Sentía que cada Navidad, con su dilatada, circular y casi insufrible reiteración, venía a ser como un nuevo anillo en el tronco del árbol de su vida. Cada vez más lejos, cada vez más fuerte, cada vez más grave.
Camille Pissarro: Camino de Versalles, Louveciennes, sol de invierno y nieve, h. 1870. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en depósito en el Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid
«De todas las cosas del Invierno —me dijo mientras golpeaba con el bastón el hielo de la acequia— ninguna me produce más escozor que la palabra sabañones».
(Leído y visto en voz alta). Me había quedado con mala conciencia por no dedicarle unas líneas al homenaje a Aute, al que asistí el pasado lunes 10 diciembre, y que fue una ocasión muy especial, a la par que extraña, porque flotaba sobre el ambiente una nube opresiva de desánimo, aunque finalmente se impuso la celebración. Este reportaje de Miguel Munárriz, enriquecido con magníficas fotos de Daniel Mordzinski, ofrece un tan sucinto como exacto relato de lo que ocurrió sobre el escenario y en un recinto entregado a un artista irrepetible. Ha llegado a mi correo desde Zendalibros.com y me libra de ese fantasma culposo y de sus secuelas. No dejen de leerlo y verlo: merece la pena. Y vuelvan a escuchar a Aute. Personalmente, he decidido convertir su canción La belleza en el himno para salir del año y abrir el próximo. ¡Ánimo animal!
Manuel López Villaseñor: Visita en el pasillo, 1977. Museo López Villaseñor, Ciudad Real.
Fue entonces cuando comprendimos que la vida nunca pasa entre paréntesis. Y que, querámoslo o no, pero sobre todo si lo ignoramos, todo ocurre tan sólo (¿tan sólo?) en nuestra mente. Hasta que deja de ocurrir. Pero eso ya no hay forma de saberlo. ¿No escucháis ya las voces de ultratumba? «Otro mundo es posible», dice el eslogan.
(Visiones en voz alta). En las últimas horas he visto 2 veces y media Roma, la película de Alfonso Cuarón. Que recomiendo vivamente: me parece difícil encontrar ahora mismo otra ocupación mejor para emplear algún tiempo libre (o liberado) que ponerse a verla. Es el gran cine de siempre contado de nuevo con un ritmo que nos vuelve a reconciliar (ese verbo) con el sabor del tiempo. Una historía mínima inmensa. Un gozo para todos los sentidos. Y qué contradicción: es el tipo de cine que nos ofrece en esencia todo lo que amamos del cine y lo que el cine ha hecho por nosotros en todos estos años, especialmente en las salas oscuras, y sin embargo lo contemplo en Netflix... Aquí está sonando una pavana por un tipo de arte difunto que habrá que contar con detalle (si se deja). Pero la belleza se impone por sí misma. Y «Roma» (un barrio de México al que Cuarón retorna con amoR verdadero) es en eso un prodigio. No-se-la-pierdan.
(Visiones en voz alta). Sin ser un estricto «amanecista», sí me considero un rendido «amaneciente»: la reiteración intempestiva de algunos tópicos archisobados de Amanece que no es poco, la famosa película "friki avant la lettre" de José Luis Cuerda, me resulta profundamente desagradable, pero la película en sí, en su propia esencia ontológica de disparate lúcido movido por su específica lógica interior (tan transparente), me sigue proporcionando horas gratas, también ya melancólicas, no sólo por el imparable paso del tiempo, sino porque el tipo de cine al que la película pertenece (lo real sin complejos) empieza a ser ya una reminiscencia. Así que estoy contento y moderadamente expectante ante el anuncio de este Tiempo después, que al parecer prolonga aquel mundo y que llegará a las pantallas el próximo 28 de Inocentes. Y que tiene toda la pinta de correr el riesgo de no poder repetir lo irrepetible, aunque esa batalla pueda ser su nuevo galimatías salvador. Veo por el tráiler que Cuerda, tan observador y vibrátil —por algo vive y cultiva vides en los aledaños de la Sacrata Rivoira— se ha dado cuenta del poderoso atractivo plástico del edifico de Torres Blancas, el rascacielos circular de Sáenz de Oiza que marca uno de los límites de mi barrio madrileño (La Prospe), y al parecer lo ha convertido en el escenario de este filme. Como más de una vez he fantaseado, incluso por escrito, con la posibilidad de que este edifico sea en realidad una especie de nave espacial lista para salir al espacio en caso de catástrofe terrestre, no me resulta en absoluto extraña la elección del director manchego. Ojalá que el resultado esté a la altura de las expectativas.
Caravaggio: Santa Catalina de Alejandría, h. 1598-1599. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid.
«No pierda de vista —susurró una voz grave a mi espalda— que todo lo que usted ve en esos ojos ya estaba antes en usted, incluida la forma en que usted siente que esos ojos lo ven». Me volví para ver quién era el que así me hablaba. Y, en efecto, era él. Me había estado siguiendo. Y comprendí que iba a vengarse.
Subido a la tribuna, como empujado por la mano de un titiritero insomne, tomó la palabra y peroró: «Inauguramos, ínclitos ingenios indocumentados, inciertas iniciativas inverosímiles, invictas invectivas, informes incredulidades, inesperados incordios, íntimos infundios, incendios, incen... ¡dios!». Y no cesaba.
Édouard Manet: Un bar aux Folies Bergère, 1881-1882. The Courtauld Institute of Art, Londres.
Apoyada en un ángulo de la barra, no dejaba de mirar con angustia hacia el espejo. Se sabía de continuo vigilada por aquel par de catetos. Y hasta llegaba a sentir un poco de sofoco por su nombre falsamente equino.
Woddy Allen, una mirada perpleja. Foto: Getty Images.
(Lecturas en voz alta). Hablaba el otro día, después de algún tiempo, con mi amigo José María, alias Navajo, uno de los mejores críticos de cine que conozco, y lamentábamos, justamente, la injusta postergación de Woody Allen. Y, entre algún que otro juramento y varios exabruptos no reproducibles, nos quejábamos de que este 2018 se fuera a despedir sin la anual cita con la peli del maestro. Este artículo de Elisa Martín Ortega parte de esa misma sensación y cuenta una experiencia que, detalles biográficos aparte, muchos podríamos suscribir. Al igual que el agradecimiento expreso al genio de Brooklyn, al que tantos momentos gozosos debemos. Hace ya unos años, mi amigo Navajo me regaló un estuche con una buena selección de películas de Woody Allen en deuvedé. En lo poco que ya va quedando del año buscaré el momento oportuno para volver a verlas y así desquitarme de la inmensa frustración que supone su ominosa desaparición de la vida pública, uno de los más preocupantes síntomas de los tiempos bárbaros que vivimos.
Eduard von Grützner: La catástrofe, 1892, Milwaukee Art Museum. Milwaukee, Wisconsin.
El manuscrito encontrado en el jardín del monasterio no dejaba lugar a dudas. El famoso abad murió envenenado. ¿Cómo entender si no aquella frase de ida y vuelta escrita con hermosos caracteres góticos?:
ORUJO LETAL LE DABA LA ZORRA Y ARROZ AL ABAD, ¡ELLA, TE LO JURO! ...
Duccio di Buoninsegna: El profeta Oseas, 1308-1311. Predela de un retablo mayor. Museo dell'Opera del Duomo, Siena (Italia).
Fue entonces cuando un mazo de niebla penetró en la sala, serpenteó entre los congregados, sobrevoló la sencilla mesa presidencial y, en un rápido giro hacia el techo ecológico y alambrado, dejó brillando en lo alto de la penumbra una leyenda, mitad oráculo, mitad plegaria, que decía así: «Seré una hoja de amor a la deriva».
(Hablarle a Borges, 43). Dicen que Borges dijo o escribió: «Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos; no sé cuántos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número? El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi». Y, sin poderlo evitar, exclamo: «¡Menudo pájaro (si se me permite) el vate bonaerense, redivivo Tiresias! ¡Está en todo! ¡Y todo el rato!». (Hablarle a Borges, 44). Es sabido que Borges, en lo de Funes y refiriéndose a él, escribió: «Le era difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo». Y, dirigiéndome en parte al autor en parte a su personaje, se me ocurre apostillar: «Dormir no tiene mérito, es de balde. Lo heroico es vencer al sueño en su propio campo». Y sigo leyendo.
(Hablarle a Borges, 45). Dicen que Borges escribió: «Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías».
A lo que de inmediato le comento: «Y en esto veo, maestro, que sos de la opinión misma de vuestro compatriota y casi estricto coetáneo el gran Juan Filloy, el mago de las seis letras. Y no sé si sabés cómo y hasta qué punto tal cercanía me place..., aunque sospecho —y algo más— que la relación y el trato no fueron fluidos, ni cordiales, ni siquiera... existentes».
Giovanni Domenico Tiepolo: El charlatán, h. 1754-1755. Museo del Louvre, París.
«Usted, amigo, amiga, está buscando un estímulo que llevarse a los ojos ávidos, un revulsivo para su mente despierta, un consuelo para su ajetreado corazón. También en eso nos parecemos usted y yo. Somos seres singulares. Y podemos demostrarlo», y bajando el megáfono me miró, a mí en concreto, de eso estoy seguro, desde lo alto del carromato con el que había llegado a la feria.
(En voz alta). Pues estoy pensado en qué se puede hacer para combatir la expansión de Vox, y especialmente (mente especial) en lo equivocado de recurrir a posiciones frentistas y sobre todo a ese lenguaje de resabios bélicos (“combatir en las calles”) utilizado por algunos líderes de la izquierda. Hay que mantener la moderación, insistir con paciencia en la información, la educación y la aclaración, y no ceder ante el avance de los tópicos vagos y desinformados, que florecen, prosperan y se multiplican apoyados en las penurias, de todo tipo y cada vez mayores, que afectan a amplias capas de la sociedad. Vox puede rentabilizar sobre todo el cansancio y las dificultades para entender lo que está pasando en una sociedad cada vez más líquida (la opinión toma la forma del recipiente que la contiene), más estupefacta, más confundida en su creencia de saber de qué van las cosas, qué está pasando, por el mero hecho de tener disponible un caudal incesante de información: el peso de la banalidad de las Redes Sociales es evidente. Como lo es también el adelgazamiento de las diferencias entre “lo real” y “lo virtual”, clones ya todos, más o menos conscientes, de un sinfín de universos paralelos (para lelos). Aún así, hay que reforzar por todos los medios posibles la sensibilidad común intuitiva y la cordura de una amplia mayoría social, no necesariamente muy politizada, ni definida ideológicamente, que ha asimilado avances y costumbres sociales sin grandes aspavientos, y que sólo prestará apoyo a estas tendencias extremas si se ve obligada a elegir entre «lo malo y lo peor». Ojo, sobre todo, con el factor miedo. Y no olvidemos algunos errores fatales de nuestra historia. Tiempos crudos, exigen el ejercicio continuo de la lucidez, del pensamiento libre.
Luis Eduardo Aute: dibujo para El niño que miraba el mar, 2012.
«Es así de sencillo —mientras hablaba vio brillar en sus ojos la misma luz de los ojos del niño—: podemos extraviarnos y no será fácil, ni acaso posible, que siempre te tenga presente. Pero siempre estaremos juntos».
John Everett Millais: The Somnambulist, 1871. Delaware Art Museum, Wilmington, Delaware (EE UU).
—Los sonámbulos son fantasmas futuros en proceso de aprendizaje, ¿no le parece, don Tomás? —Ya, y los que roncan... ¿qué me dice de los que roncan? —Pues que tal vez sean intérpretes de ópera que se han equivocado de sueño.
Amalia Avia: Comestibles y ultramarinos, 1995. Col. Particular.
Se la había regalado la señora Anselma, frente a la tienda de Ultramarinos, y estuvo todo el día mordisqueándola, hasta que finalmente la guardó en su cofre de la troje —una lata de dulce de membrillo de Puente Genil—, junto a las demás palabras.
(~Para un “duelo” en honor de Maureen O’Hara, con Miguel Cobo y un su amigo)
La roja pelirroja me sonroja
los pómulos del alma con sus ojos:
mirarla es desear, fiebre en mis ojos
que, al verla, ven que es lumbre rosa y roja toda la realidad y aún es más roja
la marea que vuela entre los ojos del que sueña despierto y en los ojos del que vibra en la noche. La piel roja
de la tribu ancestral y sensitiva que desnuda sus tótemes al alba por sentir los sentidos bien despiertos
es un sueño carnal, luz que nos salva, con su roja pulsión, de la cal viva que el tiempo siembra en este erial de muertos.
Página miniada del Códice Manesse, fol. 323r.
Cod. Pal. germ. 848 Große Heidelberger Liederhandschrift (Codex Manesse),
Zürich, entre 1300 y 1340.
«En este punto, amigo, y no me lo tome a mal, lo importante ya no es el qué, ni siquiera el cómo, ni por supuesto el cuándo: lo que cuenta es...» No pudo terminar su frase porque se acabó la bat...
Vio, dilo, lo ladeado de la vela, el lado del lodo, la duda del lívido, la levedad del alivio, el ávido aludido, lo vil de la edad, el velo de la vida... Y, al olvido del diluvio, el vuelo de la lluvia.
Sin duda una de las lecciones más difíciles de aprender, tal vez la única de verdad decisiva, es que tarde o temprano hay que irse con la música a otra parte.
Joaquín Sorolla: La actriz María Guerrero como “La dama boba”, 1906. Museo del Prado.
A una por año y desechando los entresijos, la cosa quedaría más o menos de esta guisa:
Nación española... proclama voluntad... garantizar convivencia democrática... orden económico social justo... imperio ley voluntad popular... todos españoles pueblos España... derechos humanos... progreso cultura economía... asegurar calidad vida... sociedad democrática avanzada... relaciones pacíficas cooperación pueblos Tierra... Cortes aprueban pueblo español ratifica...
Y eso sólo en el Preámbulo. No sé por qué algunos se empeñan en mofarse.
Era uno de esos días en los que resultaba imposible pensar en otra cosa. Y, sin embargo, eran las otras cosas las que iban sucediendo como a contracorriente, llenas de un nuevo significado, dignificadas en el puro valor de su existir.
Como un libro abierto. Fachada posterior del Hotel Puerta de América, Madrid.
Este campo de pruebas es un campo de minas,
escenario y pupitre, ring, pantalla, vistoso
diorama extendido sobre un fondo boscoso
desde el que emergen pájaros o fieras... Sus esquinas
del desierto o destierro son como concertinas
que disuaden del salto y convierten en coso,
más circense que táurico, el lugar del acoso
en donde las palabras te cercan. ¿Adivinas
el giro inesperado que ahora quieren brindarte?
¿Sabes por qué caminos inhóspitos te llevan?
¿Estás seguro, amigo, de que quieres seguirles
el juego, aunque te cueste? La vida está en zafarse
si el agua se desborda. Y estas líneas lo prueban:
el papel se ha llenado de espumas blanquecinas
que rompen las barreras más de lo que imaginas...
Y a todos los que esperan no sabes qué decirles.
Mattia Preti (atribuido): Diógenes con su linterna buscando un hombre honrado, s. XVII.
«Eso que se ve por ahí... ¿es lo que parece?», dijo sin saber qué hacer con su asombro, sin esconder su profunda decepción, ni el rictus de escepticismo.
J. M. William Turner: «El Temerario» remolcado a dique seco, 1839. National Gallery, Londres.
Nos vimos por última vez en el puerto cuando el sol ya había empezado a... Pero jamás estuve en ese puerto. De hecho, nunca lo vi. ¿De dónde nace entonces esa sugestión? ¿En qué nido se incuban los sueños? ¿Quién confiere a las palabras la capacidad de crear el mundo? Lo único seguro era que el sol ya había empezado su viaje de retorno.
(Visto y oído en voz alta). A todos los que estén subyugados, como es mi caso, no tanto por el fenómenoRosalía como por el arte que lo hace posible, les recomiendo vivamente esta lección magistral de Jaime Altozano que desentraña con gran brillantez algunas de las claves del taller musical de El mal querer, la obra que está conmocionando, y en diversas direcciones, el paisaje mediático en que nos movemos. Es un análisis muy preciso, rico, convincente y sugerente, que no agota el tema, pero lo desmenuza en lo relativo a su técnica combinatoria musical, al tiempo que proporciona pistas que invitan a seguir indagando. Porque, junto a sus sugerencias melódicas y en indisoluble unión con ellas, está el poema narrativo (con sus once capítulos o estancias), las palabras de la historia, un texto de rara perfección, ejemplar en cuanto a su composición rítmica y pleno de hallazgos metafóricos, de imágenes poderosas muy bien ensambladas y de una mezcla de registros poéticos (líricos, dramáticos, trágicos, coloquiales...) de enorme riqueza y eficacia (a la vista está).
Además, la intervención de Altozano contiene, entre los minutos 25-29, una muy interesante y lúcida digresión sobre los efectos positivos de Internet en la actual perspectiva artística de toda una generación de creadores españoles y sus nuevas audiencias.
Un saludo agradecido a mi amigo Alejandro GT, en cuyo muro pesqué el vídeo, al tiempo que le animo, si le apetece, a seguir profundizando en las claves literarias de una obra que cada vez se muestra más como «caudal y fuente» de numerosas influencias y confluencias.
(Visiones en voz alta: Rosalía dialoga con Jaime Altozano). Qué maravilla de explicaciones. Qué seriedad en el trabajo. Qué sencillez tan consciente. Todo un ejemplo. Comprendo que a algunos la reiteración en el elogio les puede resultar un poco exagerada. Pero es que hay mucha verdad, mucho trabajo y mucho atrevimiento. Y no ocurre todos los días.
Cuando el niño era niño, a veces se ponía delante de la puerta central del armario de luna y, reflejándose en el espejo, aprovechaba para dar rienda suelta a sus aficiones dramáticas, o meramente payasiles, y soñaba que era un cantante de éxito. Por entonces, uno de sus hermanos ejercía de gran admirador de Raphael y, como más de una vez lo había sorprendido en algún rincón de la vieja casa entonando e imitando los gestos del niño de Linares, el mimetismo de segunda mano se le imponía como un camino a seguir. El mimetismo y la extraña letra de aquella canción que tenía algunas palabras incomprensibles ("huipil", que entendía "güipil" o "güibir", y el "reboso", del que tardó años en comprender que era un "rebozo") y un ritmo y una dulzura, y un punto acaso de tristeza cómica, que lo conquistaron. Ahora, calculo que medio siglo bien largo después de aquello, cuando oigo por la radio esta versión de «La Llorona», hay una mezcla de alegría y asombro que me lleva a buscarla en los yutubes y dejarla sonando acá. Ángela Aguilar se llama la intérprete. Habrá que seguirle la pista.
Amedeo Modigliani: Retrato de Maude Abrantes, 1907. Museo Reuben y Edith Hecht, Universidad de Haifa, Israel.
Sonaba aquí la canción triste, que se había colado por una ventana y terminaba, lo recuerdo bien, en „palabras de mucho desconsuelo“. Pero cuando fui a ponerla a buen recaudo, en esa caja fuerte invisible en que se ha convertido el bloc de notas de mi celular, debí de pulsar la tecla equivocada y la canción triste había desaparecido, aunque no su rastro. Es este.
(Visiones en voz alta). Parece mentira, pero ya se cumplen, hoy, 20 años de la muerte de Gloria Fuertes. Puede que en esa sensación de atropellamiento del tiempo (aunque por sí sólo ya se basta) influya el hecho de su otro reciente aniversario, las reediciones y nuevas ediciones de sus obras, la estupenda exposición del centro Fernán-Gómez, la tontería que dijo Javier Marías, las simplezas que dijeron muchos de sus sobrevenidos defensores y, muy por encima de todo lo demás, su condición de poeta-cometa verdadero con ciclos de retorno que sólo ella y si acaso algún cosmólogo atento y erudito conocen. El caso es que ayer me alegró la tarde el homenaje que le hizo en la radio Elvira Lindo, y volví a pensar en la inmensa suerte de haberla conocido de forma natural, sin posturas ni imposturas, con la misma condición de esas flores a las que, con plena gracia y su muy inteligente retranca, dijo aspirar en el segundo de sus poemas que recuerdo haber conocido. El primero fue el de “la Cabra”, que le oí recitar en el Instituto Padre Juan de Mariana, en Talavera, un día de tal vez el mes de octubre o noviembre de 1973. Ayer, como quien dice. Esta “mitad invisible” del Ortega es un buen acercamiento a la gran Gloria. Sirva de recuerdo y homenaje.
Y este documento (creo que de 1996) de una tertulia en San Sebastián de los Reyes, con José Hierro y la presentación de López Azorín. Gloria para adultos, sin ningún reparo
Edward Lamson Henry: A Country School, 1890. Yale University Art Gallery, New Haven, Connecticut.
—Y decía usted que una sociedad... —Sí, una sociedad que no ha aprendido a valorar en su justa medida a quienes tienen a su cargo la educación de sus hijos... —¡Ah, como la nuestra!
—Bueno, no sólo...
—¿Y qué le ocurre?
—Le ocurre que está condenada a perecer, tarde o temprano, a manos de la barbarie.
—Sin señalar.
—Eso, sin señalar.
(Hablarle a Borges, 40). Dicen —aunque me gustaría comprobarlo— que Borges dijo o escribió: «Un libro no debe requerir esfuerzo porque la felicidad no debe requerir esfuerzo».
Y tras pensarlo un poco, no sé si lo suficiente, me atreví a apostillar: «Pues a lo mejor no estoy de acuerdo: en lo del libro, seguro que no (si así fuera, naceríamos ya leídos, y no “desleídos”, como más bien ocurre), y en lo segundo, aún queriendo asentir, no sé, no sé...: hay obstáculos contra la felicidad de los que cuesta tanto librarse... En suma: que disiento, Borges. Lo siento. Pero también en esto —y es curioso— se demuestra el aprecio, ¿non si?».
(Hablarle a Borges, 41). Dicen que Borges dijo o escribió: «El arte sucede cada vez que leemos un poema». Y al mismo tiempo que asiento se me ocurre: «Especialmente cuando somos leídos por él. Que es la mejor forma —tal vez la única cabal— de leerlo».
Borges&café. Se diría que el gesto lo detiene tal vez en el momento de asumir la disensión u otro asombro, el mismo. Fotógrafo no localizado.
(Hablarle a Borges, 42). Es fama que Borges escribió: «Buenos Aires en 1910 era la capital de un país creciente, donde la pobreza era una cuestión de una generación a lo sumo». Y pensándolo un poco me atrevo a comentar: «Han pasado décadas y generaciones, y no creo que pueda decirse lo mismo. Ni mucho menos. Y tan tristemente. Aunque cada vez se nos haga “más cuento” que empezó Buenos Aires...»
Borges paseando por Buenos Aires
con Estela Astete Millán, en 1967.
Goya: Las viejas (también conocido como El tiempo o Hasta la muerte), h. 1810-1812. Palais des Beaux-Arts de Lille, Francia.
Me encontré con ellas poco antes de llegar al portal. Caminaban muy lentamente y sin querer fui oyendo, y luego ya, queriendo y escuchando: —Deja de decir tonterías, vale ya de decir tonterías, que siempre están diciendo las mismas tonterías. Que no tienes ganas de... (inaudible). Todos lo años igual. Que no tienes ganas de (ilegible)... ¿Pero has tenido alguna vez ganas de algo? Y se perdieron por las calles dudosas del otoño.
(Leído en voz alta). Pudiera ser, como ya ha ocurrido otras veces, un «postureo cientifista» en esa carrera por llegar antes que nadie a la posthumanidad. Pero lo que también parece obvio es que, si no se ha producido, no tardará en producirse esta aplicación de la edición genética para crear humanos sin previsibles "taras" previas, quién sabe si también a la carta. El asunto tiene tan graves implicaciones, que extraña que no sea una cuestión situada en el centro del debate social. Aunque, claro, es muy difícil saber de lo que se está hablando realmente en un tema que queda, además de para expertos de muy alta cualificación, reservado para decisiones que no parece que sea posible tomar de cara a la opinión pública. Y sin embargo... Son tantas las dudas que me asaltan leyendo esta y otras informaciones similares que, honradamente, lo único que puedo decir es que me parece necesario leerlas y, sobre todo, tratar de entenderlas. Y en esas estamos.
(Leído en voz alta). Sin haberlo podido examinar, me parece una buena noticia la publicación de este Libro de estilo de la lengua española, avalado por la Real Academia de la Lengua, aunque sin carácter normativo. Su objetivo es poner una herramienta de edición útil al alcance de los "escritores digitales", de cara a fomentar un uso del idioma no sólo correcto sino adecuado a las peculiaridades y exigencias comunicativas derivadas de las nuevas tecnologías. En la línea, es de suponer, de la admirable tarea que viene realizando la Fundación del Español Urgente (Fundéu) y en sintonía, es de esperar, con obras clásicas de la materia, como son los libros de estilo de El País o de la Agencia Efe, esta nueva obra, editada por Espasa, debería servir para reducir la creciente falta de exigencia que se viene observando en el uso del idioma, incluso por parte de medios de reconocido prestigio. Sería de desear, también, que la obra estuviera cuanto antes disponible en la Red, de modo que su consulta fuera lo más cómoda posible y de forma acorde con los nuevos usos sobre los que trata.
Twins Seven Seven: View Obatala Priest in the Shrine, 1978.
Zurcía y xerografiaba Walterio viejos unicornios tan sabiamente retratados que parecían obsesivos ñúes númidas midiendo los kilómetros jubilosos, incluso haciendo gráciles figuraciones en desiertos casi bosquimanos antiquísimos.