jueves, 2 de julio de 2020

En son de Paz (y 11)

La imagen puede contener: José Luis Melero Rivas

(En son de Paz, y 25). Octavio Paz mantuvo una gran lucidez y creatividad hasta poco antes de su muerte, y algunas de sus mayores contribuciones como pensador se produjeron en el último decenio de su vida, incluso después de la obtención del premio Nobel con que culminó su reconocimiento internacional como escritor. Entre sus ensayos ocupa un lugar muy destacado La llama doble (1993), un breve y esencial estudio sobre el amor, el sexo y el erotismo donde puso en orden y resumió con inusitada profundidad sus reflexiones en torno a un tema esencial de la vida, y verdadero eje sobre el que giró su obra como hombre, poeta y pensador.
Recuerdo que la lectura del libro, poco después de su publicación, me supuso completar y, en parte, conjurar el impacto que, en mis años jóvenes, me habían causado, además de dispersas lecturas escolares de Kant, Nietzsche, Freud o Reich, obras como El amor y Occidente, de Denis de Rougemont; El cuerpo del amor, de Norman O. Brown, y sobre todo, El erotismo, de Georges Bataille, autor cuyo descubrimiento fue toda una revelación en mis años mozos. Al volver ahora, veinticinco años después, a La llama doble, además de confirmar y refrescar la gran sabiduría de Paz y su extraordinario dominio de las claves interculturales referidas a los asuntos más diversos, me ha sorprendido sobremanera la pertinencia y actualidad de sus reflexiones en torno a la investigación científica en dominios como la biología, la neurología o la física. Y me ha alegrado comprobar su reclamo de la necesidad de un reencuentro de esa perspectiva con la visión propia de la filosofía y más aún de la poesía, y todo ello girando alrededor y teniendo como centro el fenómeno o nudo esencial de la conciencia: el hecho del “darse cuenta” como suceso exclusivo e insoslayable de la condición humana. Un asunto que desde la escritura de este ensayo —y en particular de lo enunciado en el penúltimo apartado del libro («Repaso: la llama doble»)— no ha hecho sino crecer y volverse más complejo, hasta convertirse en lo que probablemente sea la cuestión candente de este nuestro tiempo pandémico e inevitablemente apocalíptico.
Recomiendo vivamente la lectura de todo el libro y, de forma muy especial, del apartado mencionado, que concluye con este resumen: «... los males que aquejan a la sociedades modernas —escribe Paz— son políticos y económicos pero asimismo son morales y espirituales. Unos y otros amenazan el fundamento de nuestras sociedades: la idea de “persona humana”. Esta idea ha sido la fuente de las libertades políticas e intelectuales; asimismo, la creadora de una de las grandes invenciones humanas: el amor. La reforma política y social de las democracias liberales capitalistas debe ir acompañada de una reforma no menos urgente del pensamiento contemporáneo. Kant hizo la crítica de la razón pura y de la razón práctica; necesitamos hoy otro Kant que haga la crítica de la razón científica. El momento es propicio porque en la mayoría de las ciencias es visible, hasta donde los legos podemos advertirlo, un movimiento de autorreflexión y autocrítica, como lo muestran admirablemente los cosmólogos modernos. El diálogo entre la ciencia, la filosofía y la poesía podría ser el preludio de la reconstitución de la unidad de la cultura. El preludio también de la resurrección de la persona humana, que ha sido la piedra de fundación y el manantial de nuestra civilización».
Al final de su ensayo vuelve Paz al tema central del libro —amor y erotismo: esa llama doble— y lleva a cabo una recapitulación en la que, con extraordinaria sabiduría y osada viveza, escribe anotaciones como la siguiente: «El encuentro erótico comienza con la visión del cuerpo deseado. Vestido o desnudo, el cuerpo es una presencia: una forma que, por un instante, es todas las formas del mundo. Apenas abrazamos esa forma, dejamos de percibirla como presencia y la asimos como una materia concreta, palpable, que cabe en nuestros brazos y que, no obstante, es ilimitada. Al abrazar a la presencia, dejamos de verla y ella misma deja de ser presencia. Dispersión del cuerpo deseado: vemos sólo unos ojos que nos miran, una garganta iluminada por la luz de una lámpara y pronto vuelta a la noche, el brillo de un muslo, la sombra que desciende del ombligo al sexo. Cada uno de esos fragmentos vive por sí solo pero alude a la totalidad del cuerpo. Ese cuerpo que de pronto se ha vuelto infinito. El cuerpo de mi pareja deja de ser una forma y se convierte en una substancia informe e inmensa en la que, al mismo tiempo, me pierdo y me recobro. Nos perdemos como personas y nos recobramos como sensaciones. A medida que la sensación se hace más intensa, el cuerpo que abrazamos se hace más y más inmenso. Sensación de infinitud: perdemos cuerpo en ese cuerpo. El abrazo carnal es el apogeo del cuerpo y la pérdida del cuerpo. También es la experiencia de la pérdida de la identidad: dispersión de las formas en mil sensaciones y visiones, caída en una substancia oceánica, evaporación de la esencia. No hay forma ni presencia: hay la ola que nos mece, la cabalgata por las llanuras de la noche. Experiencia circular: se inicia por la abolición del cuerpo de la pareja, convertida en una substancia infinita que palpita, se expande, se contrae y nos encierra en las aguas primordiales; un instante después la substancia se desvanece, el cuerpo vuelve a ser cuerpo y reaparece la presencia. Solo podemos percibir a la mujer amada como forma que esconde una alteridad irreductible o como substancia que se anula y nos anula».
Sirva este texto, incluido el curioso y acaso involuntario palíndromo de sus cinco últimas palabras —tan apropiado, por vías diversas, para la noche de julio sobre la que pivota el año— como punto y aparte de un recorrido gozosamente interminable a través de una de las escrituras más luminosas, vivas y perspicaces de cuantas se han volcado en nuestra lengua.

(Acompaño esta última entrega de la sección con una foto —creo que inédita— de OctavioPaz en la intimidad de su casa de Coyoacán, en México, y con su dedicatoria en una edición de Piedra de Sol, su gran poema. Ambas llegaron a mis manos, en el año de la fecha, a través de un amigo).

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