sábado, 4 de agosto de 2012

Fiambrera


Que esta crisis es grave ya no lo duda nadie. Que, por muy increíble que parezca, está llegando a extremos impensables que aún nos cuesta trabajo asimilar, tampoco. Se hacen muchas cábalas sobre hasta qué gruta de nuestra historia nos va retrotraer el descenso en picado de todos los baremos del bienestar social. Y se describen, con mucho patetismo y hasta pornografía, algunas situaciones de verdad espeluznantes.

La casualidad tampoco nos da tregua. Un azar que cualquiera diría que para ser azar parece endemoniado hizo que el jueves día 2 se produjeran, de forma casi simultánea, tres caídas de peso: la caída del rey, la de la gran bandera que ondea en la plaza de Colón de Madrid (la más grande del país: 21 x 14 metros) y la caída (recaída tras rebote tras caída tras mamoneo) de la Bolsa.

Sin embargo, con ser tantos los síntomas y tan malos los símbolos, me parece que nada tiene tanto poder de evocar el retroceso enorme hacia el que nos precipitamos como el hecho, en apariencia banal pero a mi entender tristísimo, de que se haya vuelto a poner de moda y esté ya en pleno uso una palabra: fiambrera. Y, lo que es peor, asociada a la comida de los escolares, que por lo que se anuncia volverán a utilizar este artilugio (¡pero pagando, nen, que la carmanyola no guisa sola!), veremos con qué resultados pedagógicos, por no mentar los pandémicos.

Naturalmente, el problema no es la fiambrera en sí, cacharro por el que incluso es posible sentir simpatía y hasta agradecimiento. Pero es que su regreso certifica lo que nos espera a la vuelta del camino,  lo que ya está aquí: una educación de fiambrera, una sanidad de fiambres.

Arriba, la conocida imagen de un grupo de obreros almorzando, durante la construcción de un rascacielos del Rockefeller Center de Nueva York, en 1932. Foto de Charles C. Ebbets.

viernes, 3 de agosto de 2012

hAros

Los 3000 obstáculos de México 68, vistos por R. Depardon.

Por fin comienza
la verdad del deporte
(lo mejor de los Juegos):
el atletismo.

Ni aros, ni ruedas,
ni redes, ni pelotas:
tan solo el cuerpo.

La vieja llama 
de Olimpia sigue viva
y arde en los músculos.

Leyendas épicas,
sueños de pies descalzos
en blanco y negro.

Y en la memoria
nombres que no se borran:
son inmortales

(Y si se se borran,
ahí están la Wikipedia
y el viejo Espasa.)

Orad, hermanos,
digamos todos juntos
la atletanía:

Oh padre Abebe
Bikila, pies desnudos,
gacela negra.

Qué altura en México
donde vimos a Beamon: 
¡8,90! 

Todo lo ocupa
--Múnich 72--
la gran masacre.

En Montreal,
la hazaña de Saneyev
en triple salto


y los dos oros
de Alberto Juantorena,
mediofondista.

De Moscú 80
solo recuerdo el frío
y el fin de un mundo.

Sobre Los Ángeles,
el ángel fue Carl Lewis:
sus cuatro oros.

Luego, en Seúl,
la explosión de Ben Johnson
y su derrota.

(¿Continuará?)






jueves, 2 de agosto de 2012

Haros



Haros = Haikus (r) olímpicos 


Aros y ciclos:
un cuarto de la vida
son olimpiadas.

Otra medida 
de cómo el tiempo pasa:
carro de fuego.

Siempre se cumple
puntual el lema: citius,
altius y fortius.

*

Amor de peso,
gravedad del instante:
halterofilia.

Ruedas en jaulas,
bicis en el zoológico:
ciclismo en pista.

Si la campana
toca a rebato, el fuego
arde en las llantas.


Sobre la mesa
la luz vuela en reflejos,
pin, pon, ping, pong.

Músculo, altura,
tino: pasión ¡tri-triple!
del ba-lon-ces-to

[Pase de Antonio*:
 "rápida-mente" en vuelo...,
 ¡vaya aleey-oop!]
*ver comentarios
*

Nadan y ganan
leyendo a ¿Montesquién?
nuevos atletas.

Maldad cinéfila:
ver bajo el agua el bulto
de un tiburón.

¿Y qué se fizo
de aquellas diabluras
del neopreno?

Phelps no es humano:
 es el primer espécimen
del hombre-rana.

¡Ay, Latynina:
tenías 18,
Phelps, 19!*
*luego ya 20 
** y hoy 21...
¡Son 22!:
finis coronat opus.

Larisa Latynina, gimnasta ucraniana: cayó su récord de medallas olímpicas.

En aguas bravas
el palista apalea
viejos fantasmas.

Ubres de loba
tiene la blanca espuma:
piragua y Remo.

A toda vela,
se ha poblado de luces
de pronto el mar.

Y el hockey hierba
–por la hierba lo digo–
¿es a caballo?

¿Qué lleva dentro
la pelota emplumada
del badmintón?

El equipo español de waterpolo protesta un gol no concedido.
Y los muchachos
-huchas del waterpolo,
¿qué llevan dentro?

*
La surcorena Shim Lam lamenta una injusta decisión arbitral. (EFE)
Llora su esgrima
la tierna espadachina...
surcoreana.
Del judo todo
lo que no es judo es judo...
hasta el taekwondo.

El pío olímpico
no reclama medallas:
escapularios.

*

¡Adiós, Rojita!:
vuelven la mala suerte
y las excusas.

En lo del tenis,
sin el orto de Rafa
todo es ocaso.


¡Hasta la prima
de riesgo se ha adueñado
del medallero! 

*
Arena y red:
los gozos de la vista:
¡el voley playa!


Un nuevo lenguaje digital.


Imagen superior
Los aros olímpicos reflejados en las aguas del Tamésis. 
Imagen tomada de foroxerbar.






martes, 31 de julio de 2012

Cine pm: resonancias





Sin más comentario (de momento),  dejo proyectándose en el cine de la Posada esta pieza "resonante", con tanto sabor de época, y de clima apropiado, me parece, para los tiempos que vivimos. Y, naturalmente, no me refiero solo a lo meteorológico.

Aprovecho para desearles a todos un buen verano.

lunes, 30 de julio de 2012

Romper cadenas...



Es hora de romper las cadenas.
¿... Y por qué no empezar por las que más visiblemente, pero también a lo tarzán (o sea, a la chita callando, perdón), están enrareciendo de tal modo las comunicaciones entre ciudadanos cibernautas, que hacen que muchas veces no haya más que ruido de añicos por doquier?
Me refiero a esas cadenas de internet, formadas por mensajes que se rebotan sin ton ni son, incluso muchas veces sin que sus emisarios sepan bien lo que envían, y que hacen ir de aquí para allá tantos bulos y tantas memeces... Sí, es hora de romper las cadenas.

El bulo se sabe de base soluble.
Pero muchos que lo propagan, no.


jueves, 26 de julio de 2012

La sal


La sed de sal aviva la sed de sal.

Imagen: fotograma de Blackthorn. Sin destino (2011), de Mateo Gil. 

[AJR, 9:25 Palíndromos ilustrados, 13]

Postdata. Pensé titular esta entrada «Prima por riesgo» (expresión que me parece más exacta que la habitualmente en uso), pero una vieja norma de redacción periodística, y también literaria, aconseja evitar las redundancias.

martes, 24 de julio de 2012

A la vista de Hopper


La exposición de Hopper en el Thyssen, que por fin pude ver el sábado a última hora, está organizada con un gran sentido didáctico que busca volver más comprensible, o comunicativo, el significado de su aventura estética. De ahí que incorpore obras de otros autores (Degas, Marquet, Valloton, Sickert, Henri) con los que sin duda Hopper estableció un diálogo sobre intereses comunes: la vaciedad del tiempo, la extrañeza de la figura humana en cualquier rincón del mundo, la impersonalidad de las historias íntimas, el misterio que puede albergar cualquier vida de apariencia banal.

He leído en diversas reseñas que el pintor americano muestra a sus personajes como si estuvieran en el purgatorio de las almas (y los cuerpos). Es creíble. También que sus escenas son anunciaciones, revelados de una parte oscura del ser humano que se manifiesta en su aparición súbita ante los ojos del espectador. Sin duda. El itinerario por las salas está organizado de modo tal que subraya la dimensión escenográfica de los puntos de vista del pintor. Razón de ser, tal vez, de la gran afinidad que este modo de mirar tiene con el cine y que pudiera explicar la huella que los cuadros de Hopper han ido dejando en tantas películas. También las que el cine pudo dejar en sus cuadros.

Me detengo un buen rato ante Railroad sunset (arriba), un cuadro que utilicé aquí para ilustrar un poema, y que al verlo "de verdad" me permite diseccionar el contenido de una intuición: la de que la palabra «eternidad», el tiempo pensado como un absoluto, es solo un «tren de ida» con los mismos vagones trastocados.

Y caigo en la cuenta, feliz, de que Soir bleu, toma su título, y tal vez algo más, de un verso de Rimbaud.

Soir bleu
¿A qué escena de qué película me está guiando este autorretrato del pintor en cuerpo de Pierrot  junto  a un grupo de gente reunida en la terraza de un café al atardecer, y entre cuyos rostros y maneras es posible identificar homenajes apenas velados? ¿No es Van Gogh el individuo barbado y cubierto que comparte la mesa  con el clown?

Dos cómicos.
Justo en la pared de al lado está Dos cómicos, obra de 1966, la última del pintor. En ella se vuelve a autorretratar como comediante, esta vez en actitud de saludo final desde un alto escenario, en compañía de una "actriz" que no es sino su mujer, Josephine, el modelo más repetido en las obras de Hopper. La pareja y sus lazos invencibles pese al tiempo,  la ira y con frecuencia el tedio.

Una gran sala está dedicada toda ella a exteriores, paisajes y edificios apenas "interrumpidos" por figuras humanas que el ojo a veces tarda en descubrir y que no tienen una naturaleza distinta a la de los escenarios que las engullen. Otra gran sala, la más colorista e inquietante, se puebla con la galería de personajes, con predominio de mujeres, sorprendidos en su intimidad misteriosa, fogonazos narrativos que tan fácilmente prenden en la imaginación. Entre ellas, claro, se echa de menos el gran icono de los bebedores nocturnos clientes de Phillies (Nighthawks).

Hay rincones especiales para los grabados, muchos de ellos a la manera de Rembrandt, y para unas muy originales acuarelas que demuestran las grandes dotes del artista como ilustrador, al igual que las numerosas portadas de revistas que se exhiben mediante la proyección de un vídeo, un trabajo sin duda alimentario pero que tiene un inequívoco "toque" hopperiano. ¿Y de dónde ha salido ese azul tan intenso que.... ?

Pero no es fácil concentrarse entre la multitud que deambula por las salas, personas como nosotros y tan diferentes, cada una marcada con el rictus mascariento que se nos está poniendo a todos y que vuelve hiperreal un simple paseo por las calles. Envidio la posibilidad de ver la exposición de forma sosegada, esas descripciones de testigos privilegiados que han podido gozar de este paseo en óptimas condiciones. Pero me conformo y disfruto de lo que hay. Y mientras observo la instalación-homenaje del fotógrafo Ed Lachman,  que insiste en la perspectiva cinematográfica y plantea además un juego para llevar la exposición a las redes sociales, procuro retener un pasto mental de sensaciones que podré rumiar después en soledad, como hago ahora.

Instalación de Ed Lachman recreando Sol de la mañana. Foto AJR
Al salir del museo, las banderolas que anuncian la exposición se mueven empujadas por un poco de brisa refrescante. En la esquina con la Carrera de San Jerónimo, los furgones de la policía que protegen el camino hacia el Congreso vuelven a hacernos caer en la gravedad de la hora. Menos mal que aún es posible sentir el disfrute de momentos como estos, que no nos van a salvar de nada, pero que en medio de tanta pesadumbre y de los más oscuros presagios terminan por hacer que este tiempo tan raro, usurpado de la mañana a la noche por la crisis y sus infatigables zopilotes, no sea del todo  insoportable e incluso tenga horas alegres.