sábado, 13 de julio de 2013
Otro mundo
El que se descubre cada día a poco que uno esté despierto.
Este que nos une en esta pantalla, tal vez la de una tablilla hitita llena de luminosas incisiones, quién sabe si en la inverosímil superficie plana de un teléfono.
Hemos pasado del viejo reloj sin horas (que acabo de leer en otra pantalla) a las horas sin reloj. La ausencia, la imposibilidad incluso, de una mirada que sustente una historia coherente... es el signo de los tiempos.
La muerte, como ya se ha teorizado por lo menudo, del sujeto: el nudo capaz de reunir y de, a la vez, darse cuenta de su desnudez etimológica. Las voces, que se dice, del silencio.
Con lo fácil que resulta pregonar la mercancía, ¿quién se privará de hacerlo?
La inmediatez de la obscenidad política, ¿es algo más que el rumor de fondo del cómic cósmico? Apenas una viñeta descartable en una página par. Un mero inserto. Insecto.
Pero todo lo puede el deseo de vivir. El deseo.
Que no deja de recordarnos que, en efecto, estamos en otro mundo. Un mundo otro que no sabemos ya si aún es el nuestro.
martes, 9 de julio de 2013
Regreso al Narayama
Cartel de La balada del Narayama (1983), película de Shohei Imamura. |
Oh,
la muerte es esa puerta
que siempre está entornada,
el caminito blanco
que conduce a la cumbre.
Oh,
la gran luna de julio
que todo lo ilumina:
fósforos en los campos
sembrados. Y en mis venas.
Oh, la mujer anciana
conoce su destino
y, valiente, lo acepta.
Oh, siempre son los huesos
la última frontera.
¿Y la cárcel del alma?
El viento no responde:
sólo sopla.
jueves, 4 de julio de 2013
Adenoma, la moneda
Al volver sobre sus pasos, en el sueño de la anestesia, vio que el viejo barquero se había inclinado sobre ella y con sus dedos escuálidos le rebuscaba en el interior de la boca, hurgando con minuciosidad de cuervo entre los molares inferiores, palpando las encías desplazadas. Cuando le rozó la lengua, su tacto era tan frío que ella fue capaz de abrir los ojos dentro del sueño y le hizo comprender que se había equivocado.
—Llévate, a cambio, el adenoma —acertó a decirle—. Aún sales ganando. Mira, ahí lo trae el doctor.
Antes de despertar alcanzó a ver cómo la negra barca se alejaba sobre las aguas de la laguna hasta perderse tras la espesa niebla del fondo.
Heliozoo. Microfotografía de Rubén Duro.
miércoles, 3 de julio de 2013
Intinimiedad
La Real Academia de la Lengua prepara la que con toda probabilidad será la última edición del Diccionario en papel, cuya publicación está prevista para 2014. Tal vez pudiera tomarse su fecha de edición, en el ámbito panhispánico, como la marca definitiva del final de una era, que lo es no sólo de la nuestra más reciente (la de los hombres póstumos) sino también de la que se inició hace casi seis siglos (hacia 1440), con la invención de la imprenta de tipos móviles, momento a partir del cual la cultura de la letra impresa pudo extender su radio de acción en círculos cada vez más amplios hasta alcanzar a la inmensa mayoría de la humanidad (al menos potencialmente).
Esa marea está a punto de besar por última vez las costas de la civilización, para dar paso definitivo a esta otra ola cibernáutica que, a modo de gran tsunami, avanza sin parar, crece sin tregua y se adueña de todo, hasta imponer una realidad sin escapatoria: una verdadera Red.
El nuevo mundo en el que ya vivimos, sin ser del todo conscientes ni quizás poderlo ser, es en gran medida el causante de nuestro desconcierto. Incluso parece posible que a una de sus más imponderables cualidades, el efecto rebote universal sin pausa, se deba el endemoniado laberinto en que se está enquistando en muchos países, incluida nuestra querida Expaña, eso que todavía llamamos «crisis económica». Y que en realidad es una depauperación generalizada de valores humanos considerados hasta ahora básicos, pero que están adquiriendo una condición de valores añadidos a los que se puede, y hasta se debe según algunos, poner un alto precio.
La superación de la civilización del papel impreso no tiene por qué ser un horror en sí misma, aunque muy probablemente nos cause a algunos un pánico semejante al que pudo experimentar el anciano mesopotámico que vio girar la primera rueda. O, sin irnos tan lejos, el obispo aquel de Canterbury que se hacía cruces ante el rugido y el humo de la primera locomotora.
Además, por volver al principio, la definitiva subida la Red de los Diccionarios permitirá que se acoplen y copulen con mayor agilidad las palabras. Y así será posible recoger, con extraordinaria rapidez, nuevos nombres capaces de designar nuevas realidades. Por ejemplo, el hecho de que la intimidad y la vida privada, a las que los individuos solíamos conceder cierta importancia, estén empezando a dejar de ser algo personal, podrá dar pie al nacimiento de una forma nueva de estar en el mundo que reciba el nombre oportuno y preciso de intinimiedad. Y todos tan contentos.
Imagen superior tomada de aquí.
domingo, 30 de junio de 2013
Ra lo ve volar
(Este micro bifronte tiene una posible lectura estereoscópica si se acompaña de la proyección doble de la secuencia de Blade Runner que lleva anexa. Para ello, es necesario pulsar primero el vídeo superior y cinco segundos más tarde el inferior, y dejarse mecer por la música de Vangelis en el cuenco de las palabras. O incluso prescindir de ellas.)
Ra, el antiguo dios egipcio que se creía el sol, era un gran aficionado a las frases bifrontes. En escritura jeroglífica, los palíndromos tienen una rara eficacia. Sus dibujos son capaces de engendrar vida verdadera, verdadera vida. Quiero decir decir que del encuentro de una imagen y su reflejo, y del reflejo que devuelve una imagen, muchas veces saltan chispas. La chispa de la vida, diría, con una metáfora algo anacrónica. La chispa de la vida, diría, para que no se note demasiado, ni andar o nadar de bar en bar, con los días perdidos y el rabo entre las piernas, como lobo que asusta al pastor bobo. Es el caso que Ra, dios egipcio que se creía el sol, un día al mirarse en el espejo, ni lo sabía, ni lo esperaba, quedó tan deslumbrado que empezó a tener sueños hipotéticos que nunca había tenido. Nunca los tuviera antes. Soñó, por ejemplo, que una noche llegaría a ser mortal. Y que tendría recuerdos. Y que vería volar sobre su cabeza pájaros de otros mundos. Y que tendría recuerdos. Y que sería mortal. Y que habría pájaros de otros mundos volando sobre su cabeza. Lo que nunca había imaginado es que hoy, a esta hora, y en este mismo instante, en el instante del ahora de hoy, mientras era descifrado por unos ojos glaucos (¿nunca te han dicho que los tienes así?: ¡los tienes así!), también él levantaría los suyos al cielo, a su cielo de dios que se cree que es el sol, y acabaría descubriendo que lo que veía lo veía como lo ve quien lo ve como si fuera el centro del amor. ¿Lo ves? Es muy sencillo. ¿Lo ves? El centro del amor está marcado por lo que ve el que ve lo que ve y acaba descubriendo en lo que ve que lo ve, lo ve, lo ve. Es solo un juego. Un juego solo. Quizás una rayuela cuya última casilla, lo vi, paseando, lo vi, aunque era de noche, es un corazón. La última casilla. Lo que ves si lo ves es que ves el amor en su centro. El centro de lo que ves si lo ves es el amor. Y Ra comprendió que era muy sencillo. Vio que era un juego. Vio que era bueno y se entregó a él sin restricciones. Tal vez por eso le siguen adorando las multitudes en los estadios. A Ra, el antiguo dios egipcio que se creía el sol. Y al que le gustaba verse reflejado en espejos. Y en charcos. Y en rayuelas.
viernes, 28 de junio de 2013
Alegrías Almodóvar
Qué calor. No está uno para nada. O casi. Menos mal que aún nos funciona la neurona de la memoria de la alegría. Y ahí está Youtube para sacarnos del apuro. A ese manchego ilustre y generalmente lúcido que es Pedro Almodóvar le debemos muchos momentos de vida y color (como aquel álbum). Y de buen ritmo. He aquí tres muestras que cantan y bailan por sí solas, y en todas ellas el mismo disfrute.
Y de postre, este reportaje, que acaso dé cuenta de la principal fuente de esa alegría.
Y de postre, este reportaje, que acaso dé cuenta de la principal fuente de esa alegría.
jueves, 27 de junio de 2013
Soñar años
Cuando despertó, la Bella Durmiente no tardó en darse cuenta de que iba a cumplirse la pesadilla que había atormentado su sueño: el príncipe era guapísimo pero sufría de una tan penetrante como nauseabunda halitosis. Era como si un establo lleno de dragones enfermos se acercara a su boca. Como si todas las rosas rojas con las que también había estado soñando durante años se pudrieran de pronto ante su cara. Tenía que parar aquel horror. Con un gran esfuerzo, logró zafarse del beso encantado, clavó sus uñas en los ojos del apuesto y apestoso joven y, mientras este huía entre alaridos terribles, pudo volver a dormirse. Nunca llegó a saber, sin embargo, que el hechizo se había roto y que su sueño, aunque profundo y duradero, volvía a ser el hermano gemelo de la muerte.
Imagen: La vieja bella durmiente. De autor desconocido (se agradece información).
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