(En voz alta). No dejan de asombrarme, divertirme y conmoverme (no siempre en ese orden aunque a menudo todo junto) los textos de Ángel Mosterín.Este se me había traspapelado en los suburbios de FB. Menos mal que por poco tiempo, pues aborda de forma directa y con buen pulso, además de con el inconfundible estilo mezcla de inteligencia y zumba que profesa el autor, uno de los temas candentes de nuestro tiempo y el único que, a mi modesto entender, tiene verdadera importancia: las relaciones entre ciencia y poesía. No dejen que este tren pase de largo.
(En voz alta). Pude asistir anoche, en el cine Paz de Madrid —casi único superviviente en una calle que llegó a contar con más de una docena de salas—, al preestreno de La vida de los demás, raro y acaso astuto título (la inolvidable La vida de los otros al fondo) con el que se estrenará el próximo 24 de junio There is no Evil» (‘Sheytan vojud nadarad’, en su original). Es obra del iraní Mohammad Rasoulof, destacado director actualmente en alto riesgo de ser encarcelado por su oposición al régimen, y fue la ganadora del Oso de oro en la última Berlinale, entre otras distinciones.
Compuesto por cuatro episodios independientes, entre todos construyen, desde perspectivas complementarias, un alegato contra la pena de muerte y la brutalidad de un régimen dictatorial que, en aras de ideales religiosos, desprecia la vida de las personas. Es una película irregular, de inicio algo renqueante —aunque finalmente poderoso— y tiene como principales bazas unas muy creíbles interpretaciones y la selección de escenarios duros pero muy sugerentes.
El asunto está planteado desde el punto de vista del verdugo —algo que abordó como nadie entre nosotros Berlanga—, en distintas perspectivas que van desde la inclusión del mal como una banalidad más de la vida cotidiana, el valiente rechazo de quien se opone a ser “elegido” por la injusticia, la tragedia de quien actúa con torpe ignorancia (para mi gusto, la historia más conmovedora y la mejor contada) o el dilema vital entre la elección de la sumisión a la ley o el desgarro familiar.
Una obra interesante, a la que tal vez sobran algunos minutos y alguna caída en fáciles y largas concesiones a tópicos políticos de dudosa necesidad.
(En voz alta). Desde que me lo descubriera mi cuate Juan Herrera, trato de estar atento a las actuaciones de Antonio Lizana, un gran artista de la fusión del flamenco y el jazz, e intérprete valiente y entregado. Acaba de sacar un nuevo disco que contiene verdaderas joyitas. Si no lo hacen ya, síganle la pista.
Quiero recomendar vivamente la serie Cien años con Juan Rulfo(Amazon Prime). Dirigida por su hijo Juan Carlos Rulfo y estrenada en 2018, con ocasión del centenario del autor, pude verla y disfrutarla recientemente, acompañada de una nueva lectura de la breve pero infinita obra narrativa del creador mexicano, uno de los indiscutibles maestros contemporáneos de nuestra lengua. La serie, algo inflada —tal vez innecesariamente— en su duración, es un recorrido muy emotivo, sensible y lúcido por el mundo del autor de Pedro Páramo. Y tiene el gran aliciente de contar, además de con numerosos documentos de época (por ejemplo, fragmentos de la ‘heroica’ entrevista que pudo arrancarle Soler Serrano en su A fondo), con la voz del propio Rulfo leyendo fragmentos de su obra. Una experiencia, por cierto, que vale por todo un acercamiento esencial al verdadero fondo de su literatura: la manera en que Rulfo dice sus textos acaba siendo la lectura por antonomasia, la verdadera voz (en todos los sentidos) que los sostiene. Otro aspecto destacable es la atención que se presta a la faceta de Juan Rulfo como fotógrafo, un papel que, sin estar olvidado, a menudo ha sido poco tenido en cuenta. Y es de una importancia enorme. No se la pierdan. Para mí ha sido un verdadero viaje alucinante durante días. Aún sigo en él. «Vine a Comala..., un montón de piedras».
(En voz alta). Entrar a formar parte, aunque sea como personaje secundario y como de pasada, del universo que Ángel Mosterín pone en pie en sus escritos, con tan rigurosa como lúcida y poliamorosa eficacia, es algo así como haber logrado un taburete en El Paraíso, famosa casa donde se dan cita deslumbrantes bellezas, lumbreras varias y gente de la más amable e inteligente condición, sin excluir algún bandarra que finalmente también se hace querer. En fin, un lujo.
Como ya dije, es como si aún fuera posible y real asistir a la tertulia del inolvidable Savoy de José Luis Alvite y que, además, allí pudieras llegar a pegar la hebra con gentes como Julio Camba, Juan Perucho, Juan Cueto o el mismísimo Cunqueiro al que el polígrafo asturiano le llevaba los quesos cuando cruzaba el Eo hacia occidente. Y junto a ellos, tantos amigos nuevos y buenos, e incluso la posibilidad de hacer travesías como esa en la que hace poco tuve el placer de encontrar el alma afín de Miguel Cobo Rosa, entre otras grandes estrellas de este firmamento algo irreal, amén de artistas del buen gusto y la palabra franca.
(En voz alta).Aunque comparece a menudo al hilo de los fastos berlanguianos, uno de los directores que más “aprovechó” sus muy peculiares cualidades de actor, quizás no todo el mundo ha caído en la cuenta de que este año 1921 es también el del centenario del nacimiento (en Madrid, el 10 de mayo) del gran Luis Ciges, sin el cual el cine español sería un poco más mustio y estaría menos tocado por la gracia del talento y la naturalidad, cualidades ambas que don Luis poseía en su justa medida y máxima graduación. Que no se olvide.