Mi amigo PROMONTORIO se me aparece en sueños y discute conmigo. Dice que en aquellas aventuras con LAURA, él siempre me llevaba de su mano prendido y subía los montes y bajaba las CUESTAS. Y luego, sin más ni más, así como quien dice, después de haberlo casi todo vivido en compañía, mi amigo PROMONTORIO, que nunca se desdice, llega hasta las entrañas de todo lo bebido, en la pura bodega, y allí en cuanto recuerda de su ser cerbatano y el verdadero asunto que fue la cosa propia del que bien no se nombra se deja atrás sus ceros y corre su cortina. Y entonces, como sabe que nunca está de moda ¡el mar, capullo, el mar!, se queda en la rodaja de la sardana y mira por donde va la vaina de la veneración. Mi PROMONTORIO amigo viene a ser como aquel Mon Oncle de TATI, solo que en bicho malo; o sea, en diabluelo que educa con sordina y falta de moral a tantas criaturas como se van perdIDAS por esos andurriales de la crepitación; ya saben, la ardorienta manera de subirse a la GRAN NORIA airona, la que te pega RAUDA esos tan BRUTOS sustos de verticalidad. Mira TÚ, dios incómodo de las intermitencias y los pozos cegados, mira desde allá arriba cómo se asoma a esta broma absurda y a las perplejidades de sus giros concéntricos mi amigo PROMONTORIO, amigo para todo, y cómo deja a buen recaudo el mensaje final: «Tenemos que hablar, cuate, de EL SONETO DE ASUNTA. ¿También tú te has coscado? No puedo decir más». Y se va por la misma vereda que se vino, ya bien mamado, más invisible aún de lo que suponía. Ya puro fantasma. No sé si volverá.
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