La osadía del pájaro es una traducción de su gorjeo, el canto firme de su ser en el aire, una respuesta que ilumina la mañana.
Hay en el pájaro tanto peso ideal, que su figura atraviesa la historia y sus contornos como una exhalación —flecha emplumada— y está presente en la raíz de los sueños, sean o no el fruto de ese impulso hacia la duración al que llamamos arte, e incluso en los silencios más bellamente construidos.
Los pájaros, que tienen en su herencia biológica huellas adivinables del temblor de la Tierra, cruzan de un lado a otro del mundo y salvan los escollos más salvajes para que no se borren las líneas de fuerza que impiden que los cielos se desplomen.
Nada hay más parecido al alma humana, incluidas su idea sensible y su fabulación, que la extrema levedad de un pájaro en nuestra mano convertida en cuenco.
Tal vez por eso, muchos de nosotros, al sostener esos cuerpecillos tan frágiles, sentimos la punzada de un antiguo terror.
Todos alguna vez fuimos un pájaro.
(Segunda edición)
No hay comentarios:
Publicar un comentario