(Al hilo de los días). Me había desayunado con este inquietante (no en el peor sentido) artículo de Javier Sampedro el mismo día (¡ayer!) que iba a asistir a una conferencia del gran físico Juan Ignacio Cirac sobre, precisamente, el ordenador cuántico, en la benemérita Fundación Ramón Areces, y la sorpresa (relativa) fue comprobar que el conferenciante, con el salón repleto de un público variopinto, inició su intervención aludiendo a la “palpitante actualidad” del asunto Google, rebajando —como suele ocurrir— sensacionalismos y situando en su sitio ciertas aparentes hipérboles. Mientras se ponían a punto, con dificultad, los medios técnicos para que el profesor Cirac pudiera impartir su charla, sobre la sala sobrevolaba la curiosa percepción de que una humanidad que está a punto de entrar en una nueva “realidad” —algo que últimamente parece que ocurre “a cada instante”— no va a verse nunca libre del engorro de sus propias inercias y mucho menos de una invencible propensión a la chapuza, marcas ambas de un estado de la materia que, parafraseando el verso inmortal, “no se cura ni con la presencia ni la figura”, siendo el intruso segundo “ni” un a modo de reflejo del gato encerrado en su limbo cuántico. La charla de Cirac fue sencilla, eficaz, comprensible, acaso demasiado esperable. Aún falta mucho, vino a concluir, para que algo digno realmente del nombre de “ordenador cuántico” esté disponible, pero en el turno de respuestas a las dos únicas preguntas planteadas desde el público —ambas por el ilustre don Ramón Tamames— pareció quedar también claro que hay en la actualidad un singular combate entre las instituciones científicas de mayor prestigio y los departamentos de investigación de las grandes empresas de la información y la minería de datos, y que el resultado de esa feroz pugna va a marcar —aún más— nuestra vida diaria en el futuro presente.
viernes, 27 de septiembre de 2019
El horizonte
Cartel de Stazione Termini (1953), filme de Vittorio de Sica. |
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jueves, 26 de septiembre de 2019
A vueltas con Dios
Gloria del Padre Eterno, fresco de Luigi Garzi, 1686, Santa María del Popolo, Roma. Foto: GETTY |
Lo difícil
Tiziano (tal vez con Giorgione): El concierto campestre, 1510. Museo del Louvre. |
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miércoles, 25 de septiembre de 2019
Gala al habla
Antonio Gala, retratado en su fundación, en Córdoba, por Francisco González. |
Hilo de melancolía
(Al hilo de los días). Recuerdo que esta pieza sublime de Mikel Laboa (es imprescindible comprender su letra para que el efecto sea completo) se me convirtió en la banda sonora de Patria, la celebérrima novela de Fernando Aramburu, que ahora llega a las pantallas. En la pantalla pequeña acabo de ver una interesante miniserie (algo menos de 4 horas) sobre la desventura de Pablo Ibar, el sobrino de Urtain que estuvo en el corredor de la muerte y lleva más de media vida en la cárcel por un crimen que (presuntamente) no cometió. Concluye también con esta música. Y, de un modo indirecto pero persistente, ecos de la misma sensibilidad que hay tras estas notas se me colaban aquí y allá este fin de semana cuando, huyendo de la Eburia ferial y de ciertos cansancios familiares, me refugié en la lectura casi hipnótica de La peor parte, el último libro de Savater, un poema de amor que trasciende el amor mismo para darle una oportunidad de entendimiento a la tragedia de la vida. Un ejercicio de lucidez sintiente. Y que deja en el corazón la misma tristeza sonriente que el Txoria txori, este melancólico hilo conductor de fina seda.
Exhumación
Estela funeraria de la Granja del Toriñuelo, Jerez de los Caballeros (Badajoz). Museo Arqueológico Nacional, Madrid. |
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