Por mera coincidencia circunstancial, el llamado «Día de la Poesía» me pilla enfrascado en la lectura de Ávidas pretensiones, la novela-broma con la que Fernando Aramburu ganó en 2014 el Premio Biblioteca Breve y que dejé aparcada en su día para mejor ocasión. Que por fin ha llegado y, como diría el clásico, ¡la pintan calva! Ni tras un minucioso cálculo de posibilidades hubiera encontrado material más a propósito para festejar como se merece —repito: como se merece— una más de estas estúpidas festividades laicas de «los días de...», contra las que a menudo muchos despotricamos, por su carácter espúrio cuando no torticero o directamente mercachifle. Aunque luego, acomodaticios y contradictorios, nos sumemos, si no al sarao de lleno, sí a que prosiga la patulea. Y aquí paz y después gloria (Fuertes, por supuesto: ¡sombrerazo!).
Ávidas pretensiones es el ágil y burlón retrato de unas Jornadas Poéticas (con versal inicial) que algunos de los miembros más destacados del parnaso patrio celebran en un convento, y durante las cuales se ponen de relieve algunos tics y usos fácilmente reconocibles o sospechables de la mucha tontería en que a menudo aparece envuelta la facción poética de la tribu literaria.
No deja de ser curioso —pero sólo eso— que esta incisiva caricatura de la estulticia nacional en su vertiente literaria haya sido el preámbulo del mayor éxito de su autor, gracias a la excepcional Patria («Matria», más bien), sin duda una obra señera de nuestra narrativa reciente. Y es significativo que, con ser el tema y la intención tan diferentes, en Ávidas pretensiones y en su despliegue satírico comparezca el «estilo Aramburu» de cuerpo entero, con casi todas y las mismas armas retóricas: su peculiar asedio a la sintaxis, sus calificaciones alternativas, su prodigioso oído para captar rasgos coloquiales, la consideración del texto como un personaje más, el dominio de la intriga, la agilidad de los diálogos, etcétera.
Si alguna pega se le puede poner a la divertida y lograda sátira, al margen de su premeditado «tono menor», es que tal vez se quede algo corta en el retrato. Basta asomarse al patio poético nacional en este mentado Día de la Poesía, o recabar informaciones de sucesos recientes acaecidos en este o aquel simposio, encuentro, carrusel, descarga, maratón, mitin o batucada —que con todos esos o parecidos nombres se convocan actos tildados de "poéticos"—, para entender que, una vez más, la realidad es la ficción suprema. Y que resulta muy difícil ponerle puertas al campo. O al gato el cascabel.
Ávidas pretensiones, por cierto, parece un buen eslogan para calificar ciertas operaciones poético-comerciales en curso, legítimas sin duda, aunque más bien obscenas por la doble o triple moral con que son planteadas. Maniobras postpoéticas nacidas en un campo sembrado, a golpe de tuits y likes, acaso con las mismas semillas sintéticas y trucadas de la posverdad. Aunque, como siempre, habría que pararse a distinguir voces y ecos, gritos y susurros, trigos y pajas.
Imagen: Fotografía de la cubierta de la primera edición de la obra.
© Super Stock – Age fotostock
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