(Lecturas en voz alta, 🍾36 - 14 de noviembre 2017). Sin ser un gran lector de su obra (¡pero aún estoy a tiempo de corregirme!), me ha llenado de alegría que el Premio Nacional de las Letras reconozca a Rosa Montero, pues siempre me ha parecido, además de una infatigable profesional, una mujer comprometida con su tiempo y consigo misma y con una coherencia que es digna de admiración. Qué lejos queda aquella Crónica del desamor (1979) con que se iniciara en la narrativa quien ya había dado muestras de ser una gran periodista, y quizás la mejor entrevistadora de su generación.
En las tres o cuatro obras suyas posteriores que he leído he podido comprobar la gran madurez literaria alcanzada por una escritora que, lejos de haber olvidado sus orígenes como «plumilla», ha llevado hasta un punto de enorme perfección sus virtudes como «escritora comunicativa» (sirva el sintagma) y ha contribuido, como pocos y pocas —y hasta picas y pecos: qué locura— a borrar las fronteras entre periodismo y literatura, siempre desde el lado de la exigencia y el esfuerzo con que es preciso afrontar cada impulso de escritura para que sea digno y pueda navegar en dirección al puerto deseado.
Enhorabuena. Un premio completamente merecido.
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