(Hablarle a Borges, 24). Dicen que Borges escribió esta línea de un diálogo imaginado: «—¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotauro apenas se defendió».
Y al trasluz del papel, como el que busca la marca de agua, he visto dibujarse esta otra línea: «—Ay, Teseo, Teseo —respondió Ariadna—. Ya has vuelto a perder otra vez el hilo».
(Hablarle a Borges, 25). Dicen que Borges dijo o escribió o tal vez entrambas cosas: «Hawthorne registraba esas trivialidades para demostrarse a sí mismo que él era real, para liberarse, de algún modo, de la impresión de irrealidad, de fantasmidad, que solía visitarlo».
Y aun sin comprender del todo la razón del aserto pero impelido por el brillo rastrero de una palabra, se me viene a las mientes la siguiente ocurrencia: «La “fantasmidad” es un grado, marcado pero aún tolerable, de irrealidad. El verdadero problema de la desubstanciación —del que acaso lo supo todo el ogro Anibal Lecter— es la ”fantasmismidad” De ahí no se sale. Ni de noche. Ni quizás en el más allá».
(Hablarles Borges, 26). Dicen que Borges dijo o escribió o tal vez soñó: «La luna merece que todos los hombres la miren siquiera una vez antes de morir».
Y se me ocurre comentarle: «Uf, maestro: su romanticismo lunario, qué sentimental. Y eso que vos sin duda conocés bien la secular indiferencia del satélite. Y no ignorás —¿cómo sería posible?— que no hay más luna que la que no se acaba de ver nunca».
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