También a La Prospe llegó, fresco, feliz y bien aparejado, el caballo gongorino urdido por César Rodríguez de Sepúlveda y llevado al hipódromo con el concurso gentil de Paco Caro y la escuadra de Mahalta. Una noticia errátil y ‘erratil’ a la que el genio plurinacional del maestro Poitevin vino a dar recorrido peninsular fue congregando muy diversas voces y galopadas, y al final el corro se armó y aquí fue Troya (cosa también de un caballo). Cuando llegó mi turno, temprano, quise que en la rueda de la improvisación, además del pie (o pezuña) del primer verso, se incluyera en el segundo el verso último del galope anterior, lo cual le hubiera dado a la rueda rueda un plus de juego colectivo. Pero es bien sabido que estas tecnologías tan urgentes también son harto confusas, y al final cada uno hizo de su capa un sayo, o de su pollino un bayo, y así nos vestimos todos. El resultado es magnífico. Y, sobre todo, divertido. Seguro que dará pie para alguna cuchipanda. Y para otros envites, a poco que algo se nos ponga a… tirios y (otra vez) troyanos.
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