viernes, 18 de diciembre de 2020

Voces no sono (b)


Ás veces veñen voces
e fálanme no sono
como si non soubesen
que o seu tempo pasou.
A súa vella música
soa coma se fose
un aire cheo de chuvia
que se achega ata min.
Non saben que están mortas
nin que eu durmo. É así
como quizais me falan
as xentes que viviron
no mesmo sangue meu.
Os días de esas noites
teño visto, ó redor
das horas máis valeiras,
algúns raios de luz.
E, remuiñando neles,
miúdas criaturas
de po que se esvaecen
se achego a miña mau.
Serán eses os átomos
de aqueles brancos corpos
de roxiños cabelos
e paseniño andar
que se sabían ramos
das árbores da vida
e non dan esquecido
que un día foron ollos
e aínda queren ver
que vai sendo das cousas
camiño do solpor...
Ás veces veñen voces
que me falan en soños
e fan co tempo un nó.

(Hoy, 18 de diciembre, mi padre hubiera cumplido 106 años. Falleció en 2002, a los 87. A él, como a mi madre, ambos gallegos, les debo el tesoro de una lengua que no es exactamente la mía pero que nunca he olvidado y aún me esfuerzo en aprender. La canción, de Antonio Luz, recrea bien escenas ligadas a esa lengua y a los días de los veranos de mi infancia pasados en Cerreda, en pleno corazón de lo que ahora llaman Ribeira Sacra).
Nota: agradezco a Carme Varela sus muy atinadas observaciones sobre algunas dudas ortográficas del texto.

jueves, 17 de diciembre de 2020

De realismos y realezas

(En voz alta). The Crown. 4ª temporada. Muy aconsejable, y no sólo porque la polémica sobre su carácter de «ficción de la realidad» la haya convertido en objeto principal del morbo. La irrupción de Diana de Gales, que copa buena parte de la trama, es un argumento poderoso bien resuelto. Y no es que haya grandes diferencias respecto a lo ya sabido por otras muchas fuentes sobre uno de los asuntos estelares del pasto televisivo de medio mundo, ni se ofrezcan grandes novedades o revelaciones: si acaso la palmaria constatación de que tampoco Carlos está libre de caer en la misma insensibilidad que al parecer (y según pusieron de manifiesto los episodios de Gales) tanto detesta en la insensible Royal Family.

La presencia de Margaret Thatcher y su retrato resultan más discutibles: me parece que hay ahí o bien un fallo de casting o bien un error en la dirección de actores: ¿es lícito parapetarse tras una mueca inmóvil hasta construir más que un personaje una caricatura? Esta “primera premier’, más que una interpretación, parece una venganza. Quién sabe.
En mi opinión, además de la elegancia visual, el peso tan exacto y medido de los diálogos, la brillantez de los retratos y otras líneas fuertes habituales de esta gran serie, una baza muy favorable de la cuarta temporada es la excelente forma en que está narrada la historia del extraño visitante de palacio. Es, además del contrapunto perfecto para calibrar el peso de la nube palaciega, un recurso dramático de primer orden explotado sin concesiones a sensiblerías ni maniqueísmos, con un tono veraz y bien medido tanto en sus aspectos dramáticos (el guion) como en la interpretación. Muy destacable.
Y la pregunta del millón: ¿sería factible algo similar respecto a la Corona española? ¿Mi opinión?: No, tajante. Pero ojalá.
Posdata: respecto a los tratos entre realidad y ficción, me parece que las series basadas en hechos claramente históricos harían bien en incorporar un “aviso” o cautela parecido al que abre los capítulos de «Fargo». Algo así como: «Esta es una historia real que aspira a ser verdadera. Por respeto a la verdad histórica se han inventado algunas circunstancias de lo que pudo ser. Para que nadie se sienta menoscabado se han mantenido los nombres reales de los protagonistas. Por lo demás, todo sucede en la mente del espectador. Como la historia misma».

lunes, 14 de diciembre de 2020

En la muerte del profesor Ángel Benito

Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense.

(Al filo de los días).
Leo la noticia de la muerte del profesor Ángel Benito, que fue mi profesor, de forma efímera, en el primer curso de periodismo y en la asignatura más especializada de todas, Teoría General de la Información. Era esta la pieza central en un currículo que parecía elaborado con retales de aquí y allá, y en parte así se había hecho y a ello respondía el claustro de profesores. El caso es que en las notas necrológicas del viejo profesor aparecen nombres —Dovifat, Fatorello, Lazarsfeld...— de los que poco o nada he oído hablar después —tal vez me crucé con alguno laborando en la actualización de alguna enciclopedia—, mientas que en cambio otros, McLuhan, Eco, Barthes, descubiertos también por entonces, siempre han estado de uno u otro modo presentes en lo que podría denominar mi incierto horizonte de intereses ciertos.

Ángel Benito, si no recuerdo mal, era ya hacia 1974 —en octubre de ese año llegué a la Facultad de CC II de la Complutense, tras superar un examen de acceso en tiempos en los que aún no estaba implantada la selectividad— una figura universitaria emergente y el más claro representante —tal vez con Pedro Orive— de lo verdaderamente especializado de unos estudios que acababan de adquirir su rango universitario y de una Facultad que trataba de aglutinar y dignificar la herencia de las diversas escuelas profesionales precedentes (la de Periodismo, la mítica de Cine, tal vez alguna de Relaciones Públicas) y establecer un plan de estudios digno de respeto y con contenido valorable, abriéndose un hueco propio en el contexto de las ciencias humanísticas que se iban disgregando del tronco común de lo que se llamó Filosofía y Letras, y sin perder de vista los avances de las tecnologías informáticas que empezaban a ser algo más que un rumor de fondo.
Recuerdo bien que en los primeros años de Facultad, dentro de la convulsión del final del franquismo y las muy reiteradas huelgas tanto de tipo general como, sobre todo, las propiciadas por el gremio de profesores no numerarios (los famosos “penenes”), una ardua discusión fue la exigencia de convalidación de estudios por parte de los titulados de la antigua Escuela de Periodismo; una polémica absurda por cuanto pretendía medir con raseros diferentes el supuesto acceso a una profesión para la que nunca se exigió, en la práctica, título alguno más que la prueba demostrable de los hechos. Qué estéril me pareció entonces aquella diatriba y qué estéril de hecho acabó siendo: ningún título universitario ha garantizado nunca el ejercicio pleno de una profesión “intitulable”, ni nadie se ha visto nunca privado de poder escribir en los periódicos por carecer del título de periodista.
Probablemente hablo un poco a la ligera, pero me parece que el efecto mayor y más visible que las Facultades de Ciencias de la Información han tenido ha sido el de autoabastecerse como centros de estudios teóricos de la información y la comunicación, proporcionando, en el mejor de los casos, un marco gnoseológico de referencia para analizar y comprender la amplia casuística implicada en el proceso de comunicación a través de los medios de masas. Nada, en principio, muy distinto a lo que desde perspectivas más conspicuas abordan la lingüística, la filosofía o las ciencias sociales. Con matices, claro. Y con especializaciones crecientes, por supuesto.
Si no me falla la memoria, sólo tuve a Ángel Benito como profesor durante un trimestre. Lo sustituyó Federico Ysart, cuyas clases recuerdo como una mezcla de crónicas políticas ad hoc y charlas de café, al tiempo que, por medio de apuntes ciclostilados, o tal vez ya con el “manual de Benito”, teníamos que empollar los muy diversos esquemas del proceso comunicativo según diferentes escuelas cuya coincidencia común (ECCMMR) solía ser el concepto de feedback (retroalimentación) y unos dibujillos esquemáticos donde la comunicación se representaba a menudo con una especie de muelle en espiral, como si de un calambrazo se tratase.

Contraespionaje (dado-homenaje a John Le Carré)

John Le Carré. Foto autor no identificado. Tomada de aquí.


Saben que sé que no sabes.
Saben que no sé que sabes.
Saben que sabes que no sé.
Saben que sé que no sabes.
Saben que sé no que sabes.
Saben que no que sé sabes.
Que sé saben que no sabes.
Que no sé saben que sabes.
Que saben que sé no sabes.
Que no sabes que sé saben.
Que saben que no sé sabes.
Que sabes que no sé saben.
Sé que no saben que sabes.
Sé que sabes que no saben.
Sé no que sabes que saben.
Sé que saben no que sabes.
Sé que no saben que sabes.
Sé que qué saben no sabes.
Que sabes sé que no saben.
Que sé que no saben sabes.
Que no qué saben sé sabes.
Que qué no sabes se saben.
Que sabes que sé no saben.
Que saben sabes sé que no.
No saben que sé que sabes.
No saben que sabes que se.
No saben sabes que qué sé.
No saben que qué sabes sé.
No saben que sabes sé que.
No saben sabes que sé que.
Sabes que no sé qué saben.
Sabes que saben no sé que.
Sabes que no que sé saben.
Sabes que qué saben no sé.
Sabes que se saben no qué.
Sabes que qué saben no sé.
No sé que saben que sabes.
Sabes que sé que no sabes.
Saben que no que sé sabes.
Que no sabes que sé saben.
Sé que saben no qué sabes.
Que sé que sabes no saben.
.....
(En homenaje a John Le Carré, in memoriam: 13.12.2020)

domingo, 13 de diciembre de 2020

Canción para Teresa

María Teresa López Mayo (1946-2014). Foto: Santigo Llorente.

 

Para mi amiga Maritere,
que poco antes de irse
aún nos enseñaba el arte de vivir.

 

 Esta canción, querida amiga, tiene

la oscura flor de la tristeza dentro.

Son sus palabras puentes que no cruzan

al otro lado de la espesa niebla.

Pero son puentes. Y, al atravesarlos,

viajeros todos de una misma estela,

surge en la noche de la vida el brillo

de la belleza misericordiosa.


Esta canción, querida amiga, trae

a nuestros corazones el consuelo

de tu recuerdo vivo, la caricia

de unas palabras que, al decirlas, curan

porque ponen de nuevo ante nosotros

el don sin fin de tu delicadeza.


Querida amiga, gracias. Es tan grande

y tan dulce, tan firme, tierna y cierta

la alegría de haberte conocido

que sabemos que no puede morir.


(En el primer aniversario de su fallecimiento, 13 diciembre 2015) 


 


sábado, 12 de diciembre de 2020

Rarezas noosféricas

(En voz alta). Algo muy raro debe de estar pasando en la noosfera (oséase, el universo pensante) para que una mente como la de Fernando Savater se deslice a recurrir a una especie del “¡y tú más!”, o algo parecido a una pulsión recíproca, como respuesta y reacción frente a sucesos recientes que, aunque puedan tratarse de la obra de «un chusquero pasado de copas», tienen detrás también una historia sangrienta cuya repetición se invoca como deseable. ¿Cómo es posible disculpar, siquiera sea de modo indirecto y por vía comparativa, una “broma” (llamémosla así) en la que se habla de «fusilar a media España» y escribirlo y banalizarlo, como si se pudiera exculpar por la existencia de un terrorismo que —y esto se olvida o se enmascara— siempre ha tenido en la mayor parte del país el rechazo frontal de la inmensa mayoría de la población? Es difícil de entender. Y me parece muy triste.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

La poesía jocosa de Antonio del Camino

 

—¿Y por qué no versificar los monólogos de Gila en tercetos?
—¡Gila en tercetos! Uhmmm..., suena bien.
No sé si la propuesta que le hice a mi amigo
Antonio Del Camino
en la barra virtual de aquel foro prodigioso que fue poesia/punto com se produjo exactamente en esos términos. Tal vez él no dijera «Uhmmm». Y tal vez yo no fuera yo, sino Maldoror, y Antonio no fuera del Camino, sino Miguel Ardiles. Pero el caso es que él mismo (“ele mesmo”, sea quien fuere) sí se quedó con la copla y recogió el guante. Con la enorme habilidad y la constancia que le caracterizan, no tardó en ponerse manos a la faena y, poco a poco, con ritmo y gracia, fueron apareciendo por aquel foro, en la bandeja de mi correo y, poco después, en las muy meritorias «ediciones de amigo» de Del Camino Editor, en Talavera de la Reina, los geniales monólogos de uno de los más grandes maestros del humor vertidos en y vestidos de tercetos rigurosamente encadenados. Y con tanto tino que, al ingenio, la lúcida sordidez y la chispa del original se añadían la elegancia del arte mayor y el broche sonoro de las rimas ágiles. Nunca pude leerlos —y lo hice a menudo— sin que entre uno u otro encabalgamiento no me invadiera alguna carcajada.
Debían de correr, cuando lo del foro cibernáutico, los muy primeros años de este siglo. Pero la pasión de Antonio por Gila, compartida por muchos amigos, venía desde muy atrás: reuniones festivas juveniles hubo más de una que, además de por los chistes también en cadena sobre los que el eximio periodista Agustín Yanel solía parapetarse, fueron amenizadas por nuestro poeta con el recitado literal, y sin tropiezos, de las magistrales piezas del mago de la boina, el casco y el teléfono como móvil (qué paradoja): aquel hombre que, acaso porque lo fusilaron mal, convirtió el dolor y la guerra en una herida luminosa y risible, alimento imprescindible para la supervivencia moral. Y de la otra.
Ahora esa aventura, esa fidelidad y ese homenaje han terminado donde era lógico que acabaran: en un libro. De modo que los «monólogos de Gila en tercetos rigurosa pero honradamente encadenados» ya pueden leerse y disfrutarse, todos (casi) reunidos y bien editados junto a una amplia y estupenda selección de “chisnetos”, ese ejercicio de acrobacia verbal que consiste en embutir un chiste en el formato exacto de un soneto, a veces con estambrote que rebote y a veces de doble hoja, pero siempre de modo que tanto el cuento como la estrofa mantengan ternes su respectivas naturalezas y el conjunto fluya armonioso. Una artesanía en la que el amigo Antonio —como bien saben quienes han estado atentos durante los peores días de la peste a su muro de Facebook— es un gran maestro, además de un verdadero y generoso sanador de males y tristezas con el ungüento de la risa.
No deja de ser curioso —y de cajón— que fuera precisamente el cultivo del juego del chisneto en el foro antes citado lo que motivara la sugerencia respecto a los monólogos, de modo que es una suerte de lógica cumplida que ahora unos y otros comparezcan juntos en este volumen que acaba de ver la luz: Poesía jocosa (chisnetos y gilacetos), editado al cuidado del gran poeta y heroico hacedor de libros Luis Felipe Comendador, encuadrado en una colección,
Sbq Solidario
(pueden clicar y pedir), que es una iniciativa solidaria y generosa, e impreso en la hermosa ciudad serrana que se asienta a la vera de un río al que llaman «Cuerpo de Hombre». ¿Hay quién dé más?
Ni que decir tienen que va a resultar muy difícil que ustedes encuentren una opción más ventajosa, cordial, risueña y artística de resolver sus querencias o necesidades de regalo en estas fiestas tan entrañables de un año sin entrañas. Ustedes sabrán, pero estoy por asegurarles —de nuevo y a poco que se dejen— que es improbable que hallen nada mejor ni en las tiendas del ramo ni en, como diría Gila, «la red de alta traición». Avisados quedan.
[Antonio, el pernil donde siempre, en nuestro rincón del
bar «La Amistad». Y a Gila, eterna gratitud].