlo y banalizarlo, como si se pudiera exculpar por la existencia de un terrorismo que —y esto se olvida o se enmascara— siempre ha tenido en la mayor parte del país el rechazo frontal de la inmensa mayoría de la población? Es difícil de entender. Y me parece muy triste.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

La poesía jocosa de Antonio del Camino

 

—¿Y por qué no versificar los monólogos de Gila en tercetos?
—¡Gila en tercetos! Uhmmm..., suena bien.
No sé si la propuesta que le hice a mi amigo
Antonio Del Camino
en la barra virtual de aquel foro prodigioso que fue poesia/punto com se produjo exactamente en esos términos. Tal vez él no dijera «Uhmmm». Y tal vez yo no fuera yo, sino Maldoror, y Antonio no fuera del Camino, sino Miguel Ardiles. Pero el caso es que él mismo (“ele mesmo”, sea quien fuere) sí se quedó con la copla y recogió el guante. Con la enorme habilidad y la constancia que le caracterizan, no tardó en ponerse manos a la faena y, poco a poco, con ritmo y gracia, fueron apareciendo por aquel foro, en la bandeja de mi correo y, poco después, en las muy meritorias «ediciones de amigo» de Del Camino Editor, en Talavera de la Reina, los geniales monólogos de uno de los más grandes maestros del humor vertidos en y vestidos de tercetos rigurosamente encadenados. Y con tanto tino que, al ingenio, la lúcida sordidez y la chispa del original se añadían la elegancia del arte mayor y el broche sonoro de las rimas ágiles. Nunca pude leerlos —y lo hice a menudo— sin que entre uno u otro encabalgamiento no me invadiera alguna carcajada.
Debían de correr, cuando lo del foro cibernáutico, los muy primeros años de este siglo. Pero la pasión de Antonio por Gila, compartida por muchos amigos, venía desde muy atrás: reuniones festivas juveniles hubo más de una que, además de por los chistes también en cadena sobre los que el eximio periodista Agustín Yanel solía parapetarse, fueron amenizadas por nuestro poeta con el recitado literal, y sin tropiezos, de las magistrales piezas del mago de la boina, el casco y el teléfono como móvil (qué paradoja): aquel hombre que, acaso porque lo fusilaron mal, convirtió el dolor y la guerra en una herida luminosa y risible, alimento imprescindible para la supervivencia moral. Y de la otra.
Ahora esa aventura, esa fidelidad y ese homenaje han terminado donde era lógico que acabaran: en un libro. De modo que los «monólogos de Gila en tercetos rigurosa pero honradamente encadenados» ya pueden leerse y disfrutarse, todos (casi) reunidos y bien editados junto a una amplia y estupenda selección de “chisnetos”, ese ejercicio de acrobacia verbal que consiste en embutir un chiste en el formato exacto de un soneto, a veces con estambrote que rebote y a veces de doble hoja, pero siempre de modo que tanto el cuento como la estrofa mantengan ternes su respectivas naturalezas y el conjunto fluya armonioso. Una artesanía en la que el amigo Antonio —como bien saben quienes han estado atentos durante los peores días de la peste a su muro de Facebook— es un gran maestro, además de un verdadero y generoso sanador de males y tristezas con el ungüento de la risa.
No deja de ser curioso —y de cajón— que fuera precisamente el cultivo del juego del chisneto en el foro antes citado lo que motivara la sugerencia respecto a los monólogos, de modo que es una suerte de lógica cumplida que ahora unos y otros comparezcan juntos en este volumen que acaba de ver la luz: Poesía jocosa (chisnetos y gilacetos), editado al cuidado del gran poeta y heroico hacedor de libros Luis Felipe Comendador, encuadrado en una colección,
Sbq Solidario
(pueden clicar y pedir), que es una iniciativa solidaria y generosa, e impreso en la hermosa ciudad serrana que se asienta a la vera de un río al que llaman «Cuerpo de Hombre». ¿Hay quién dé más?
Ni que decir tienen que va a resultar muy difícil que ustedes encuentren una opción más ventajosa, cordial, risueña y artística de resolver sus querencias o necesidades de regalo en estas fiestas tan entrañables de un año sin entrañas. Ustedes sabrán, pero estoy por asegurarles —de nuevo y a poco que se dejen— que es improbable que hallen nada mejor ni en las tiendas del ramo ni en, como diría Gila, «la red de alta traición». Avisados quedan.
[Antonio, el pernil donde siempre, en nuestro rincón del
bar «La Amistad». Y a Gila, eterna gratitud].

martes, 8 de diciembre de 2020

Tautirada o un coup coupé


La situación es la que es.

Situación la que es la es.

Es que la es la situación.

La que es es la situación.

Que es la situación la es.

Es que la es la situación.

Aquella aventura del Espasa...



(Al filo de los días). Tal día como hoy hace 18 años (¡mayoría de edad de la memoria!) se publicó en el Magazine del El Mundo este breve reportaje de Quico Alsedo referido a la última (y presumiblemente definitiva) actualización del Espasa, la enciclopedia más parecida a la wikipedia que hubo entre nosotros en los tiempos del papel.

La efemérides, que me sale al paso por alguna de esos ecos del calendario del iPhone y ciertos resortes del blog, ni que decir tiene que ha levantado en mi cabeza —también en mi corazón o en el lugar donde encarne eso que antes llamábamos el alma— una marea fantasmal de recuerdos, brillos, pérdidas, risas, frustraciones... Me pilla, además, en pleno proceso de escritura y recreación de algunos episodios de mi vida profesional que acaso lleguen algún día a formar parte de ese Tiempo contado en el que laboreo desde hace décadas, y que en lo referido a este concreto episodio (dos intensos años de trabajo editorial de sol a sol y desde el mediodía hasta mucho más allá de la medianoche) se cifran bajo el provisional título de «Cómo transformar un Centón en la última criatura enciclopédica digna de tal nombre».

Recuerdo bien la larga conversación con el redactor en mi despacho de Martín Martínez, aún envuelto en el desbarajuste del trabajo editorial recién concluido (tal vez aún faltaban algunos flecos), y su agradecimiento de colega al despedirnos: «Me has dado material para tres o cuatro reportajes. A ver cómo lo resumo». Quico fue muy hábil y eficaz ordenando la información, de modo telegráfico y a grandes pinceladas, muy a tono con el cariz “ligero” de la lectura dominical y los usos ya leves, sin llegar a ser insustanciales, de cierto ‘nuevo neoperiodismo’; aunque hay algún error de bulto en los nombres, también en la narración de anécdotas y en la atribución de afirmaciones. Pero, en lo esencial, la pieza transmite bien el ambiente y el espíritu, entre lo lúcido tirando hacia lo lúdico, de aquella empresa, tal vez la última ocasión editorial en que se organizó, entre nosotros y en nuestro ámbito cultural, un equipo a la antigua usanza para hacer un tipo de trabajo enciclopédico bajo todavía el señuelo de Gutenberg y con la letra impresa como destino.

Unos meses antes (tal vez algo más de un año) había concluido la aventura de lo que se llamó (horriblemente) Gran Referencia Anaya, la última enciclopedia en papel y redactada ex novo que se hizo en España (también participé en ella como redactor jefe del área de humanidades) y para la que en la editorial de Juan Ignacio Luca de Tena, entonces todavía en poder de Germán Sánchez Rupérez, se organizó y puso en funcionamiento la primera gran redacción online de una gran editorial española con destino a publicaciones impresas. Muy “granado” todo. Corría, me parece, el año 1996. Batallitas.

Hay todavía en ellas aspectos profesionales, con trasfondo cultural, y sobre la deriva de los usos editoriales hispanos, así como algunas curiosidades, dignos de ser contados. A su tiempo.


lunes, 7 de diciembre de 2020

Berlín en 1927


(En voz alta).
Este artículo dominical de Javier Marías, por una vez lejos del enfurruñamiento con que suele perpetrarlos, me ha llevado a buscar, encontrar y disfrutar la obra de la que habla: Berlín, sinfonía de una gran ciudad, de 1927, una película documental muy elogiada, con toda razón, de Walter Ruttmann. Alguna vez me habré cruzado con ella (con su mención) pero sin contar aún con las posibilidades de estas maravillas tecnológicas. El filme es como Marías dice. Y se queda corto. Qué gran cinéfilo y qué excelente narrador de lo que ve en las pantallas es el autor de Donde todo ha sucedido (2005), el volumen donde el entonces todavía “joven Marías” (con licencia) recogió sus escritos sobre el séptimo arte, incluido el insuperable elogio y disección de El fantasma y la señora Muir (1947), el romántico filme de J. L. Mankiewicz donde una historia de amor literalmente inmortal navega más allá de “los fiordos del sol de medianoche”.

Googleando (¿o quizás “gugleando”?: ¡a ver si los académicos se ponen las pilas!) en torno al asunto di con un interesante texto de Guillermo de Torre, que presentó el documental de Ruttmann con ocasión de su estreno en el Cine Club de Buenos Aires en 1930, antes de que pudiera verse en España, y poco después publicó en “La Gaceta Literaria” su intervención, un breve pero minucioso texto en el que ofrece un encuadramiento muy pertinente de la obra en el espíritu del arte de la época, trazando un luminoso hilo entre diversas creaciones de John Dos Passos, Samuel Butler o Blaise Cendrars.

El artículo de Guillermo de Torre, bien conocido por los estudiosos del vanguardista español —con Pablo Rojas a la cabeza—, está “empotrado” en los singulares anaqueles online de El Basilisco, el muy valioso y peculiar archivo creado en la estela del filósofo y polemista Gustavo Bueno (y uno diría que “personalmente” por él, tal es el grado de exigencia, seriedad y rigor mortis con que se presentan los asuntos), y allí es comentado a propósito de una especie de historia del nazismo y sus diversos frentes, incluido el de la “desnazificación”, enfoque que a su vez abre otra derrota en la navegación posible por la red, que es, cada vez más, extensión insondable de nuestra mente... y lo que te rondaré morena.

El caso es que pude comprobar que hay colgadas en la Nube diversas versiones del documental sobre la ciudad más interesante de Europa (casi a la par de o que Madrid), aunque las diferencias, en lo que he podido constatar, no van más allá de los insertos previos a los títulos de crédito y, sobre todo, en la banda sonora, al tratarse de una película pensada para ser proyectada acompañada por música en directo.

Además de lo que apunta Marías, tal vez no esté de más subrayar que una de los méritos de este singular ‘un día de 1927 en la vida de Berlín’ responde a una concepción plenamente artística del documental, que como se sabe fue, desde el momento inaugural de los Lumière, el primer género cinematográfico: un espejo puesto frente a la vida. Hay, también, cierta pulsión admirativa por las máquinas y sus engranajes que sin duda se podría vincular con corrientes estéticas como el futurismo y su especial valoración de las tecnologías conectadas con la velocidad.

Una de las imágenes más reiteradas, dentro de la gran contención estilística de la película, es la del semáforo de indicadores que, si no me equivoco, estuvo situado en el carrefour de la Potsdamer Platz, la gran plaza berlinesa a la que tanto partido le sacó Wim Wenders en su inolvidable Cielo sobre Berlín (1987). Parece que ese fue, además, el primer semáforo digno de tal nombre que hubo en Europa, después de algún intento fallido en Londres.

Pero lo que definitivamente nos conquista del filme de Ruttmann es, pese a las apariencias, su no pérdida actualidad, su condición de estímulo vigente: nos abre el apetito para volver algún día, ojalá sea pronto, a una de las ciudades más vivas y vividas del viejo continente.

domingo, 6 de diciembre de 2020

Euskadi romana

La arqueóloga Mertxe Urteaga en plena faena. Foto: Álex Iturralde.

(En voz alta).
Aunque haga ya algún tiempo que se desmontó el mito (uno más del “bucle melancólico” y de otros delirios de la identidad) de un viejo País Vasco nunca romanizado, las prospecciones arqueológicas siguen sacando a la luz huellas manifiestas y pruebas evidentes de que también el solar de Aitor, al igual que los “montes furados” gallegos o las incomparables Médulas bercianas, fue y fueron objeto de una intensa actividad romana, tanto en el subsuelo como en los enclaves portuarios. Este reportaje lo muestra bien a las claras, al tiempo que nos suministra, pese a su brevedad, varias reflexiones de calado por boca de la arqueóloga Mertxe Urteaga, nada sospechosa de “maquetismo”. «El pasado no existe —dice ella—. Siempre vivimos en el presente, son las ideas del presente las que modelan nuestra visión del pasado». Una perspectiva “de cajón”, diremos. Y así es. Pero cuántas barbaridades no se están ahora mismo amparando en la olímpica ignorancia y en el minucioso desprecio de esa realidad.

6 diciembre

 

Los padres de la Constitución española de 1978 en plena faena.


Relatos
tramposos.
Odiosos
conatos
de tratos
penosos,
roñosos
e ingratos.
¿Quién paga
la cuenta
pendiente?
La llaga,
la afrenta,
la fuente.
La noria:
la historia.

Satam Alive

František Kupka: La gama amarilla, hacia 1907.
Museum of Fine Arts, Houston (Estados Unidos).


Al volver sobre sus pasos y volverlo a ver, cayó definitivamente en la cueva y supo reconocer que aquel hombre del retrato tenía —en su gesto, en su rictus, tal vez en el indisimulado principio de indolencia— un más que notable parecido con el escritor tan admirado al que corresponde el nick inverso o apodo tan sugerente de «Satam Alive». (NUL 792 bis).


sábado, 5 de diciembre de 2020

Camarón cumple 70 años


(Al filo de los días).
A mí se me hace cuento que hoy, 5 de diciembre de 2020, hubiera cumplido 70 años Camarón de la Isla (San Fernando, 1950-Badalona, 1992), casi con toda seguridad el cantaor flamenco que “partió las aguas” en la historia del género, y sin duda, junto con Paco de Lucía y Enrique Morente, el que a más público ajeno al cante ha atraído hacia este singular arte, una de las grandes patrimonios mundiales de la música.

Camarón, que dio su último concierto en el Colegio Mayor San Juan Evangelista (nuestro querido “Johnny”) en la noche del sábado 25 de enero de 1992, ya con un estado muy avanzado del cáncer que le costó la vida unos meses después, murió tan joven y en tal plenitud artística que, si por un lado, parece imposible imaginarlo con 70 años, por otro viene a resultar casi irrisorio que cumpla “sólo” esa edad, tal vez porque los jóvenes de entonces ya la tenemos al alcance de la mano.
Rarezas del tiempo aparte, hay que recordar a Camarón. Y para hacerlo me ha parecido oportuno volver a una de las piezas que más me gustan y más veces he oído: esta lorquiana «Nana del caballo grande», una verdadera genialidad interpretativa del cantaor. Pertenece al ya legendario disco La leyenda del tiempo (1979) y es una elocuente muestra de su poderoso instinto innovador: ejemplifica su intuición para encontrar cruces de caminos y mestizajes (en este caso con los modulados acordes del sitar indio, pulsado por Gualberto G.), tan lejos de purismos fosilizantes como de volatineras ocurrencias efímeras. Sólo alguien con un dominio tan “desde dentro” de la esencia y el color del cante podía ser capaz de llevarlo, sin traicionarlo, hacia nuevas fronteras, en un viaje revolucionario y que quizás aún tenga etapas pendientes. También por eso, Camarón vive en una edad sin tiempo que lo fija en su leyenda como una figura insoslayable, un referente tutelar.
Posdata: indagando sobre el último concierto de Camarón, a través del muro de
Alejandro Reyes
(el hombre clave de las actividades musicales del Johnny, donde lo conocí en mis tiempos de colegial), me entero de la muerte del periodista y crítico musical, gran estudioso del flamenco, Alfredo Grimaldos. Compañero de la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense y asiduo a los conciertos del Johnny, ha sido un profesional con una larga y reconocida trayectoria. Su Historia social del flamenco (Península, 2010) lleva camino de convertirse en un clásico sobre el tema. Nacido en Madrid en 1956, Grimaldos falleció en un hospital de la capital ayer día 4. Suene también por él la voz de Camarón.