Como es bien sabido, y más a medida que van
pasando los años, las fechas casi por obligación alegres de la Navidad suelen tener
un rastro triste: es el tiempo en que más presente se nos vuelve la ausencia de
los que ya no están con nosotros. Y hay un momento especialmente
doloroso al sentir esa falta: el de la primera Navidad sin alguien muy querido. Es lo que nos
ocurre este año a quienes hemos tenido el privilegio de compartir días, ilusiones, palabras y ternura con Henar González García, amiga muy cercana y esposa de mi hermano
Francisco, fallecida el día 16 del pasado noviembre en Valladolid.
Henar, psicóloga de formación, ha sido una persona entregada a su vocación pedagógica, con una intensa dedicación a la orientación de escolares
en las etapas cruciales de su aprendizaje, y atenta siempre a las innovaciones
que podían mejorar el rendimiento de los estudiantes y su bienestar general. Pero, además de una gran profesional de la educación, Henar fue,
y lo será siempre en nuestro recuerdo, una persona alegre, sensible, detallista,
llena de entusiasmo. Cualidades que se pusieron de manifiesto hasta límites en verdad admirables durante los tres últimos años de su vida, en los que
quienes la conocimos fuimos testigos de cómo plantó cara a su grave enfermedad,
con una tenacidad y un coraje que fueron y siguen siendo un ejemplo para todos.
De los diferentes momentos vividos en su
compañía, además de algunas celebraciones familiares y de las jornadas
compartidas, con ella y con Paco, en su domicilio de Salamanca, recuerdo con especial viveza los
magníficos paseos entre los chopos del Duratón, en la casa familiar de Laguna
de Contreras, donde varias veces disfrutamos de sus innegables dotes de
anfitriona, su gran generosidad y una muy buena mano culinaria, siempre
auxiliada por Paco en el apartado de los vinos y los tratos con los hornos
pastoriles de los alrededores.
De esos días, por ahí bullen aún las divertidas
conversaciones de sobremesa, donde no faltaban las bromas y chanzas propias de
quienes han aprendido a tomarse la vida con el necesario, imprescindible,
sentido del humor para que todo resulte más llevadero. O sus cálidas y tan útiles conversaciones con
mi hija Clara, de la que siempre estuvo tan cerca. O los juegos con Riky –el
caniche que la acompaña en la foto que le hizo Sagrario en Laguna– y con Pancho, que en su mundo de disputados
olores caninos hicieron buenas migas.
Brilla de forma especial en mi recuerdo una
tarde-noche del mes de mayo de hace unos pocos años, tal vez en 2011, en la que compartimos una función del Cirque du Soleil, en Madrid, un
espectáculo que si a todos nos fascinó, a Henar le puso un brillo en los ojos
de verdad inolvidable. Son todos esos y otros muchos momentos, junto con la
gran valentía vital de sus últimos días,
los instantes que no se perderán mientras tengamos capacidad de
recordar.
Hoy, 27 de diciembre de 2016, Henar habría
cumplido 51 años. Estas palabras, además de una evocación llena de cariño y una
forma de encontrar consuelo en la tristeza, quieren ser una señal de
reconocimiento y homenaje a una gran mujer. Y van envueltas en un abrazo
fraternal para quien hasta el último momento de lucidez supo acompañarla en tan difícil viaje.
Querida Henar: ha sido un privilegio haberte conocido. Gracias por tu valentía y por tu entereza. Descansa en paz más allá de donde se oculta el sol.