Cuadro, marco, trituración, exposición: «El amor está en la papelera». |
(Visiones en voz alta). Lo de Banksy, con su happening ausente triturador (por así decir), dará mucho que hablar. Ya está ocurriendo. Ha sido, es, una intervención genial, una obra maestra del arte fugitivo contemporáneo, que es el que más relevancia tiene ahora mismo en todas las disciplinas. De lo “ocurrido” (ese es el término preciso), junto con el inmediato resultado de la creación de una obra de arte de “verdad práctica” (como proponía Isidore Ducasse), me parecen destacables, sobre otros, dos aspectos. El primero: el poderoso efecto del cambio del título de la obra, que de Niña con un 🎈 pasa a llamarse El amor está en la papelera (“Love is in the Bin”), rótulo excepcional que en sí mismo es una definición triple: de la nueva obra, del proceso que la ha creado, de la época en la que se enmarca y que la hace posible.
La otra cuestión reseñable, no sé si conscientemente buscada, es la creación de una nueva imagen clásica que acabará adquiriendo valor de icono de época: es la foto fija del momento en que la obra, sujetada por dos empleadas de la casa de subastas con armónico aires de ujieres o valets de palacio, es colocada de modo que permita evocar y enmarcar la "ocasión" en que se desprendía del marco y pasaba por la trituradora, que lejos de destruirla la convirtió en otra cosa, otro objeto, otro símbolo, otro sueño: un instante estelar de rara perfección clásica y con una capacidad de sugerencia artística que hacía tiempo que no se veía en el mundo mediático de las bellas artes.
Y un tercer apunte: a Banksy hay que agradecerle que haya enterrado definitivamente el urinario de Duchamp como símbolo de vanguardia sustituyéndolo por una acción poética cuya belleza es, ahora sí, de verdad deslumbrante.
Posdata. Según ha explicado el artista en un vídeo posterior, el plan de destrucción en directo de la obra no salió según lo previsto: el mecanismo de trituración camuflado en el interior del marco no funcionó correctamente y no se produjo la destrucción completa de la obra, que era lo buscado. Creámosle o no («yo sí te creo»), lo cierto es no cambia nada que el azar haya intervenido en el suceso y las circunstancias se haya confabulado en una determinada dirección. Incluso puede que refuerce su significación, haciéndola menos dependiente de la voluntad del artista y más de las fuerzas imparables de los hechos: una vez ocurrido lo ocurrido sólo nos queda ver qué se nos ocurre hacer con ello.
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