Es muy conocida pero merece resonancia. La intervención del recién fallecido Steve Jobs en la Universidad de Stanford en 2005, un año después de que se le hubiera diagnosticado el cáncer de páncreas al que finalmente no ha podido vencer, es una de las piezas oratorias más inspiradas del siglo XXI. Ahora constituye el verdadero testamento del hombre que probablemente más haya influido en el diseño del paisaje visual y comunicativo al que cada día nos enfrentamos. Parece que se ha puesto en marcha el rápido proceso de canonización laica de Steve Jobs; incluso estas letras podrían considerarse como una contribución a la causa. Pero nada más lejos de mi intención. No conozco bien la peripecia del fundador de Apple, ni me cuento entre los seguidores a ultranza de su blanca tecnología, aunque tengo un trato habitual y enriquecedor con algunos de ellos y en más de una ocasión he fantaseado con sumarme a su bando. Pero no se trata de eso. Estas líneas responden solo a la necesidad, casi la obligación, de subrayar el peso de unas palabras a las que, como a pocas de las oídas en foros públicos en los últimos años, convienen los adjetivos de verdaderas, necesarias y generosas. Y entre las que, además, se encuentra un «elogio del calígrafo» que por fuerza ha de resultar emocionante para todos aquellos que sientan amor por la escritura y hayan tenido alguna vez tratos con los nobles tipos móviles.
Descanse en paz el hombre que fue capaz de pronunciarlas.
Imagen de Steve Jobs tomada de somosmac.com